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maricarmen

Por Jorge Chávez

El ritmo vertiginoso con el que acompaña sus días no le molesta, al contrario, para la conductora, actriz y cantante Maricarmen Marín es parte del sueño que ha perseguido desde niña. Su energía es contagiosa y se puede sentir cada vez que habla de un nuevo programa, una película o una gira, pues dibuja una sonrisa en su rostro y abre los ojos lo más que puede, como intentando emocionar a su interlocutor. “No me cansa lo que hago, ni me estreso. Es más, creo que ya aprendí a querer la tensión de mi trabajo, que es como un amigo que está ahí”, asegura tras una presentación en el centro comercial del que es imagen.

Al momento de evocar sus recuerdos, Maricarmen achina la mirada y de pronto se ve a sí misma cuando tenía diez años y cantaba las canciones de Thalía con un peine en la mano como si fuera un micrófono. Eran tiempos en los que anhelaba convertirse en artista. El camino para lograrlo no fue sencillo, pero tras cada experiencia, pequeña o grande, sentía que se acercaba un poco más a los escenarios. “He aprendido a sacar lo mejor de cada situación, sea buena o mala”, comenta. Ahora, cuando alguien se acerca a pedirle un selfie o un autógrafo, no duda y posa feliz porque sabe que lo importante es disfrutar de cada segundo.

¿Eres muy disciplinada con lo que haces?
Sí, soy exigente conmigo misma. Siento que no puedo dejar de producir ideas. De hacer las cosas que quiero comunicar. Disfruto mucho de lo que hago porque me apasiona. Y también he aprendido a decir que no; a tener que descartar propuestas que, aunque puedan ser maravillosas, debo dejar de lado porque no van con lo que hoy transmito, que está más orientado a lo familiar.

Entonces, ¿consideras que has alcanzado la madurez profesional?
Sí, definitivamente, y felizmente. A estas alturas tengo muy claro cuáles son los proyectos de los que quiero ser parte y los objetivos que quiero cumplir. Soy una persona persistente, que suele ponerse metas. He descubierto cuán satisfactorio es para uno ver cómo se van materializando tus pensamientos, sobre todo cuando permiten sacar lo mejor de los demás. Lo importante de alcanzar la madurez es haber aprendido de nuestras experiencias.

¿Qué es lo más difícil de trabajar en el mundo del espectáculo?
Aunque ahora siento mucha confianza en lo que hago, al principio no la tuve fácil. Comencé muy joven en este medio y siempre preferí trabajar sola, sin ningún manager que me represente, porque tomo mis decisiones por cuenta propia. Y cuando tenía 17 o 18 años varios productores me veían como una chica inexperta y no creían en mí. Mi reto era demostrar que era una profesional.

¿Es complicado mantener tu vida lejos del ojo público?
No tengo nada que esconder, soy bien simple. Saco a pasear a mi perro, voy de compras a la tienda, como cualquier persona. Pero sí, al estar expuesta tanto tiempo, hay cosas que prefiero guardarme. Ahora estoy viviendo un momento feliz, que se complementa muy bien con el laboral.

¿Cómo consigues ese equilibrio?
Ir a terapia me ha permitido resolver muchas dudas. Por eso acudo a un profesional que me ayuda a desenredar lo que no me puedo responder. Como personas, siempre vamos a tener dudas, pero podemos encontrar las respuestas descubriéndonos a nosotras mismas. He aprendido que no debemos detenernos en lo negativo. Si te equivocas, afronta el error y toma mejores decisiones. Rescata lo mejor de cada situación y disfruta cada momento, recuerda que el tiempo pasa muy rápido. No hay excusas para no ser mejores personas día a día.

¿Te autoanalizas con frecuencia?
He aprendido a tenerme paciencia, a no estresarme con cosas que no me suman. A entender que, por más que uno quiera algo, todo llega a su debido momento.

¿Te cuestionas, por ejemplo, no haberte casado
o no tener hijos?

No lo hago yo, pero es un tema que me preguntan desde que tengo veinte años. Considero que la realización de la mujer no pasa por casarte o tener hijos, va más allá. ¿Por qué tiene que ser así? A mí de chiquita también me contaron el cuento de La Cenicienta y felizmente entendí que era eso, un cuento, y que la vida real es mucho más.

¿Cómo se rompe ese estereotipo?
Hay varias cosas. Pero creo que todo comienza desde casa. A los niños, hombres y mujeres, hay que inculcarles que todos debemos respetarnos mutuamente y que tenemos los mismos derechos. Y a las niñas, especialmente, hay que decirles que no se deben dejar tocar por nadie ni deben aceptar piropos que las puedan incomodar. Y que si pasa, no deben callar. La única forma de cambiar esta sociedad es con mujeres más fuertes.

¿Crees que las cosas están cambiando?
Muchos problemas se han visibilizado, gracias a que mujeres que han sido discriminadas o han vivido episodios de violencia se están atreviendo a denunciar. Además, creo que las personas, poco a poco, estamos dejando de ser indiferentes con el tema. Hacer sentir nuestra voz puede convertirse en el motor para lograr la igualdad. Eso es algo que también he aprendido, pero aún falta muchísimo por hacer.

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