AGENCIA MATERIA

Cuando uno piensa en astronautas vienen a la mente cohetes, ingravidez, carreras a saltos por la Luna y duras pruebas físicas de las que se sale con reflejos de lince. Pero esta realidad podría ser muy diferente si ese mismo astronauta está yendo a Marte. El viaje de ida y vuelta, de casi año y medio y con largos periodos de inactividad, podría convertir al más activo de los humanos en un ser sedentario, dormilón e incluso falto de reflejos. Así lo demuestran los primeros resultados científicos publicados sobre Mars500, el mayor simulacro de un viaje a Marte que se ha llevado a cabo hasta la fecha.

El 3 de junio de 2010, tres voluntarios rusos, dos europeos y un chino se encerraron en un búnker en Moscú para pasar 520 días ensayando el primer viaje de ida y vuelta al planeta rojo. Todo en el módulo de confinamiento emulaba una nave espacial y hasta había una superficie de Marte artificial para ensayar el ansiado primer contacto entre una bota humana y las heladas tierras de Marte. Mientras los participantes del experimento, cofinanciado por Rusia, Europa y China, se comportaban como si realmente fuesen a aterrizar en el planeta rojo, los investigadores medían su nivel de ejercicio y actividad con pulseras que estos llevaban día y noche atadas a la muñeca. Una vez a la semana, los participantes realizaban pruebas cognitivas de atención y rellenaban cuestionarios sobre su nivel de sueño y cansancio.

EL MAL DEL SEXTO PASAJERO Durante los primeros tres meses de viaje, la mayoría de ellos redujo de forma acentuada su nivel de actividad. Además, pasaron cada vez más tiempo dormidos o descansando, según detalla el trabajo, publicado hoy en PNAS. El estudio describe un aumento del “sedentarismo” y la aparición de un “comportamiento adormecido” durante la mayor parte de la misión. Los voluntarios también sufrieron cambios en los ciclos de vigilia y sueño que habían mantenido fuera del búnker. Su ritmo circadiano, el reloj biológico que todos llevamos dentro, comenzó a marcar un tiempo distinto.

La distorsión del sueño tuvo diferentes efectos en cada tripulante. En el estudio no hay nombres propios, sino una letra asignada a cada participante, ya que los criterios éticos impiden revelar qué problemas sufrió cada uno. “Cinco de ellos aumentaron sus horas de sueño y pensamos que eso mejoró su capacidad en los tests de atención”, explica a Materia el médico Mathias Basner, investigador de la Universidad de Pensilvania y coautor del estudio. No todos los tripulantes tuvieron tanta suerte. Al contrario que sus compañeros, el voluntario F durmió cada vez menos hasta sufrir una pérdida crónica de sueño que acabó por dañar su capacidad de reacción. “Él fue el responsable de la mayoría de fallos en los tests”, confiesa Basner. En una misión real, este tipo de problemas podría causar fallos humanos que podrían poner en peligro la misión, admite el médico.

El del sexto pasajero no fue el único efecto adverso. Otro voluntario, el E, cambió sus costumbres y comenzó a vivir días “de más de 24 horas”. “Tareas claves de la misión que estaban planeadas durante el día sucedían en realidad en la noche biológica de este individuo, lo que quiere decir que su habilidad cognitiva no era óptima”, señala el médico. Aunque la mayoría señalaba no estar cansado, al menos dos confesaron dormir peor que antes de entrar en el módulo de aislamiento.

La experiencia de los voluntarios de Mars500 será clave para elegir la futura tripulación de un viaje real a Marte. “Tenemos que encontrar maneras de identificar a los sujetos vulnerables, seleccionar la tripulación adecuada, entrenarles y darles medios para protegerse”, resalta Basner.

UNA SOCIEDAD SIN SUEÑO Los síntomas observados en Mars500 se parecen a los de personas que pasan el invierno enclaustradas en una base antártica e incluso tiene similitudes con animales que viven encerrados o en climas invernales con poca luz diurna, dicen los autores. De hecho la falta de luz natural y el exceso de lámparas artificiales podría explicar parte de los problemas sufridos por los tripulantes de la Mars500. Esto puede solucionarse adaptando los habitáculos espaciales para que reproduzcan los ritmos de vida en la tierra de la forma más fiel posible y controlen al máximo el nivel de iluminación, señalan los autores.

Los desvelos de los tripulantes podrían ayudar a muchas personas en la Tierra. Este tipo de estudios investigan por qué unos individuos son más susceptibles que otros a los trastornos del sueño, un problema cada vez más común en las sociedades industrializadas, resalta el trabajo. Estudios anteriores han demostrado que inventos recientes de la civilización como los despertadores, los horarios televisivos y los cambios de hora reducen el tiempo de sueño y hacen que las horas que marcan el reloj artificial y el biológico se separen peligrosamente. Esto a su vez provoca obesidad, diabetes y otras enfermedades típicas del mundo desarrollado. “El mensaje más importante de esta línea de investigación es resaltar la importancia crucial que tiene un sueño sano y a tiempo en la vida de todo el mundo”, resume David Dinges, coautor del trabajo, en una nota de prensa.