Río 2016 todavía no es carioca
“La Olimpiada trae más que solo la Olimpiada”.
La ironía del lema de la Prefectura de Río ha sido captada por los afectados. Los males ocasionados por los Juegos Olímpicos –corrupción, desalojo y militarización- han sido repetidos una y otra vez en la previa, pero los preparativos han traído otra consecuencia inesperada en la Cidade Maravilhosa: frialdad e indiferencia.
El Parque Olímpico emerge de la tierra como un enclave ajeno al lugar que lo aloja. Ubicado en el terreno del viejo autódromo de Fórmula 1, el Parque pertenece, realmente, al barrio de Jacarepaguá. El verdadero Barra da Tijuca se encuentra al otro lado de la laguna. (Cuentan los locales que el cambio de nombre se debe a un esfuerzo municipal por elevar el precio de los predios).
La infraestructura de los grandes coliseos refleja los niveles de esterilización que sufre la zona. Incluso lo que queda de Vila Autódromo –la comunidad de invasores desalojados a la fuerza- ha sido pintado de blanco, asimilado a las carpas de control y depósito del Parque Olímpico.
En los alrededores, el público tampoco siente nada en especial por los Juegos. A diferencia del mundial de fútbol, pasión y locura de los cariocas, la creación de espacios para deportes que no practican, así como la prepotencia de su ejecución, han ocasionado resentimientos que una fiesta extranjera no puede curar.
En el paradero del transporte público –el Transcarioca-, la gente empieza a perder la paciencia cuando ve pasar bus oficial tras bus oficial, todos semivacíos, y ninguno que los lleve a casa. Los buses BAC, los más numerosos, movilizan a los atletas y a los periodistas que se alojan en los hoteles oficiales. Los que no, tomamos el BAC al hotel más cercano y andamos a pie hasta nuestros respectivos hogares temporales.
TIEMPO AL TIEMPO
Saulo, mi anfitrión de Airbnb, pasó tres horas de su miércoles atrapado en el mismo bus que me dejó en el Parque Olímpico. La ciudad no se da abasto, especialmente en la zona del Centro y Copacabana, y el prefecto ha dado el jueves como feriado. La antorcha y los turistas necesitan llegar a sus destinos.
La previa de los Juegos Olímpicos está llena de ese tipo de medidas temporales. Los paneles publicitarios de la avenida Abelardo Bueno, adyacente al Parque, advierten al público de algunos cambios en las rutas. En la zona, el tránsito peatonal ocurre en unos puentes aéreos a 5 metros del suelo, hechos con andamios de metal y de apariencia poco segura. Cada 50 metros, tres militares conversan relajados, AKM en mano.
De noche, la policía montada sale a hacer su propio ensayo general. En el apuro de la preparación, los caballos tenían muy claro su papel: cagarse en toda la vereda.
La espontaneidad es bienvenida, y podría ser lo que ocurra una vez que todo comience. Los reclamos suelen apagarse rápidamente en cuanto empieza el evento y, después de todo, esta es la ciudad de la hospitalidad. Está en su naturaleza. Los Juegos Olímpicos de Río, con su infraestructura vacía y sin historia, están a unas horas de encontrar su alma.