"Campeones por naturaleza", por Jerónimo Pimentel. (Foto: AFP)
"Campeones por naturaleza", por Jerónimo Pimentel. (Foto: AFP)
Jerónimo Pimentel

Qué difícil es sacar conclusiones de un partido resuelto con dos ‘bloopers’ y una genialidad. Las tribulaciones tácticas y los desempeños individuales, de alguna manera, se vuelven irrelevantes cuando Bale hace un gol de chalaca en una final de Champions y Karius, en la peor noche de su vida, regala goles tan tontos que quien escribe no recuerda haberlos visto ni en los campeonatos de Adecore de los 90, donde todo era bobo y precario.

La reflexión tiene algunas conclusiones inevitables, obvias: hay error en Klopp en confiar el arco al joven alemán teniendo a Mignolet en banca (todos somos generales después de la batalla); hay mérito en Zidane en incluir al prodigio galés a mitad del partido. Pero ello dice poco de un encuentro que se resiste a ser evaluado en términos épicos, menos aun después de la lesión de Mo Salah y el apagón creativo de Cristiano Ronaldo. O al revés, mucho. Real Madrid campeonó porque tiene a Navas en vez de Karius y porque pudo reemplazar a Isco con Bale; en cambio, ante las malas artes de Ramos, Klopp solo pudo encontrar en el banco a Lallana, un jugador que con suerte podría destacar en alguna liga regional inglesa.

¿La grandeza del Real Madrid, luego, se puede definir como la capacidad de no fallar en los momentos justos y de influir en el quiebre psicológico de sus rivales? En este mismo torneo, hace pocas semanas, Ulreich, el guardameta del Bayern Munich, puso su cuota de torpeza ante los españoles para desprestigiar el posicionamiento histórico de los arqueros alemanes, hoy por los suelos. Suena a psicologismo, pero no deja de ser una lectura válida. Se requiere sondear las mismas honduras mentales para explicar la grandeza de Zizou, un francés tranquilo que, sin aspavientos de rock star, transmite en sus jugadores la inevitabilidad de la victoria. El director técnico de perfil bajo ha obtenido logros que se le resisten incluso a quienes reinan mediáticamente en su profesión. ¿Tres Champions seguidas? Parecen noticias de otras épocas. Ni Guardiola ni Mourinho ni Ancelotti ni Allegri ni, por supuesto, Klopp han sobrevolado cielos tan blancos. El fútbol moderno exige que una parte de ese mérito sea del entrenador, así no podamos identificar su brillantez táctica.

A ciertos hinchas del fútbol –a los que no tienen el gusto de ser madridistas, claro–, estos méritos les suenan a poco. El Real Madrid de Zidane no ha redefinido el fútbol, no ha creado escuela, se resiste a ser intelectualizado, no es colectivamente estético ni se llena la boca de ideologías rebuscadas ni de grandes palabras para dotar de sensualidad a su desempeño deportivo. Pero gana, lo que, por si a alguien se le ha olvidado, es el propósito de este juego. ¿O no? Abrir una discusión que revise la importancia del triunfo es un abismo al que, al menos hoy, nos resistiremos

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