Jerónimo Pimentel

es el delantero perfecto. Hoy, el mejor del mundo.

Sobras las razones para el entusiasmo. La principal es que ha elevado la posición a una dimensión en la que asistir y anotar no basta para describir su peso en el juego. Benzema hace lo que se espera de un 9 en el Real Madrid (lleva 217 goles en 412 partidos con los merengues, un impresionante ratio de 0.52), pero a la vez suple la función del 10 tradicional, del segundo delantero y si es indispensable puede hacer incluso de extremo, como era su costumbre hasta hace unos años. Ni Mbappé ni Haaland tienen esa versatilidad, aunque ambos lo pueden superar en aspectos puntuales (potencia, desborde, juego aéreo). Los veteranos, ahora, están lejos: Leo Messi no termina su adaptación en París, a Cristiano Ronaldo le detiene el mal momento del Manchester United, mientras que Lewandowski es un goleador de área, pero no más.

Algo adicional sorprende del francés: su curva de rendimiento parece mejorar con la edad. Son pocos los futbolistas que se hacen más finos con el tiempo. El pico del jugador de campo está entre los 26 y 32 años, las lesiones acumulan facturas difíciles de pagar después de esa edad, se pierden algunos atributos como la velocidad y la resistencia, o se desciende el nivel competitivo en clubes de ambición menor. Existen algunos casos, sin embargo, en los que la versión de 34 años puede ser mejor a la de 24. En la volante es más usual (Giggs, Milner) y en la defensa no es extraño (Chielini, Dani Alves), pero en la delantera es muy raro. Se podría argumentar que Paolo Guerrero es uno de los escasos ejemplos, junto a Roger Milla. Sería un debate largo.

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En el caso de Benzema, se puede rescatar una virtud adicional: nunca tuvo problemas para liderar, como lo hace ahora, ni para adaptarse a los pasos de una superestrella, como Ronaldo, a quien asistió 47 veces a lo largo de una década. La ductilidad no es frecuente. Lo usual es que un equipo se tenga que armar alrededor de una figura para aprovechar lo más posible un talento excepcional. Cuando eso no ocurre, suele haber problemas. Si se analiza con detenimiento al PSG de Pochettino, por ejemplo, es claro que su estructura táctica no cuaja porque sus movimientos ofensivos se “dispersan” entre Mbappé y Messi, ninguno de los cuales acepta un lugar subordinado frente al otro (como si lo ha hecho Neymar, algo que se le reconoce poco). El problema de la abundancia desaparece, en cambio, cuando el individuo entiende su rol en la función colectiva. Benzema es un paradigma de ello, Mané otro. Los memoriosos recordarán a Zamorano en el Inter.

Finalmente, los recursos al definir. Podemos centrarnos en la apreciación y destacar sus desplazamientos, la inteligencia en el contragolpe, la capacidad para atacar al espacio, incomodar a los centrales, anticipar defensas y arqueros, jalar marca. Pero ni así estaríamos cerca de referir la elegancia de su técnica exquisita. Quienes se ganan la vida con un balón deberían estudiar sus atributos menos visibles, como el balance al disparar con su pie menos hábil o su colocación al cabecear.

¿Sombras? Muchas. Ahí donde el barrio fue aprendizaje, lucha y calle, también lastró. Dos episodios extrafutbolísticos marcaron la vida deportiva de Benzema, quien nunca logró autonomía sobre su entorno: una acusación por usar los servicios de una prostituta menor de edad, que a la larga fue archivada; y una sentencia por complicidad en el chantaje a un compañero suyo de la selección francesa, Valbuena, quien era extorsionado por una banda que le requería dinero a cambio de destruir un vídeo sexual. Este último escándalo implicó que su tensa relación con Les Bleus (no le gustaba cantar La Marsellesa) explotara: la federación gala lo declaró inelegible y se perdió 6 años sin representar a su país natal, lo que en lo práctica lo privó de ser campeón del mundo en Rusia. El tardío apogeo de Benzema, sin embargo, ha tenido el efecto de pasar por alto su archivo policial y su probada falta de códigos. La adoración deportiva es así: antepone el gol a la moral y el perdón sucede al aplauso. Va despistado quien busque entre ídolos a una buena persona.

Para él, los retos por delante no son pocos.

El próximo miércoles buscará la revancha ante el City de Guardiola, un club hecho con petrodólares que tiene todo salvo la sensación de estar predestinado para la gloria europea. Los de Ancelotti son su opuesto perfecto: su necesidad de grandeza los transforma: tienen la mano dura y los intangibles a favor (localía, historia, camiseta). El 4 a 3 de la ida dio la medida de cómo las armas de los competidores, esta vez, no se contrarrestan, suman. Hay que estar un poco loco para dar por perdido al Real Madrid en el Bernabéu en una semifinal de Champions League.

El segundo reto es más difícil aún: ganar la Copa del Mundo en Catar. La lógica diría que una selección que pudo llegar a la cima sin Benzema es la favorita para repetir ya con él. Sí. Pero tan cierto como eso es que en el fútbol la lógica nunca ha servido de nada.

Jerónimo Pimentel es escritor y periodista

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