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Natividad Pacora: la historia de la peruana de 107 años inmortalizada por El Comercio en 1937 | FOTOS
Conozca el relato de la mujer de 107 años que El Comercio entrevistó en noviembre de 1937: nació poco después de la Independencia, vivió su madurez durante la Guerra con Chile y, ya centenaria, fue testigo de la caída del dictador Augusto B. Leguía.
A la izq., la imagen de Natividad Pacora sentada, al lado de una de sus hijas; y a la der. la página de El Comercio de la entrevista, publicada el 6 de noviembre de 1937. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio, restaurada con IA)
Natividad Pacora: la historia de la peruana de 107 años inmortalizada por El Comercio en 1937 | FOTOS
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Natividad Pacora, nacida en Huacho en 1830, regresó a Lima en 1937, a los 107 años, tras ochenta de ausencia. Había vuelto a su tierra natal durante el gobierno de Ramón Castilla y quiso dejar memoria de su vida: los viajes entre Huacho y Lima, su infancia, sus catorce hijos —junto a decenas de nietos y tataranietos— y sus años en Supe, donde vendía pescado, chicha y tejía sombreros. El Comercio conversó con ella y dejó una gran lección de vida.
La encantadora Natividad Pacora conservaba una lucidez y una energía admirables, incluso después de cumplir un siglo de vida. Esta sencilla huachana evocaba aquel el “Perú tradicional” (o “Perú aristocrático”, diríamos hoy) que, hacia fines de los años 30, estaba desvaneciéndose irremediablemente.
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En 1937, Lima volvió a abrirle sus puertas luego de 80 años (la última vez que estuvo en la capital fue en 1857); la ciudad capital se dispuso a escuchar su voz serena y reconocer su memoria precisa, reviviendo y resumiendo un siglo entero de la historia casera del país.
Imagen de enero de 1937 de la fachada de la heladería Taormina, ubicada en la cuadra 5 de la Av. Manco Cápac, La Victoria. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio, restaurada con IA)
Por entonces, El Comercio se preparaba para celebrar su centenario. Faltaban apenas dos años para el gran acontecimiento (1839-1939), y el diario estaba deseoso de conversar con los miembros de aquella generación que lo había visto nacer. Ella tenía solo nueve años cuando apareció el primer número del Decano, por ello resultaba la interlocutora ideal para rememorar ese tiempo fundacional.
Doña Natividad recordaba a las mujeres limeñas de mediados del siglo XIX caminando con saya y manto, y a las gentes de andar pausado, pero firme. La Lima moderna de 1937, con su bullicio constante, le parecía otro mundo. Por eso, su visita fue un suceso periodístico: los hombres de prensa de entonces celebraron su serenidad, su sabiduría y el sosiego de sus 107 años.
NATIVIDAD PACORA: EL REGRESO INESPERADO
La noticia corrió de boca en boca: una anciana más que centenaria, llegada desde Huacho, volvía a pisar Lima después de 80 años. Pero no se trataba de una mujer cualquiera. Era la “eterna abuela” de una inmensa prole cuya descendencia llenaba con alegría la casa familiar, cerca de la “calle Pampa de Lara” (hoy cuadra 9 del jr. Puno, en el Cercado de Lima), donde sus hijas atendían una fonda criolla.
La foto completa de Natividad Pacora (sentada) y una de sus hijas (tuvo 14 hijos), en noviembre de 1937. Ella mostraba sus 107 años con orgullo (Foto: Archivo Histórico de El Comercio, restaurada con IA)
Intrigados por el fenómeno, los reporteros de El Comercio decidieron conocerla. La hallaron barriendo con ligereza, activa y de mente lúcida. Su vitalidad impresionaba, pero más aún su precisión al recordar: “Mi familia es un guarangal de gentes, he tenido catorce hijos, trece mujeres y un hombre. Mis nietos son más de cuarenta, y los bisnietos y tataranietos hacen una bulla de los mil demonios”, contó entre risas.
Detrás de aquella figura venerable que proyectaba Natividad se escondía una vida de trabajo y coraje. La abuela Pacora rememoró para el diario su infancia y juventud en Huacho, entonces un pequeño pueblo costero de casas de totora y ranchos de barro.
A los 18 años, hacia 1848, su madrina la había llevado a Lima. Viajaron en los viejos vapores con rueda hasta el Callao. “La portada era un paredón con puertas…”, relataba. El primer puerto era entonces un lugar “polvoriento y temido de noche”, poblado de ladrones y sombras. Todo le resultaba extraño, pero también emocionante: una aventura que marcaría el inicio de una vida larga y extraordinaria.
Los primeros autos que empezaron a circular por el Puente del Ejército, el 1 de enero de 1937. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio, restaurada con IA)
NATIVIDAD: ENTRE HUACHO Y SUPE
Poco tiempo permaneció en Lima aquella primera vez, a mediados del siglo XIX. Pronto regresó a las faenas de Huacho y luego a Supe, donde su vida transcurrió entre la venta de pescado, la confección de sombreros y la preparación de la popular chicha de la zona.
En la antigua hacienda San Nicolás en Supe, donde trabajaba junto a otros jornaleros, esta fuerte mujer encontró un pequeño mundo en sí mismo. “Don Domingo Laos y su esposa, doña Manonguita, eran justos con sus negros y chinos esclavos”, recordaba -con su característico modo de hablar- ese pasaje de su vida en la centuria anterior.
El relato biográfico de Natividad Pacora evocaba escenas repletas de sencillez: los viejos pescadores de la caleta, al norte de Lima, hombres de más de 70 años, dormían sobre la arena y al amanecer freían el pescado recién sacado del mar.
La sencilla Natividad Pacora fue noticia por un día, aquel 6 de noviembre de 1937. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
Curiosos avisos publicitarios qua acompañaron la entrevista de El Comercio a Natividad Pacora. (Fotos: Archivo Histórico de El Comercio)
Las largas jornadas se aligeraban con camaradería y pequeños rituales, como peinarse las trenzas o compartir anécdotas junto al fuego. A pesar de la dureza de la vida, la señora Pacora encontraba belleza en los gestos cotidianos y en los placeres simples.
Nunca aprendió a leer, pero su memoria y su intuición eran prodigiosas. Al rememorar aquella época de su juventud y adultez, todo en el siglo XIX, describía una Supe de autoridades locales elegidas entre los propios vecinos, de comunidades cimentadas en el respeto mutuo, donde las oraciones diarias agradecían el pan y la amistad era tan duradera como las fiestas patronales que llenaban las noches de música y algarabía.
Con voz trémula, la mujer centenaria evocaba los días en que caminaba con su canasta hasta la plaza de San Nicolás. En el galpón, compartía espacio con esclavos chinos y afrodescendientes. Allí, el trueque, la generosidad y solidaridad convertían la vida dura en un acto de humanidad colectiva.
Óscar R. Benavides, presidente del Perú entre 1933 y 1939. (Foto: Museo Militar de Lima)
SEÑORA PACORA: MEMORIAS DEL AYER Y HOY
Es justo decir que en Natividad Pacora no había nostalgia por lo perdido, sino asombro por el porvenir. Aunque ese regreso a Lima a los 107 años no le permitió conocer a fondo la Lima moderna, se fascinaba con los tranvías, los automóviles y la multitud que llenaba las calles. “Para los chicos, hay que tener cuidado; tantos carros que los pueden pisar...”, advertía con ternura, mientras recomendaba a sus bisnietos encomendarse siempre a Dios.
Su mirada tenía un brillo piadoso, testimonio de una fe profunda y constante. Con una sencilla señal de la cruz, se santiguaba con emoción. En sus palabras, se dibujaba el contraste de dos siglos: la serenidad de su niñez y juventud, frente al bullicio y vértigo de aquella Lima de los años 30 que parecía no descansar.
En ese “interviú”, ella repetiría que siempre debía agradecerse por los alimentos, respetar a los mayores y compartir lo poco que se tuviera. A sus 107 años, Natividad Pacora encarnaba la dignidad cotidiana del Perú anónimo, trabajador y solidario.
La foto que El Comercio le hizo en 1937 a Natividad Pacora y su hija, completa y coloreada por IA. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio, restaurada con IA)
Los periodistas de El Comercio se despidieron entre sonrisas y respeto. Habían encontrado en Natividad un símbolo viviente: un puente entre la vida sencilla del campo y el ritmo acelerado de la ciudad en progreso.
La longeva huachana dejó a los lectores del diario Decano una lección de humildad y gratitud, y eso se vio reflejado tiernamente en la entrevista publicada aquel sábado 6 de noviembre de 1937.
De esta forma, el país le rindió un homenaje periodístico, se si quiere; y, gracias a El Comercio, su historia quedó grabada como un encuentro entre generaciones y un testimonio de vida que aún nos inspira.