En esta imagen, Daenerys monta a Drogon. (Foto: Entertainment Weekly)
En esta imagen, Daenerys monta a Drogon. (Foto: Entertainment Weekly)
Juan Carlos Fangacio

Lo que más necesitaba Westeros para sacudir el avispero era una mujer con huevos. Una mujer –Daenerys Targaryen– con tres huevos de dragones, uno de los cuales se convirtió en el indomable Drogon, bestia gigante que en el último capítulo de “” achicharró a cientos de Lannisters y aliados para el deleite friki de todos los seguidores de la serie. Querían fuego y fuego tuvieron. 

Desde sus inicios, la mitología creada por George R. R. Martin –tanto para los libros como para la televisión– ha tenido a los dragones como unos seres cruciales. Como ocurrió con el mítico Balerion, determinante en la fundación de Westeros, estos monstruos siempre han representado la puesta en (des)orden cuando las huestes humanas andaban entrampadas en sus propias luchas. Con la naturaleza fantástica no se juega. 

La pregunta se cae de madura: ¿Por qué nos cautiva tanto, desde tiempos inmemoriales, el más viejo y básico de los monstruos? 

—Nacidos para asustar— 

No son claros los orígenes del mito del dragón porque han surgido en varias culturas a la par. De hecho, todas las leyendas, con sus matices, parecen retroalimentarse entre sí. En el interesantísimo libro “An Instinct for Dragons”, David E. Jones señala que el misterio de su aparición en el imaginario de la gente podría rastrearse en los dinosaurios. Pero no específicamente en los seres en sí –extintos muchísimo tiempo antes de la evolución del hombre–, sino en sus restos fósiles, que pueden haber motivado las fantasías más diversas. 

(Dragones a escala)
(Dragones a escala)

También hay que notar que una de las características principales del dragón, si no la principal, es su carácter híbrido: cuerpo de reptil, vuelo de ave (con alas o sin ellas), hocico y garras, en algunos casos escamas, entre otros rasgos. Pero Jones, antropólogo de profesión, apunta a tres elementos específicos: el aspecto de serpiente, la ferocidad felina y su instinto de rapiña. Todos estos, rasgos que siempre han producido espanto y rechazo en la psicología humana. 

—Otras miradas— 

Y aunque el mito de estas bestias es extenso en Occidente –desde el bíblico Leviatán, hasta el que mató San Jorge a caballo–, en Oriente su historia también es larga y muy rica. Así, el colorido dragón chino, llamado Lung, aún es usado en festividades como un ser al que se le rinde pleitesía. 

Si en las leyendas europeas, y occidentales en general, los dragones son signo de lo aterrador, en Oriente representan la divinidad, especie de ángeles protectores y guardianes del orden, por ejemplo, de los gobiernos. Por esa razón los dragones tienen también un rango imperial y sumamente respetable. 

Para no irse tan lejos, incluso en el Perú antiguo existen referencias a dragones. Indirectas, si se quiere, pero referencias al fin. Allí está por ejemplo la preciosa iconografía moche que solía recurrir a figuras de reptiles con cabezas felinas como representación de la fuerza de la naturaleza. O también el famoso mito del Amaru: deidad que encarnaba la sabiduría y ostentaba cuerpo de serpiente, grandes alas, cola de pez y, para rematar el sancochado, una delicada y altiva cabeza de llama. Su escupitajo quemaba, se intuye. 

—Una vuelta al mito— 

Jorge Luis Borges otorga un lugar preponderante a los dragones en “El libro de los seres imaginarios” –bello bestiario que junta a fénix, unicornios, hidras, centauros y más rarezas–, pero reconoce que el tiempo ha desgastado su prestigio. “Creemos en el león como realidad y como símbolo; creemos en el minotauro como símbolo, ya que no como realidad; el dragón es acaso el más conocido pero también el menos afortunado de los animales fantásticos. [...] Nos parece pueril, quizá provocado por el exceso de dragones que hay en los cuentos de hadas”, escribe con razón. 

En ese sentido, si queremos encontrarle un mérito a la aparición de Drogon en “Game of Thrones” más allá de su espectacularidad, sería el haberle restituido una reputación que en tiempos recientes parecía frivolizada injustamente. Lo que queda de la serie –temporada y media, más o menos– podría deparar más sorpresas con Daenerys y sus simpáticas mascotas. Si se cuentan bien, los viejos mitos nunca fallan.  

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