RUDY JORDÁN ESPEJO

Para nuestra rutina diaria, programada a base de economía de tiempo y atajos, emprender un viaje de doce horas a 40 km/h para cubrir los 340 kilómetros que separan a Lima de Huancayo no es precisamente una buena oferta.

Sin embargo, aquellos aventureros que dejan en casa el apuro y deciden comprar boletos de ida y vuelta en el Ferrocarril Central Andino (FCCA) para instalarse en las entrañas de los Andes peruanos, obtienen como recompensa una experiencia invaluable.

“Ya estamos acá, caballero nomás”, vocifera un pasajero mientras Lima despierta con las primeras campanas de la Catedral. Son poco más de las seis de la mañana y él, al igual que los 360 pasajeros locales y extranjeros que atiborran la Estación de Desamparados, luce legañoso y adormitado. No sospecha que al final del día no solo cumplirá con su deseo de conocer Ticlio, sino que acabará bailando el pegajoso Harlem Shake sobre uno de los vagones.

SECRETOS DEL TREN Solo en datos el FCCA es motivo de orgullo nacional: su construcción comenzó a finales del siglo XIX, tomó casi 40 años. Atraviesa 58 puentes, 69 túneles, 6 zigzags, pasa por el puente El Infiernillo y alcanza en la estación La Galera el punto ferroviario más alto de Sudamérica (4781 msnm).

“Es un gran trabajo de ingeniería”, dice un emocionado viajero australiano a quien le faltan manos para captar fotos de los estremecedores paisajes que se suceden en su ventana: campos de cultivo, nieve, ríos, cascadas, montañas. El contacto con la naturaleza, los pisco sour que se ofertan en la barra y el envolvente zigzagueo del tren lo ponen a uno en una especie de trance sobre una hamaca gigante.

Pero la ruta y el tren no son lo único admirable. Fernando Del Pozo, encargado de Prensa e Imagen del FCCA, asegura que, por sus accidentados caminos y sus repentinos cambios de clima, estamos ante “uno de los trenes más difíciles de conducir en el mundo”. Por eso es clave tener a alguien con nervios de acero de riel y mucho kilometraje. Alguien como Herbert Llerena.

Solitario en su cabina de conducción, se encuentra el maquinista –como se le conoce a quien conduce el tren- más experimentado del Perú. La vida de Llerena ha transcurrido literalmente sobre rieles. Mientras conversamos, algo sucede, jala el freno con pericia y la enorme serpiente de nueve vagones se detiene con elegancia. “Una llama se cruzó”, dice impávido. Retoma la marcha, me mira y dice riendo que “al tren hay que llevarlo de las orejas”.

Solo los colores y texturas que colorean primero el valle del Rímac y luego el del Mantaro justifican con creces las horas de viaje y soroche. Sin embargo, no es el único atractivo: un espectáculo de marinera a bordo, una parada con una orquesta típica en Matucana y un Harlem Shake como remate son también parte del recorrido.

Ahora es de noche, las estrellas se cuelgan en el cielo y estamos cerca de Huancayo. Algunos pasajeros siguen bailando, otros salen al vagón a tomar aire y hay quienes, vencidos por un día intenso, duermen complacidos mientras suena de fondo el repiqueteo incansable del tren.

Datos: El tren sale seis feriados al año y tiene dos clases: la Turística (S/. 350) y la Clásica (S/. 195). Ambas incluyen alimentación. Las salidas son seis veces al año, puedes ver el cronograma y comprar tu entrada aquí. Recuerda, la próxima partida será en junio.