IÑIGO MANEIRO LABAYEN

Una larga recta nos lleva al corazón de una necrópolis y de un lago, el Umayo, que pasa desapercibido ante la majestuosidad de su hermano mayor, el Titicaca. Ambos son cerrados, es decir, el agua que entra por ríos y quebradas sale exclusivamente por evaporación. Hace miles de años los dos estaban unidos en uno solo que ocupaba gran parte del Altiplano actual. Nos encontramos a unos 30 kilómetros de la capital departamental, pasando junto a varias comunidades collas que nos muestran sus tejidos de colores y nos ofrecen algunos platos de comida, a base de tubérculos andinos, queso y arcilla blanca.

Al llegar a Sillustani observamos enormes torreones de piedra volcánica, extraída de los alrededores, que alcanzan hasta los 12 metros de alto. Su base circular aumenta de tamaño según gana altura. Son chullpas, son lugares de enterramiento de los collas y los incas que habitaron estos lugares entre los siglos XIII y XV. Ellos momificaron los cuerpos de sus ancestros y los introducían por la parte alta de la chullpa en posición fetal, los rodeaban con sus pertenencias, con joyas y abalorios, si la persona era de alta alcurnia, y con alimentos, para cuando volviese a vivir en una vida en el más allá. Las chullpas también tienen una pequeña entrada que mira al sol durante el amanecer, milenaria costumbre que aparece en muchas culturas.

VICUÑAS Y PLAYAS Su arquitectura ha permitido a las chullpas resistir varios terremotos, pero no a los huaqueos que provocaron que algunas se encuentren dañadas. Unas tienen acabados finísimos, otras son más rústicas, quizá para marcar una pauta según el estatus social de la persona que iban a enterrar. En varias de ellas las rocas tienen imágenes en alto relieve.

Sillustani se encuentra en la parte alta de una loma que mira al lago Umayo. En medio de él aparece una isla redonda en forma de estepa. Sus aguas son calmas y de color cambiante según la posición del sol.

Pregunto a una señora que vende artesanías en el sitio arqueológico si es posible llegar a la isla y caminar por ella. Unas horas después estamos sentados en un bote de madera junto a una vicuña navegando por las mansas aguas del lago. Todo es paz.

La isla es bella por todos sus puntos cardinales. Las vicuñas corren felices en sus campos de ichu, las vizcachas, del mismo color que las rocas, se esconden en recovecos. Hay alpacas y decenas de aves, entre ellas el zambullidor del Titicaca. La isla está rodeada de playas de todos los tamaños que te invitan a bañarte. Lo hacemos bajo la luz de un sol imponente.

Desde esta isla, que tiene el mismo nombre que el lago que la sostiene, la imagen de Sillustani es única. Torreones solitarios como quijotes adornando la cima de un pequeño cerro de piedra. No necesitamos más por hoy.

Lee más artículos de Iñigo Maneiro en nuestro blog Zona de embarque.