/ NoticiasInformación basada en hechos y verificada de primera mano por el reportero, o reportada y verificada por fuentes expertas.
Tranvías de Lima, 60 años después: la historia y nostalgia de un viaje que nunca se olvida | FOTOS
Aquel 19 de octubre de 1965 marcó el final de una era en Lima. Durante seis décadas, los tranvías eléctricos habían recorrido la ciudad uniendo barrios, balnearios y recuerdos.
Una escena cotidiana de los tranvías en el Centro de Lima, en enero de 1964. Menos de dos años después, en octubre de 1965, todo acabaría para los viejos y queridos tranvías. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
Tranvías de Lima, 60 años después: la historia y nostalgia de un viaje que nunca se olvida | FOTOS
Resumen generado por Inteligencia Artificial
La IA puede cometer errores u omisiones. Recomendamos leer la información completa. ¿Encontraste un error? Repórtalo aquí
×
Accede a esta función exclusiva
Resume las noticias y mantente informado sin interrupciones.
Los lectores de El Comercio supieron muy temprano, ese mañana del 19 de octubre de 1965, que nunca más verían a los tranvías eléctricos recorrer la ciudad. Lima los empezaría a extrañar ese mismo día. La noticia selló la despedida de uno de los símbolos más entrañables de la modernidad. La decisión, adoptada por la Municipalidad de Lima —bajo la gestión de Luis Bedoya Reyes— y la Compañía de Tranvías Eléctricos, respondía a los nuevos tiempos. Era el inicio de una etapa dominada por ómnibus y buses, que poco a poco reemplazarían el sonido metálico y el vaivén nostálgico de los viejos tranvías.
Con ese anuncio se apagó el sonido familiar de las ruedas de acero sobre los rieles y el zumbido del trole en los cables del tendido eléctrico. Lima perdía algo más que un medio de transporte: despedía una forma de vivir la ciudad, de sentir su ritmo y medir sus distancias.
Newsletter exclusivo para suscriptores
Gisella Salmón selecciona notas exclusivas con un enfoque especializado, cada lunes.
Era el final de un ciclo que había comenzado a inicios del siglo XX, cuando la llegada del tranvía eléctrico transformó la rutina y el paisaje urbano de la capital, marcando el pulso de su modernidad.
EL AMANECER ELÉCTRICO DEL TRANVÍA
El primer tranvía eléctrico llegó a Lima el 17 de febrero de 1904, durante el gobierno de Manuel Candamo. La ciudad, aún con su aire provinciano, calles empedradas y coches tirados por caballos, quedó maravillada ante la novedad.
Poderoso tranvía eléctrico de paso por la avenida La Colmena, en el Centro de Lima, el 6 de febrero de 1955. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
/ EL COMERCIO
Aquel día, las autoridades y la prensa celebraron con entusiasmo la inauguración del servicio que unía Lima con Barranco, y poco después con Chorrillos. Alcanzar una velocidad de 30 kilómetros por hora era, para la época, casi un símbolo del futuro.
El impacto fue inmediato. Los limeños de comienzos del siglo XX descubrieron que podían recorrer la ciudad en menos tiempo y sin el esfuerzo de los viejos carruajes. En los tranvías eléctricos, las señoras con sombrilla y los obreros del puerto compartían los asientos de madera barnizada.
Mientras eso pasaba, los colegiales observaban desde las ventanillas los campos abiertos que, con el tiempo, se convertirían en los nuevos distritos de Lima. Era el nacimiento de una urbe en movimiento.
En julio de 1961, escolares buscaban en la esquina de Bolivia y Paseo de la República las líneas de tranvía que los llevarían a sus domicilios. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
/ EL COMERCIO
El tranvía fue más que un vehículo: se convirtió en una metáfora del progreso. Su llegada electrificó la vida urbana y marcó el pulso de una Lima que empezaba a expandirse hacia el sur, siguiendo las líneas que conducían a los balnearios de verano.
Aquella nueva forma de movilidad impulsó el poblamiento de Miraflores, Barranco y Chorrillos, y con ello el auge del comercio, la vivienda y una nueva manera de habitar la ciudad. En las noches limeñas, el reflejo de los cables iluminados sobre los rieles parecía anunciar la promesa de una ciudad moderna. El “carro eléctrico”, como se le llamaba entonces, trajo consigo la sensación de que el futuro había llegado sobre ruedas.
EL VIAJE EN TRANVÍA: ENTRE RIELES Y RUTINAS
Con el paso de los años, el tranvía se volvió parte inseparable del pulso limeño. Sus rutas se multiplicaron hasta alcanzar el Callao, conectando el puerto con el centro de la capital. Cada jornada, miles de trabajadores, estudiantes y amas de casa abordaban aquellos vagones que avanzaban con el compás metálico de un reloj de hierro, marcando el ritmo cotidiano de una Lima en transformación.
Así también vivían los limeños aglomerados disputándose los tranvías en enero de 1964. Ya estaba cerca su fin. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
/ EL COMERCIO
Las crónicas de El Comercio en las décadas de 1920 y 1930 daban cuenta de la vida diaria de los tranvías: los pequeños accidentes, las demoras causadas por la lluvia o los debates municipales sobre las tarifas. Pero también reflejaban la admiración del público por la puntualidad y la limpieza del servicio.
Tanto fue el interés por la evolución de este medio de transporte, que en una edición de 1930, el diario Decano reseñó con asombro la invención en Francia de un “tranvía-avión”, un gesto que reflejaba el espíritu inventivo que animaba a las grandes ciudades. Lima, por entonces, se sabía parte de esa marcha de la modernidad que avanzaba sobre rieles.
En cada esquina había un punto de encuentro. El sonido de la campanilla anunciaba su llegada y los niños saludaban al conductor con una mezcla de respeto y alegría. Los boletos, perforados con precisión, eran pequeñas reliquias de papel que muchos han guardado como recuerdo.
Escolares colgados de los tranvías en los años 60. El sistema ya empezaba a colapsar. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
/ EL COMERCIO
En las horas pico, el tranvía se convertía en una escena coral de la ciudad: mujeres con canastas, estudiantes con libros y empleados con sombrero compartían el mismo vaivén. Los cables zumbaban sobre las avenidas mientras las ruedas cortaban el silencio matutino. Era una coreografía urbana que, sin saberlo, quedaría grabada en la memoria y la nostalgia de generaciones enteras de peruanos.
TRANVÍAS EN LIMA: LOS AÑOS DEL DECLIVE
A mediados del siglo XX, sin embargo, el progreso que una vez encarnó el tranvía comenzó a volverse su propio rival. Los automóviles y autobuses ganaban espacio, las calles se ensanchaban y el tráfico se volvió más caótico. El viejo sistema eléctrico, costoso de mantener, empezó a mostrar su desgaste.
Los informes municipales hablaban de pérdidas crecientes y de una infraestructura obsoleta. Los rieles se hundían en el asfalto y los cables se rompían con frecuencia. Algunos vagones eran ya reliquias de otra era, cubiertos por la pátina del tiempo y la falta de repuestos.
Los usuarios notaban los cambios. “Ya no llegaba tan puntual, ni tan limpio”, recordaría décadas después un antiguo pasajero que usaba la línea Lima–Barranco para ir al colegio. “Aun así, tenía algo que los buses nunca tuvieron: un sonido que te anunciaba el día”.
Los choques entre tranvías o estos con autos eran frecuentes. Así quedó uno el 29 de enero de 1961, en el Centro de Lima. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
/ EL COMERCIO
Hacia 1964, la Compañía de Tranvías Eléctricos empezó a reducir frecuencias. Se hablaba de modernización, pero lo que venía era un reemplazo definitivo. El tranvía se convirtió en una presencia cada vez más rara, un fantasma de hierro que recorría su trayectoria y se despedía a la vez.
El martes 19 de octubre de 1965, El Comercio publicó una breve, pero contundente nota: “No volverán a circular más los tranvías en Lima”. Con esa frase se cerraba una tradición de sesenta años. Aquella tarde, los últimos vagones recorrieron sus rutas céntricas por la avenida Grau y el Paseo Colón, casi en silencio, observados por curiosos que intuían estar presenciando un momento histórico.
Su retiro fue discreto, sin ceremonias ni discursos. Solo algunos empleados de la compañía y pasajeros fieles se acercaron para despedir a los viejos carros eléctricos. Las campanillas sonaron por última vez al caer la tarde, antes de que el ruido áspero de los camiones comenzara a desmontar los cables y postes.
Poco a poco fueron saliendo de circulación. La imagen de mecánicos tratando de poner operativo a esa tranvía que iba a Chorrillos es del 1 de enero de 1965. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
Hasta que el 19 de octubre de 1965, la noticia en El Comercio cerró un ciclo en la historia del transporte público de Lima. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
El cambio era irreversible. En cuestión de días, las avenidas que habían conocido el paso ordenado del viejo tranvía se llenaron solo de ómnibus y automóviles. Los rieles fueron cubiertos con asfalto, borrando los rastros metálicos que alguna vez dividieron las calles limeñas.
Pero la memoria no desapareció. Para muchos limeños, aquella fecha marcó el fin de una ciudad más lenta, pero también más amable, donde el viaje era también un espacio de encuentro, y no solo una carrera contra el reloj.
Hoy, sesenta años después de aquel final, el tranvía habita el territorio de la nostalgia. Algunas de sus piezas sobreviven en museos, y ellas completas en las fotografías del Archivo Histórico de El Comercio. Cada tanto, algún lector reconoce en esas imágenes un tramo de su infancia, una esquina perdida, un sonido que creía olvidado.
“Era otra Lima”, recuerda un antiguo pasajero de los años 50, cuando era colegial con uniforme caqui. “Era una ciudad que todavía olía a pan por las mañanas y donde uno podía ir de Barranco al centro viendo el mar por la ventana del tranvía”. Esa imagen —a medio camino entre el recuerdo y el sueño— es quizá la más fiel representación de lo que significó aquel vehículo eléctrico para varias generaciones.
Cinco días después del anuncio del cierre, el 24 de octubre de 1965 el alcalde de Barranco, Jorge Rocha, encabezó el levantamiento de rieles del tranvía en su jurisdicción. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
Con el paso del tiempo, Lima adoptó otros medios de transporte: buses Ikarus, omnibuses, microbuses, combis, colectivos informales, luego trenes interurbanos, Metropolitanos, Corredores... Pero ninguno logró ocupar del todo el lugar emocional del tranvía. Tal vez porque su presencia fue más que funcional: bordeaba lo estético.
Cuando el último vagón desapareció del paisaje, junto a su campana y su raspado sobre el acero de los rieles, Lima no solo perdió un medio de transporte: dejó atrás una parte de su propia melodía.