Sabino Balandra, pescador, orgullo para los chorrilano, es descendiente del martir José Olaya Balandra. (Foto: Alonso Chero).
Sabino Balandra, pescador, orgullo para los chorrilano, es descendiente del martir José Olaya Balandra. (Foto: Alonso Chero).
Oscar García

Cinco peruanos que descienden de héroes y próceres nacionales que hicieron patria en diversas épocas, revelan lo que significa para ellos llevar un apellido con tanto simbolismo e historia. Un honor, dicen, pero también una responsabilidad que aspiran honrar.

SABINO BALANDRA
Descendiente del mártir José Olaya Balandra

Todos los 29 de junio, Día de San Pedro, el apóstol pescador, Sabino Balandra (84) desfila por las calles de Chorrillos vestido con sencillas prendas de color blanco y con una pañoleta en la cabeza. Los vecinos lo ven pasar y lo aplauden, pues saben bien quién es y a quién interpreta. Sabino es descendiente del mártir José Olaya Balandra, otro chorrillano y pescador como él, quien falleció precisamente un 29 de junio, luego de ser torturado por los españoles durante las luchas por la independencia, en 1823.

La historia recuerda que Olaya fue emisario de las fuerzas independentistas, que llevaba correspondencia de Chorrillos a Lima, atravesando peligrosos retenes en el camino. Apresado por los realistas por una delación, se negó a entregar los nombres de sus contactos y fue fusilado en el actual pasaje Olaya, al lado de la Plaza de Armas. Sabino, un viejo lobo de mar, le contó a Somos en el 2015 que la pesca en Chorrillos ya no es lo que era. “Las bolicheras han depredado todo. Hace 50 años, con la plata de un día de pesca me compraba ropa cara para pasear por el malecón. Ahora pesco para poder ayudar a mi casa, para comprarle un juguete a mi nieto”.

ANA MAMIE RAGUZ BOLOGNESI
Descendiente de Francisco Bolognesi

La economista Ana Mamie Raguz Bolognesi atesora en sus recuerdos de niña las largas sobremesas familiares en las que la figura de su tatarabuelo era un tema central, casi como una presencia palpable dentro de la casa. En su colegio, que era de mujeres, ocurría algo parecido. “Cuando había actuaciones, a mí me llamaban para intepretar a Francisco Bolognesi. Yo era pequeña, y me tocaba actuar con chicas mayores, que estaban en secundaria”. Cuando uno es pequeño, honores así, de nacimiento, a veces se dan por sentado. Demanda cierta madurez reconocer la dimensión de descender de un héroe de la Guerra del Pacífico. Ella lo siente como el regalo más hermoso que la vida le ha dado, pero también como una responsabilidad, porque sus actos deben de alguna forma guardar consonancia con un apellido relacionado intrínsecamente a valores como el honor, la lealtad y el amor a la patria. “No puedo hacer grietas en esa armardura. Tener esta conexión te obliga a regir tu vida de una manera que trate de no dañar este apellido”.

LUIS ZÁRATE QUIÑONES
Descendiente de José Abelardo Quiñones

Pocos saben tantas anécdotas de José Abelardo Quiñones, emblemático héroe de la Fuerza Aérea Peruana (FAP), como su sobrino nieto Luis Zárate Quiñones. Al teléfono, Zárate se entusiasma con los relatos que ha recopilado del capitán FAP que se inmoló en 1941, cuando enfiló su avión sobre un nido de metrallas en Quebrada Seca, Ecuador. Estas historias están muy alejadas de la imagen circunspecta que se suele tener de los referentes históricos. En resumen: José A. Quiñones era, lo que se dice, un tipazo; un joven carismático y bromista, aventurero y encantador. A los 27 años, Zárate escribió la primera biografía sobre su antepasado que se basaba en vivencias y no en fríos datos estadísticos. Ahí, consultando cartas manuscritas del piloto, se enteró de su temperamento especial, que acaso lo hace más cercano que otros íconos nacionales. Zárate preside la Fundación Quiñones, con la cual ha realizado muchas actividades, junto a la FAP, para difundir la memoria de un aviador excepcional.

MARISOL GRAU RAPUZZI
Descendiente de Miguel Grau Seminario

Tataranieta del ‘Caballero de los Mares’, periodista que alguna vez escribiera artículos en estas páginas, Marisol Grau Rapuzzi experimentó en el año 2013 una aventura personal inolvidable cuando viajó hasta Chile para conocer a María de la Luz Prat, la bisnieta del héroe naval chileno Arturo Prat Chacón. Como se recuerda, ambas figuras históricas, nuestro héroe Miguel Grau Seminario y el militar sureño, se enfrentaron durante la Guerra del Pacífico (1879-1883), específicamente en el Combate de Iquique, en el que el capitán chileno falleció heroicamente en acciones, al mando de la corbeta Esmeralda.

Aquella vez, Miguel Grau dio muestra de su conocida caballerosidad al escribirle una carta de pésame a la viuda de Prat con unas palabras que hasta ahora resuenan por su profundidad y humanismo. El día del encuentro entre Marisol y María de la Luz, ambas descubrieron que tenían puntos en común e intereses similares, por ejemplo, una pasión por la historia y la literatura. Intercambiaron libros con las biografías de sus antepasados. La tataranieta del héroe peruano recorrió luego el Huáscar, el monitor que el almirante comandaba, y que hoy es un trofeo que descansa en el puerto de Talcahuano, en Chile. Sobre esa visita, Marisol llegó a escribir una vez: “Un solo encuentro tiene más valor que varios desencuentros”.

JORGE NIETO
Descendiente del Mariscal Domingo Nieto

Ser mariscal en el Perú, la máxima distinción posible para una carrera militar extraordinaria, no es un hecho común. De ahí que ser descendiente de uno de ellos se experimente como una distinción especial. Así lo sentía desde niño el ex ministro de Defensa Jorge Nieto, quien desciende por línea directa del mariscal Domingo Nieto, un militar moqueguano que peleó con arrojo en la guerra de independencia y en las revoluciones posteriores.

A Domingo Nieto le decían el ‘Quijote de la Ley’, pues siendo militar en época de caudillos, le gustaba estar del lado de la autoridad legítima. Otros le llamaban ‘el mariscal greco-romano’, por su amplio conocimiento de la cultura clásica. Una anécdota conocida suya es la vez que sostuvo un duelo al estilo medieval con el lancero venezolano José María Camacaro, durante la guerra contra la Gran Colombia (1828). Pelearon así, solo ellos dos, para evitar que sus ejércitos se enfrenten y se derrame sangre joven inútilmente. “La lanza era el arma preferida de los colombianos, que tenían buena caballería, pero quiso el destino que el duelo lo ganara el mariscal”, recuerda Nieto. La figura de su antepasado, dice el sociólogo y político, ha sido revalorada en los libros de Carmen McEvoy, que van más allá de la mirada militarista de ese periodo, con lo despectiva que a veces suena esa palabra. En sus estudios se ve a oficiales preocupados por el beneficio del país y su organización antes que por la vanidad.

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