(Foto: La Vanguardia)
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Jorge Barraza

Copa América, encuentro Chile-Colombia en el Arena Corinthians, novísimo coliseo inaugurado para el Mundial 2014. Primer acto: cuando se aproxima la hora de inicio, subimos a la tribuna de prensa, en el noveno nivel (hay uno más alto todavía, el 10). Desde ahí arriba, los jugadores parecen muñequitos de torta. Un conjunto de hormigas amarillas luchando contra otro de hormigas rojas. Hay aproximadamente cien metros desde dicha ubicación hasta el borde del campo de juego. Y si la pelota circula por la banda de enfrente, ciento sesenta, o más. Conclusión: no se aprecia nada, no como corresponde a quien debe hacer un análisis del juego. El segundo acto fue tomar el ascensor, bajar rápidamente al centro de prensa y desde allí ver el choque en amplios televisores, donde la imagen no sólo es nítida y cercana, además hay repeticiones de las jugadas importantes o polémicas.

Si lo primero que pensamos estando en un estadio gigantesco de esos es “qué bueno sería tener un monitor a mano” significa que el fútbol, cada día más, se está convirtiendo en un espectáculo eminentemente televisivo. La TV colonizó al fútbol porque se trata de un negocio fabuloso, sobre todo desde que existe el PPV, pagar para ver. Pero también porque ofrece un producto de alta calidad. Llevó las transmisiones a un nivel de excelencia que, ver fútbol de manera presencial, en un estadio, no tiene comparación alguna a verlo por la pantalla.

Nos hemos quejado del poco público en los escenarios brasileños en esta Copa América. También seamos justos: ¿es mejor ir al estadio…? ¿Vale la pena todo lo que involucra una excursión de ese tipo para ver Catar-Paraguay…? Definitivamente, estadio y TV son dos experiencias muy distintas. Y la TV le está sacando cada día mayor ventaja a la visión presencial. Antiguamente, cuando no se televisaban los partidos o en tiempos en que las transmisiones eran pioneras, en blanco y negro, con una sola cámara, visión borrosa y elemental, si uno deseaba ver bien el fútbol era indispensable asistir al juego. Ahora cambió radicalmente el tema. Es un incordio ir a la cancha. Sobre todo, en las grandes ciudades, y en los grandes estadios, donde la visión se reduce porque la distancia con el campo es lejana (lo experimentamos especialmente en el Camp Nou, un gigante para 99.354 espectadores). Nos lo decía Tostao, que vive en Belo Horizonte y es analista de Folha de São Paulo: “No voy al Mineirão porque lo que me interesa es ver bien el partido, entonces lo miro por TV”.

Es lo que acontece cuando vamos nosotros. Ante cada situación dudosa llamamos a algún amigo o a un hijo: ¿Fue penal…? Del otro lado: “No, ni lo tocó”. Ahhh… Al rato, de nuevo: ¿Estaba offside…? “No, perfectamente habilitado”. No pegamos una. Ven mejor los que se quedaron en casa que quienes fuimos al estadio. Y se enteran de todo. Mientras esperábamos en el palco de prensa del Monumental el comienzo del malogrado River-Boca por la final de la Libertadores, recibimos la llamada de un familiar preguntando: “Vos que estás ahí, ¿es cierto que se suspende?”. No, ¿por qué? “Acá en la tele dicen que no se juega y están mostrando que hay incidentes fuera del estadio”. Los sesenta mil de adentro estábamos en ascuas, quienes lo miraban por TV tenían la noticia al instante. Nos dice un amigo colombiano: “Mi hijo, cuando vuelve del estadio, lo primero que me pregunta es ¿quiénes hicieron los goles…?”

Lo experimentamos una vez más días pasados en el Maracaná. Ir al estadio insume entre seis y siete horas (si no hay alargue y penales), hay que luchar primero con el tránsito, encontrar lugar donde estacionar, resolver el engorro de las entradas, el elevado costo de las mismas, comer algo y que se lo cobren a uno tres veces más de lo que vale, soportar el frío o la lluvia, que en el sur son frecuentes ambos… Por eso, cada vez con mayor asiduidad nos preguntamos, al menos en Sudamérica: ¿vamos al estadio o lo vemos por tele…?

Verlo por televisión es una experiencia muchísimo más grata, sin duda. Más cómoda, sobre todo, no genera problemas climáticos, no se gasta un centavo en entradas, en traslados ni en comidas, es posible ver todas las repeticiones a gusto, y si ya pasaron las mejores jugadas, volver la imagen atrás. Se pueden apreciar las incidencias en 30 cámaras, en un aparato de 55 pulgadas, en 4K, plácidamente sentado en un sillón, sin discusiones posibles con otros hinchas, sin inseguridad en las afueras del estadio, invirtiendo apenas 1 hora y 50 minutos, máximo dos horas y no seis o siete como cuando se va al estadio y se vuelve cansadísimo. No hay problemas a la salida, tampoco con los embotellamientos. Además, se puede ver el otro partido que comienza enseguida, en tanto quien fue a la cancha no puede hacerlo porque está en medio de un trancón regresando a casa. Desde luego, se pierde el calor del hincha -cuando hay muchos-, la atmósfera de un estadio lleno, las reacciones del público. En cambio, se ganan otras cosas; muchas.

La baja de asistencia al fútbol en casi todo el mundo (excepción de Alemania e Inglaterra) se debe justamente a estos dos factores combinados: la incomodidad y el gasto que genera lo presencial y las bondades y la gratuidad del producto televisivo.

Uno va a querer ir una vez o dos por año al estadio para palpar la sensación de estar ahí, el resto lo mirará por TV. Eso acontece cuando vamos a España, por ejemplo, sentimos la necesidad de ir al Camp Nou o al Bernabéu para vivir la experiencia de un partido allí, en lo que consideramos el centro del mundo futbolístico. Además, en Europa es, por regla general, más agradable ir al fútbol. Al estadio del Barcelona o del Real Madrid, en espléndidas ubicaciones ambos, uno puede llegar de diversas maneras, la más cómoda es en el metro; los alrededores están llenos de bares y puestos de venta de souvenirs deportivos, todo en un ambiente pacífico y festivo. En Alemania es espectacular, es una salida familiar, con comida incluida, en un espacio de alto confort, por eso refaccionan los estadios cada tres o cuatro años. Es como salir de paseo o ir a un centro comercial, por eso tiene el récord de asistencia al fútbol. Y en Inglaterra igual. Todo ello sin contar el producto: allá están los mejores futbolistas y entrenadores del mundo, por tanto, una cierta garantía de buen espectáculo.

Hay cada vez más población, nuestras capitales se van transformando en megaciudades. De modo que siempre habrá público para poblar las tribunas. E hinchas que quieran alentar. Pero no será porque resulte más cómodo ni conveniente ir al estadio. Ya no.

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