genaro delgado parker. (Foto: El Comercio)
genaro delgado parker. (Foto: El Comercio)
Fernando Vivas

, así, a secas y a voz en cuello como había que llamarlo ya sea que uno lo tratara de tú o de usted, fue uno de los mayores pioneros de nuestro siglo XX. Si hacemos el balance, sin mezquindad ni falsas congojas, fue mucho más lo que aportó que lo que se fue debiendo: estableció la televisión de masas en el Perú en 1959 (se le adelantó América Televisión por un año, pero fue él quien llevó a industria de exportación a sus géneros mayores, la telenovela y el humor); y, cuando su familia lo apartó de ella, se entretuvo introduciendo en el Perú los celulares, el internet y otros gadgets.

Tan pronto lo conocí, se me pintó autoritario, tajante y asertivo. Me prendé de su estupenda oralidad (había que oírlo encajar sabrosas lisuras e ironías), pero no se lo podía hacer saber, porque mi papel era criticarlo. Pero mis críticas eran parciales, porque no le podía mezquinar su ojo para resignificar tantos formatos y personajes.

Vaya que tenía un sexto sentido para la cultura popular; olía una promesa, la fichaba y delegaba a otros la ejecución del éxito. Así fue con Ferrando, que lo jaló de un canal de segunda, así fue con “Simplemente María” cuyo guión lo compró en Argentina, así fue con Gisela que encarnó la tele zalamera que era tan distante de su personalidad de simpático déspota. Y para que no le dieran lata con la supuesta vulgaridad de todo lo que producía, se dio el lujo de darle un programa a Mario Vargas Llosa, “La torre de Babel”.

Hay que repetirlo: fue un gran pionero autodidacta y un catalizador del paso de la cultura criolla a la posmodernidad. Y hay que hacer esta advertencia: Genaro Delgado Parker creía que a cambio de ese aporte, los gobiernos tenían que darle privilegios, los anunciantes jugosos auspicios, sus acreedores esperarlo eternamente y los ciudadanos, pues celebrarlo. ¿Demasiado pedir? ¿Qué se habría creído? Júzguenlo ustedes, hoy prefiero recordar al dueño del mayor y entrañable circo del Perú, la vieja Panamericana en la Avenida Arequipa con Mariano Carranza. Caray, Genaro tenía esquina, y callejón, y cancha, risas, salsa y, cuando solo dos canales peleaban nuestras horas de ocio, tenía hasta 70 puntos de ráting. Genaro nos encendía y, claro, también nos irritaba.

En todo este trance, que era mercantil pero a la vez muy creativo, una vez que entraron nuevos competidores en los 80, politizó sus contenidos y judicializó sus resultados. Genaro apostó a poner candidatos y así lo quiso hacer con Vargas Llosa, pero había otros actores en el juego que lo desplazaron.

Y, más tarde, cuando volvió a la tele luego de haberse apartado unas temporadas, pasó la peor hora de su vida, sentado un par de días en una carceleta como resultado directo de haber estado sentado en la salita del SIN unos meses atrás. Me consta que se arrepentía de ello, pues le oí más de una vez, en público y en privado, dar sus excusas. Y, en la hora postrera de Fujimori y Montesinos, conspiró, como un demócrata en situación de excepción, contra la rereelección. Y, luego, qué pena, se enredó en otras conspiraciones impertinentes en gobiernos democráticos, para recuperar el canal que había comprado Ernesto Schutz Landázuri, que ese sí que no ha sido pionero de nada.

No se puede concebir, pues, la segunda mitad del siglo XX sin Genaro Delgado Parker. Que tengamos danzando en la mente sus sentencias sobre las deudas impagas y su anatema, “todo lo que digo va a misa”; son juegos del Google y de la memoria corta. El tiempo largo pondrá su pionerismo en perspectiva y lo zapearemos, como corresponde, sin pena ni ira, con la nostalgia que otras sociedades dedican a sus pioneros controvertidos. Mis condolencias a su viuda Marcela Vanini y a sus hijos.

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