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(Ilustración: Verónica Calderón Chu)
Nora Sugobono

En 1968 una historieta titulada “Los 1.000 mejores piropos” ilustra en su portada una escena aparentemente cotidiana. Un hombre sentado en una banca con un libro en la mano mira, estupefacto –el tipo suda, se acomoda la corbata– a una chica pasar. Al fondo hay un edificio donde se lee ‘Facultad de Medicina’. Abajo, en una viñeta, está escrita la ‘bomba atómica’: “¡Adiós, guapa! Cualquiera estudia el esqueleto viendo un cuerpo como el suyo”. Los ojos del sujeto apuntan directamente al trasero de la mujer. Se deduce que se trata de un futuro doctor.

En 2019, una búsqueda rápida de páginas de Facebook arroja centenares de resultados bajo el concepto de ‘piropo’. Una subcategoría, ‘Piropos de albañil’, resulta especialmente popular. No recomendamos repetir la misma búsqueda en Google, pero sí podemos decir que se menciona una amplia variedad de herramientas en las construcciones lingüísticas diseñadas para agradar seducir ofender al objeto de su afecto. Las palabras son poderosas.

La RAE define ‘piropo’ como un dicho breve con el que se pondera alguna cualidad de una persona, especialmente la belleza de una mujer. Para algunos es directamente acoso. Para otros, está justo en el límite: todo depende de quién venga o en qué circunstancias se diga (¿en la calle? ¿en el trabajo? ¿en una fiesta?). Lo cierto es que, en una sociedad cada vez más informada como la nuestra, donde los términos parecen estar relativamente claros, el ‘piropo’ todavía representa una suerte de zona gris tanto en el lenguaje como en la práctica. Se asocia a una vieja costumbre, a una herencia de los románticos de antaño. ¿Qué intenciones hay detrás? Lima acaba de cumplir 484 años de fundación. Las mujeres hace rato aprendimos a responder.

Opiniones
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TUS OJOS SON DOS LUCEROS
Para Juan Luis Orrego, el piropo es propio de la cultura latina –una práctica extendida por casi todo el continente– que tiene sus raíces en la Europa mediterránea (España, Francia e Italia), donde el espacio público era más abierto. “Es una galantería perteneciente a un orden patriarcal, machista”, indica el historiador. En el Perú, su uso data del período republicano (no hay ningún registro del imperio incaico o el virreinato, explica Orrego), donde plazuelas, alamedas y plazas de toros eran ejes fundamentales de la vida de la capital. “Las mujeres no podían contestar, por supuesto, pero la mayoría se sentía halagada. Se piensa en el piropo como algo propio de la Lima tradicional, teóricamente educada, criolla en el buen sentido del término. La Lima del puente y la alameda, de José Antonio. Y es muchas veces una Lima que no necesariamente existió. Para que un piropo o un gesto de galantería sean leídos como tal debían –y deben– existir ciertas condiciones”, concluye el historiador.

Lola Alva es licenciada en Lingüística por la PUCP. También es coordinadora de educación de Paremos el Acoso Callejero, colectivo creado en 2012 con el objetivo de visibilizar la violencia que sufren las mujeres en la calle. “Para nosotras el piropo es acoso, porque parte de una frase u opinión de índole sexual que no estamos pidiendo sobre nuestros cuerpos. Mucho menos si no tengo ninguna relación de familiaridad con la persona que lo dice”, explica. Alva es consciente –como lo son cada vez más personas, especialmente las generaciones más jóvenes– de que las relaciones o acercamientos a las mujeres deben reconfigurarse. “Muchos hombres piensan: ‘¿y ahora cómo voy a actuar con ellas?’ Pues van a tener que replantearse las cosas. Eso es lo que tiene que cambiar: considerar el deseo de la mujer y no solamente el tuyo al momento de entablar relaciones”, afirma. El cuestionamiento es un buen –gran– primer paso.

DIME ALGO LINDO
“Por supuesto que a las mujeres también nos parecen atractivos los hombres cuando los vemos pasar”, sostiene la periodista Patricia del Río. “Pero creo que a ninguna se le va a ocurrir decirle a uno por la calle ‘qué buen poto tienes’. Culturalmente no se estila o seríamos calificadas como putas o mandadas. Nos parece más bien una impertinencia hacerlo. A los hombres no”. Del Río es enfática con el contexto: un piropo resulta inapropiado, incómodo, en cualquier circunstancia o espacio que no se preste a la seducción y al coqueteo, como una discoteca o una reunión social. “Si alguien se te acerca, puedes tú acceder o no a ese tipo de iniciativa, porque el contexto se presta a esa clase de interacciones. En cualquier otro es inadecuado”, añade.

La ‘cosificación’ del cuerpo femenino es clave aquí. No se trata de erradicar las frases bonitas o el intento de agradar a alguien. “Lo que no debe continuar es hacer de eso una excusa para que el hombre le pueda decir lo que quiera a una mujer, siempre que le provoque. Es una falta de control de sus propios impulsos”. La galantería mejor guardarla solo para los contextos adecuados, sugiere Del Río. “Déjennos tranquilas cuando estamos trabajando, haciendo nuestra vida diaria”, termina Patricia.

¿Se puede establecer alguna clase de criterio de lo que se debe decir o no a una mujer? ¿Tienen miedo ellos de acercarse? ¿Viven ellas siempre a la defensiva? Las respuestas no están en un manual. Están en el parque, en la oficina, en el bus. Pero, principalmente, están en cada uno. “Definir qué cosa es válida es potestad de las mujeres”, finaliza Lola Alva.

También es potestad de las mujeres contestar cualquier comentario invasivo que escuchen por la calle. Con Robert De Niro paseando estos días por nuestro país, qué mejor ocasión para tomar prestado su clásico: “¿Me estás hablando a mí?”. //

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