Redacción EC

Después de un duro y largo día en el trabajo apaga su computadora y le cuesta levantarse. Va a recoger los juguetes de sus menores hijos o nietos del suelo y se da cuenta cómo pasa una descarga eléctrica a través de su columna vertebral o simplemente gira en la cama y las lumbares se quejan.

Por lo tanto, si esto le pasa de manera constante, y por lo menos en tres meses, está claro: sufre un dolor de espalda crónico, por lo que es sugerible que comience con una terapia psicológica.

¿EL DOLOR DE ESPALDA TAMBIÉN ESTÁ EN NUESTRA MENTE?

Según los especialistas de la Universidad de Málaga, la respuesta es clara pero compleja a la vez: a pesar de que duele la espalda, la molestia no se encuentra físicamente en la espalda. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP, por sus siglas en inglés) precisa a este como una experiencia “biopsicosocial”, en la que el cerebro dirige su intensidad, frecuencia y duración.

Por lo tanto, esa experiencia generada por el cerebro es causada por el estrés, que puede ser físico (a consecuencia de una mala postura en el trabajo o haber alzado peso de forma incorrecta) o psicológico (problemas con compañeros que crean tensión muscular, insomnio y otros). Y también funciona de otra manera: las personas con dolor crónico suelen sufrir de depresión, ansiedad e insomnio que las sanas, contribuyendo a alimentar un círculo vicioso del que puede ser difícil escapar.

¿QUÉ INDICA LA CIENCIA?

Cabe señalar que siempre es bueno descartar una causa física en caso haya dudas. Por ejemplo, una hernia discal o un pinzamiento de los nervios espinales pueden causar mucho dolor y requerir atención médica o cirugía para calmarlo. Una vez desestimado esto, se puede pensar al dolor crónico de espalda como primario o como una enfermedad en sí, y no la consecuencia de otra dolencia.

Si es el caso, la evidencia científica sostiene los beneficios de las intervenciones psicológicas. En una reciente investigación médica, que incluía casi 100 estudios con más de 13 000 participantes, la investigadora Kwan-Yee Ho y sus colaboradores llegaron a la conclusión que la aplicación de psicoterapia junto con fisioterapia contaba con efectos significativos en la mejora de la función física y de calmar el dolor en personas con lumbalgia. Asimismo, encontraron que los programas que incluían educación y terapias conductuales mantenían los efectos a largo plazo.

En otro estudio parecido, contando con alrededor de 10 000 pacientes, el anestesiólogo alemán Johannes Fleckenstein y sus colaboradores investigaron los diferentes efectos de la fisioterapia al aplicarse sola o acompañada de tratamiento psicológico. Así encontraron que los programas de ejercicio físico en combinación con terapia cognitivo-conductual causaban los efectos clínicos más significativos.