Verónica Linares: En pañales
Verónica Linares: En pañales
Redacción EC

Fabio había terminado su primer año de nido y, para celebrarlo, con las otras mamás organizamos una visita a un minizoológico en un colegio de Surco. Mientras nosotras comíamos las galletitas, chocolates,  frutas y muffins de los niños, ellos correteaban alrededor de los pavos reales, monos y chivos.

De pronto, una mamá le preguntó a su hijo: “¿Thiago, quieres ir al baño?”  Todas nos sorprendimos porque la mayoría de niños no había cumplido aún los 2 años y era temprano para que dejaran el pañal. Con alegría la mamá nos contó que su bebé estaba usando calzoncillos.  

Entonces, se me ocurrió contarle a Fabio el megaacontecimiento, pero la mamá de Thiago me interrumpió con sutileza y aconsejó no presionarlo con el tema. La escuché con atención porque, además de no ser madre primeriza, las experiencias de las mamás del nido siempre han sido enriquecedoras.

Desde ese momento, he buscado mucha información sobre cuál es la mejor fórmula para que los niños dejen el pañal. La respuesta es sencilla y difícil a la vez: ninguna. Recuerdan esos inagotables minutos sentados en el bacín o el inodoro con el caño abierto, mientras tu mamá imitaba la caída de chorros de agua “pish, pish, pish”. Bueno, las cosas ya no son así.

Para empezar: la decisión no es del adulto sino del niño. No hay una edad o época específica para entrenar a tu hijo. Dejar el pañal pasa por un proceso de maduración neurológica, emocional y cognitiva.

Tu niño debe estar preparado para controlar los esfínteres de la vejiga y del ano. No es poca cosa aprender a controlar algo que no hemos visto ni sentido antes. Asimismo, debe estar listo para decidir hacer un alto en su juego
 –que es lo más importante de su vida– para ir al baño y luego reincorporarse.

Todo eso no depende del verano, de tener una niñera eficiente o de pedir vacaciones para estar en casa todo el día hasta que tu niño sienta que tiene ganas de hacer pis.

Por eso, he dejado que las cosas se den naturalmente. En el camino he encontrado nanas que me ven con malos ojos por no alentar a Fabio a usar el bacín; tías, primas y amigas que me resondran constantemente; y miradas inquisidoras de otras madres en los baños públicos mientras hago malabares para que Fabio entre en un cambiador de bebe: “¿Todavía no le sacaste el pañal?”

En abril, Fabio cumplirá cuatro años y sigue usando pañal. No solo de noche, no solo para hacer popó, usa pañal las 24 horas del día y parece que le encanta. Su prima hermana Francesca dejó el pañal hace un año y cada vez que ve a Fabio echado para cambiarlo, ella me pregunta por qué no usa calzón.

Yo le explico que Fabio usará calzoncillo cuando lo necesite, que aún no quiere y que cuando esté preparado me avisará. Fabio con absoluta convicción asienta la cabeza y dice: “Ajá”.

Con este calor infernal, sumado al juego inagotable en el saltarín, los columpios o el sube y baja, a veces tiene el pañal sucio por media hora, tiempo suficiente para ocasionarle tremendas escaldaduras. Y es ahí cuando lo fresh, cool y mamá moderna que respeta a su hijo desaparece. Anoche, por ejemplo, sufrió mucho porque no podía soportar ni el agua. Parecía que lo estaba torturando: “¡te suplico mamá, agua no!”

He leído que no es conveniente que el niño se dé cuenta de que los padres tienen interés en quitarle el pañal, pues podría querer dar la contra solo para tenerlos en sus manos. Pienso que quizá eso esté pasando con Fabio y no me refiero al sentido metafórico de la frase. 

Dejar el pañal significa también no necesitar del adulto para cambiarlo. Es subir un peldaño más rumbo a la autonomía. Le he prometido a Fabio estar más pendiente de su pañal durante el verano hasta que ya no necesite tener tan cerca a mamá.

 

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