Andrés Iniesta y Lionel Messi. (Foto: AP)
Miguel Villegas

Tenía todo en contra: la talla, la voz, el pelo. Como Maradona en los ochenta. era un muchacho de provincia que había llegado a La Masía en 1996 para probar que, como Bochini o el mismo Diego, podía ser un crack sin necesidad de estar lleno de músculos o usar el pelo largo con gomina.

Y ahora que se va, con 34 años y 31 títulos, todos los que son niños y se le parecen, tienen un póster en el cual mirarse.

Tenía 12 años y había sido figura en el Torneo Nacional Alevín de Fútbol 7 de Brunete. Su padre era del Madrid pero el radicalismo no lo nubló: Barcelona –que alguna vez había fichado a un hombre parecido en 1982 al que llamaban Pelusa- vio en él lo que solo algunos detectan: una promesa. La familia Iniesta aceptó. Tiempo después hizo lo mismo con Messi, solo para confirmar que ahí adentro no solo se enseñaba a jugar al fútbol, se lo admiraba.

Un titular grosero apareció tras sus primeros juegos en el Barza B, en 2002: “Es un invento”. Iniesta todavía no había marcado el gol con que España salía por primera vez campeón del mundo en el 2010. Un hombre de su posición (y precisión), Juan Román Riquelme lo apoyó en los vestuarios y se enfrentó a todos en público. Lo bancó: “En las canteras hay un talento: se llama Iniesta y va a jugar mejor que todos nosotros”.

Las razones de Román se asentaban, básicamente, en sus ideas. 1) Para jugar al fútbol no se necesita ser grandote, sino dar la talla. 2) No el que corre más, corre mejor. 3) Los partidos se ganan en los medios, es decir, con la pelota. Visto desde el cielo, Andrés Iniesta no parece futbolista: es un ingeniero que sabe de memoria los planos del campo, los puntos ciegos, las curvas, el piso. A ras de campo, ni la cámara de ultra definición descifra ese pacto con la pelota. Tampoco descubre qué hay debajo de los zapatos, cuando corre un poco y parece que va en patines.

Herencia del Fútbol Total de Holanda – es decir, de Rinus Michels, Cruyff y Guardiola-, Iniesta entendió el medio del campo como un lugar a colonizar. Quizá los fanáticos del héroe y el villano –es decir, del goleador y el arquero, según corresponda- alguna vez lo hayan visto como un tipo aburrido: se solaza con la posesión, al punto que siempre quiere tener la pelota. Más que jugar, la colecciona. Parte de ahí, de ese mediocampo para encontrarse con Xavi –cuando estaba- y luego con Messi para hacer del Barcelona el club más inolvidable de los últimos 30 años. El plan se repetía con distintos entrenadores y diferentes canchas, y por eso mismo es más notable: todo el mundo sabía cómo jugaba Iniesta pero nadie lo pudo anular.

“Esta temporada es la última… la última aquí en Barcelona”, dijo hace unas horas, quebrado como uno imagina a un niño cuando se le pierde su único juguete.

Tiene razón. Pero lo que se acaba así se reinventa: ahora más muchachos como él, con todo en contra, pueden darse el caro lujo de soñar despiertos.

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