El partido que calentó la Guerra Fría

El 9 de setiembre de 1972, se jugó una de las finales olímpicas más intensas y polémicas de la historia.

Foto: Agencias.
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Redacción EC


Los Juegos Olímpicos de Munich 1972 habían sufrido una agitación inesperada. Un atentado terrorista y la superación de muchos récords fueron los hechos novedosos que matizaron este evento mundial. El azar había forzado un choque no programado: lo extradeportivo versus el deporte olímpico. Aunque opuestas, estas circunstancias conformaron el hilo conductor de unas Olimpiadas divididas entre la hazaña y la tragedia.

En Alemania se buscó regresar al cauce de lo estrictamente deportivo. Sin embargo, no se pudo escapar de los cruces de frentes antagónicos: la Unión Soviética y Estados Unidos, las muy opuestas superpotencias mundiales, coincidieron en la final de básquet.

Sobre el papel, aquel escenario estaba sobreentendido. Ambos países eran los líderes mundiales en este deporte. Era la Guerra Fría escalada a las medidas de una cancha de parquet con dos aros de hierro.

Los antecedentes

Los estadounidenses llegaban sobrecargados de argumentos. Habían ganado el oro en baloncesto desde que se incluyó este deporte dentro de las Olimpiadas de Berlín 1936. Es decir, ostentaban 7 medallas de oro y 63 victorias consecutivas. Más que un equipo invicto, era un contendor sin rivales a su altura.

Foto: Agencias.
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El quinteto soviético, en cambio, tenía la herida abierta. En 4 Olimpiadas consecutivas –1952, 1956, 1960 y 1964– padecieron al juego de los norteamericanos. Solo pudieron colgarse la medalla de plata, cayendo en la fosa de los más olvidados en la historia deportiva. La paternidad norteamericana era innegable.

La URSS había trabajado muy duro en armar y consolidar un equipo que le arrebate el oro de una vez por todas a su archirrival. La mente estuvo puesta en terminar su mala racha en finales, pero sin dejar de lado que Estados Unidos no conocía la derrota desde que, en la Era Moderna, se ve rebotar una pelota de básquetbol en los Juegos Olímpicos. Los soviéticos sabían que para hacer historia, primero tenían que romper con ella.

Foto: Archivo.
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El partido

Llegado el 9 de setiembre de 1972, el esperado partido entre los comunistas del este de Europa y los capitalistas del norte de América se jugó con mucha expectativa.

El desarrollo del juego tuvo una ligera inclinación hacia los europeos, quienes se mantuvieron adelante en el marcador durante casi todo el encuentro. Su asedio, sin embargo, fue bien resistido por una defensa norteamericana que no declinaba ante nada. Si bien hubo ventajas, fueron estrechas en todo momento.

El duelo tuvo su pico más pronunciado en los instantes finales. El pívot estadounidense Jim Forbes puso a su selección a un punto de alcanzar a la Unión Soviética. Faltando solo unos pocos segundos para el desenlace, el tablero electrónico proyectaba 49 a 48 para las tribunas y para el mundo entero. Este momento de acecho norteamericano fue aprovechado por Doug Collins, quien se dirigió como un torpedo hacia la canasta rival. Ante este arranque de velocidad, la recia defensa soviética arremetió contra Collins. Impidieron que marque un doble, pero al mismo tiempo le habían cometido una falta. Esto derivó en que la terna arbitral dictaminara la ejecución de dos tiros libres a favor de Estados Unidos.

A Doug Collins no le importó haber caído al suelo por la infracción de los soviéticos. Cogió el balón y se dispuso a lanzar. Marcó en los dos tiros libres. La gente de las tribunas invadió la cancha para celebrar el virtual triunfo. Los norteamericanos habían volteado el marcador a su favor: 50 a 49. Era la primera vez que tomaban ventaja en el partido. Y lo habían hecho para ganar. Aquel resultado no solo significaba el oro en Munich, sino también una demostración de superioridad geopolítica sobre la URSS en la Guerra Fría.

Foto: Captura de Youtube.
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Sin embargo, el cotejo no terminó en esa jugada. La solicitud de un tiempo muerto –momento para replantear estrategias o hacer sustituciones– hecha por el comando técnico soviético no había sido otorgada. Fue pedida antes de que se ejecute el primer tiro libre. Debido a la confusión por el ingreso de los hinchas a la cancha, el encuentro se paralizó. Los europeos rápidamente reclamaron.

Según las reglas de la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA) en esa época, solo estaba permitido solicitar tiempo muerto antes del lanzamiento del segundo tiro libre. A pesar de este precepto, el secretario de la FIBA, Renato Williams Jones, consideró que se debía indemnizar al quinteto europeo por no haber acatado su demanda. Fue por eso que se decretó la reanudación del juego.

El conjunto estadounidense, como era de esperarse, no estuvo de acuerdo. Pero poco o nada pudieron hacer. Williams ya había ordenado que se juegue 3 segundos. El tiempo que otorgó fue muy corto, pero podía ser decisivo. Además de la confusa situación que se presentó en este final, la polémica decisión es cuestionada hasta el día de hoy, pues no quedó muy clara la interpretación de la regla.

El árbitro central reinició las acciones. En un rápido saque por parte de los soviéticos, Mijail Korkia le dio un pase largo a Alexander Belov, quien estaba ubicado a pocos metros de la canasta. Este último dio un salto mucho más alto que los dos norteamericanos que lo marcaban. Cogió el balón y encestó para anotar el punto doble que le dio la ventaja final de 51 a 50 a la Unión Soviética. Ganaron la medalla de oro en básquet por primera vez. Lo hicieron doblegando al rival que le impidió estar en lo más alto del podio en 4 olimpiadas anteriores.

Foto: Captura de Youtube.
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La protesta

Estados Unidos no quiso perder su invicto olímpico de esta manera. Apeló formalmente el resultado del partido. Ese mismo día, la FIBA conformó un comité especial para analizar el caso. Luego, se elegiría al ganador por medio de una votación. La mesa estuvo integrada por Cuba, Puerto Rico, Hungría, Polonia e Italia.

El resultado fue de 3 a 2 a favor de la URSS.

Lo curioso fue que los votos emitidos por Polonia, Hungría y Cuba fueron para el país comunista europeo, dado que estaban bajo su influencia política. Por otro lado, Italia y Puerto Rico, más inclinados a la línea capitalista, votaron por Estados Unidos. Lo político soslayó lo deportivo.

La indignación fue muy fuerte por parte de los norteamericanos. Sintieron que les arrebataron injustamente un partido muy luchado. Como era de esperarse, los jugadores no dudaron en argüir hipótesis sobre un complot para verlos caer ante el mundo entero.

A modo de protesta, se rehusaron a recibir las medallas de plata. Estas, luego de 25 años, siguen bajo la custodia del Comité Olímpico Internacional. Están guardadas en Suiza, en unos compartimientos tan fríos como la guerra de la que eran partícipes.

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