Verónica Linares: Una pulga en la oreja
Verónica Linares: Una pulga en la oreja
Redacción EC

Miles de veces le he dicho a Fabio que cierre el caño mientras se cepilla los dientes. Él pregunta por qué y le explico que hay que cuidar el agua porque podría acabarse. Como a un niño de tres años eso no le parece muy importante, trato de ponerle ejemplos y le cuento que sin agua no podríamos jugar a cazar tiburones ni pirañas en la batea que improvisamos en el patio. Bien dicen que la manipulación nunca ha sido un buen método de enseñanza, porque nunca me hizo caso.

Sin embargo, esta semana la realidad logró lo que mamá no pudo y hoy, por primera vez y de manera espontánea, Fabio abrió el caño, llenó su vasito, cerró el caño y se enjuagó los dientes.

Durante cuatro días estuvimos padeciendo –como muchos peruanos– por la falta de agua, debido a los huaicos, lluvias torrenciales y desbordes de ríos. El baño olía feo, porque no podíamos usar los baldes con agua a cada rato, me vio llevando galoneras con agua a la casa de mi mamá y no fue necesario engatusarlo para bañarlo todos los días, porque no alcanzaba el agua. Ahora, su máxima percepción de la falta de agua fue cuando fuimos al grifo de la esquina de la casa a comprar un huevo de chocolate y quiso que le compre una botella de agua, pero no pude porque se habían agotado.

Llevé a Fabio a la casa para que tome el agua que había hervido y lo calmé diciéndole que pronto regresaría el agua. Mientras abrazaba a mi hijo llorando por la sed, no pude dejar de recordar el testimonio de unos niños en Huarmey. El reportero plasmó la necesidad de esa ciudad con una ingenua conversación.

Les preguntó si ya estaban más tranquilos con la ayuda que había llegado. Ellos, agradecidos, dijeron que sí: “a cada uno nos toca tres tapitas”.

Para ser sincera nunca imaginé que mi hijo iba a padecer por falta de agua. Pensaba –como dicen en los congresos internacionales sobre el cambio climático– que tal vez sus nietos o bisnietos pudieran empezar a tener problemas por el descongelamiento de los glaciares. Ese rollo de ahorrar el agua, porque algún día los ríos podrían secarse, lo decía sin mucha convicción, pero sucedió. Si bien los ríos no se secaron, se llenaron de lodo.

Lo vivido en las últimas semanas nos ha enseñado a grandes y chicos que la falta de agua es una realidad no muy lejana. Si los huaicos seguían, no iba a haber plata que hiciera que aparezca agua en el caño.

La Atarjea cerraba las compuertas y ese camión que llenaba tu cisterna no iba a llegar nunca. 

Ha sido aterrador ver la Plaza de Armas de Trujillo inundada siete veces, a los piuranos nadando para cruzar sus calles, a las empresas arrasadas por el agua en Carapongo, a los vecinos de San Juan de Lurigancho peleándose por agua, a una madre en Punta Hermosa llorando de impotencia porque las fuerzas no le alcanzaron para rescatar a su bebé de meses del huaico que se llevó su casa.

Pero El Niño costero, nombre de este fenómeno climático, empezó a irse. Seguro que en estos días ha necesitado ponerse medias, pantalón largo de pijama o taparse con sábanas para dormir porque hace menos calor. Tal vez se esté quejando de las mañanas frescas, pues teme que en Semana Santa se oscurezca y malogre su último fin de semana en la playa.

Pero ese viento está enfriando el mar, no subirá vapor al cielo y pararán las lluvias en la costa. Ya no tendremos que preocuparnos por la falta de agua. Qué regio, ¿no?

La llegada de las bajas temperaturas anuncian la época del friaje en Puno, Apurímac, Cusco. Como cada año en mayo, junio y julio morirán decenas de niños en las zonas altoandinas. Los más pobres del Perú, literalmente, se mueren de frío.

En marzo nos sacaron a golpes de la burbuja capitalina en la que vivíamos. Fueron semanas difíciles que pronto olvidaremos hasta que otra tragedia nos samaquee y nos haga recordar que somos pocos los privilegiados y que frente a los desastres naturales resultamos siendo más pequeños que una pulga.

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