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Augusto Ferrando. (Fotos: Archivo histórico de El Comercio)
Czar Gutiérrez

"Siempre rezo por los míos, pero ahora rezo por mí mismo porque sé que hay gente a la que yo le hago falta", dijo el hombre de 1,90 cm de estatura y 140 kg de peso. Prometeo de la televisión, divinidad de los pobres, gran coleccionista de guayaberas y blanco predilecto de la intelectualidad peruana, acababa de ser ametrallado sin contemplaciones por una lingüista. "Ignorante y vulgar. Oportunista benefactor de televidentes pedigüeños. Haciendo televisión subdesarrollada en un país subdesarrollado. Tu programa es una vergüenza, el set parece una pulpería de segunda clase" (frases dichas en el programa "Fuego cruzado", 1991).

El puntillazo final ocurrió por viperina acción de una lengua que devendría célebre en los bajos fondos del 'showbiz' nativo. Entre las dos masacraron al animador, inédito debutante en cancha ajena y orfandad de aplausos. Una semana después y ya en aroma de hogar –su trajinado set en Panamericana Televisión– recién pudo reaccionar rezando por él mismo. Por su sobrevivencia, siempre pensando en los más pobres del país. "Doctora, no insulte a mi gente. Yo lucho contra don Francisco, que tiene 100 mil dólares en los bolsillos, con una cocina Surge y un colchón Paraíso". Haría algunos programas más, pero aquel 'homenaje' por sus 25 años sería su certificado de defunción.

—Caballo desbocado—
Apenas vio la luz en el stud Haras Alianza del hipódromo de San Felipe (15 de enero de 1919), el potrillo salió disparado para comerse el mundo: tomador de tiempos de los 'pur sangs', contador de chistes en velorios, puntero derecho del Centro Iqueño, narrador hípico de radio OAX, disc jockey de radio Excelsior, locutor de radio Goyeneche, animador de radio Central, cómico de "El risómetro", fundador de "La peña" en Radio Victoria, puntal de "Estrafalario", comentarista de fútbol, dueño de 50 mil LP, coleccionista de perfumes, concejal de Magdalena, veraneante en Pucusana, poseedor de un anillo de cinco kilates, versificador secreto, libretista público, adicto al sauna, publicista de sí mismo y sumo pontífice de la tenida tropical.

Fraguado en radioteatro, la comicidad de "Loquibambia", el criollismo y la novela rosa, la carrera del todoterreno Chirichigno cristalizaría en abril de 1966 cuando los televisores a tubos proyectaron un 'folies bergère' aborigen y un cantito: "Augusto Ferrando / te invita cantando / al más alegre y millonario trampolín". Fonomimia, sketches, potencia física, esgrima verbal y juegos con la platea en tres horas de espontaneidad casi infantil, incluyendo los afectados panegíricos de Leonidas Carbajal –"el filósofo de la miseria", "el feo que habla lindo"–, el achoramiento 'naif' de Violeta Ferreyros o la ininteligible dicción de una gringa con estancia permanente en la luna.

No pocas veces pusieron música de circo y a Tribilín dando vueltas en una bicicleta para antropoides. Entonces la risa se hizo gruesa. Y la lágrima fácil, cuando llegaron las dádivas. Un peligroso coctel de carcajadas, llantos y halagos. Y cuando el neón hizo brillar los anuncios en "Trampolín a la fama", se hizo más nítido el monólogo de un encantador de masas selectivo con los pobres y coqueto con el poder. Entonces sus camisas también fueron tomando color con la llegada del televisor Trinitron: las rayas grises se hicieron pájaros exóticos, palmeras del trópico. Y como adentro no había mucho, Ferrando se precipitó hasta un plano terrenal y oleaginoso. Díscolo, desafinado y pueril. Definitivamente chicha.

—Ese sino maldito—
Fue así como llegaría el desmontaje del demagogo camuflado en la falsa confraternidad del humor hiriente. Una involución del legado de los Ludmir, Ledgard, Madalengoitia y Salim. Que bajo el "no nos ganan", "no te pares, negrito" y "San Martincito, no me podías fallar", alguien se estaba "ganando alguito". Que bajo esos "sale caliente" y "un comercial y regreso" se articulaba el autobombo de un falso gurú de las penurias.

Así, durante 30 años y sin posibilidad de zapping, las tardes sabatinas en el Perú fueron una larga letanía de palabreo, boquilla y atarante sobre el teclado desafinado del maestro Otto de Rojas. El mismo que en el crepúsculo del imperio de "Trampolín a la fama" se lanzaría al vacío desde un piso doce. A Carbajal le amputaron un pie antes de morir. Rubén Ferrando pisó una conchita en Miami. La pequeña herida se le infectó, se gangrenó y tuvieron que amputarle el pie. También se suicidó. Cuando a Chicho Ferrando el médico le dijo que tenían que cortarle una pierna, le preguntó si podía llevársela a casa "para que me hagan patita con maní". La larga agonía de Tribilín no fue un chiste: terminó limpiando los buses de la 73 en los arenales de Lurín. Unos criminales en fuga de Lurigancho usaron a la Gringa Inga como escudo humano antes que ella se olvide todo y expire en Chaclacayo. Previamente, una mezcla de cáncer y diabetes había transportado al patriarca hasta el cementerio El Ángel, en 1999. Augusto Ferrando tenía 80 años.

Medio país se vistió de luto y un río de lágrimas señaló su tumba, espacio compartido con su prima y esposa Mercedes Ferrando Dietz. Se casaron cuando ella tenía 15 años y estaba embarazada. Dicen que apenas murió, su hermana menor Julia se fue a Guatemala con todos los ahorros y el menaje de la casa de Augusto, asunto que se explicaría porque Julia era simultáneamente cuñada, prima y amante nada secreta del animador. Lo culpan también de la muerte de Lucha Reyes, a la que habría llamado "hija de King Kong". Y del 'Loco' Ureta, víctima de la peritonitis actuando en la Peña Ferrando, esa plataforma de presentaciones musicales e histriónicas impulsada por el conductor.

—Pan y circo—
Bailar mal, cantar feo, contar chistes malos. El set de "Trampolín a la fama" como espejo de la estética nacional. Ferrando personificando lo huachafo en camisas Zancatex. Como contrapartida, el escapismo frente al 'fujishock' a partir de un animal televisivo nato, ese que salió de una caballeriza tan rápido que terminó tomando la delantera en la producción de los 'reality' y 'talk shows'. Ferrando vive en los actuales programas de concurso, en los imitadores que descubrió, en el entrevistador troglodita que vive frente al Golf de San Isidro. Internacionalmente, en el drenaje de la presentadora peruana a través del sistema de alcantarillado de México.

Así, al amparo del arquetípico zambo criollo, arrogante, bravucón y chacotero, se fue labrando el solaz esparcimiento de la familia peruana. Claro, hay cosas que ya no funcionarían ahora. Pero esencialmente es un humor que le sigue gustando a la gente. Como los goles de Cubillas y los últimos doscientos metros de Santorín. Como las tardes sabatinas en el Perú de los ochenta, esa larga letanía de toques de queda y bombazos que no terminan de sangrar sobre el teclado del maestro Otto de Rojas.

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