Hace unos días la Premier League denunció al Manchester City por cometer 101 infracciones contra las reglas del fair play financiero. Es una denuncia que continúa un antiguo pleito entre ambas instituciones, el mismo que tuvo como hito inhabilitar al club inglés de participar en las competiciones de la UEFA en el 2020, sanción que el TAS levantó a cambio de una multa de 10 millones de euros, no porque no encontrara culpabilidad, sino porque consideró que las faltas habían prescrito. Esta vez el correctivo puede ser más drástico: pérdida de puntos, de la categoría o incluso expulsión.
No sorprende que Inglaterra esté estremecida por la gravedad de la denuncia. Mientras en el resto de Europa, ya sea por crisis económica, conservadurismo administrativo o fiscalidad internacional, los clubes buscan sanear cuentas y mantener un perfil menos bombástico, en la Premier League el último mercado de transferencias de invierno fue una grotesca exhibición de derroche monetario. Los clubes de la isla desembolsaron 898 millones de dólares, casi 7 veces más que la liga francesa, que gastó en total 132 millones. Mucho más atrás, la Bundesliga compró por apenas 86 millones de euros, una cifra que ni siquiera cubre lo que el Chelsea pagó por el ucranio Mudryk (100 millones) o el mediocampista argentino Enzo Fernández (131 millones).
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¿Por qué los clubes ingleses pueden gastar tanto? Hay razones estructurales, sobre todo dos: por un lado, es la liga que más recauda por derechos televisivos y también la que tiene el reparto más equitativo entre clubes; por otro, es el fútbol que mejor atrae a los inversores extranjeros que buscan en este deporte prestigio, glamour, inserción en Europa o importancia global. Mientras en España o Italia la mayoría de clubes aún mantiene el viejo sistema societario, en Inglaterra es casi una rareza: los petrodólares rusos, los multimillonarios norteamericanos aburridos, los nuevos ricos chinos o los emires con ganas de networking occidental han hecho fila para hacerse de los emblemas británicos.
El resultado tiene un lado atractivo en tanto la Premier League ofrece un combo perfecto: una mezcla de tradición con modernidad, lo mejor de pasado y presente. Pero lo negativo no es poco: un estudio del Observatorio de Fútbol CIES informa que 9 de los 10 clubes que reportan más déficit en el saldo de compra y venta de jugadores en los últimos 5 años son ingleses, con el Chelsea a la cabeza y el Manchester United de escolta. En España existen medidas para limitar los salarios (no puede superar al 70% del gasto total), pero en Inglaterra no, lo que permite planillas estratosféricas: De Bruyne recibe 21 millones de euros al año, mientras que Haaland cobra dos millones menos.
De aquí en adelante el Manchester City enfrenta un proceso sensible que no solo pone en cuestión las herramientas con los que consiguió su éxito deportivo durante el último lustro (se denuncian dobles contabilidades, arreglos contractuales bajo la mesa y un largo etcétera), sino también su modelo institucional. Las consecuencias pueden ser duras: o se consolida una manera de hacer negocios o se reivindica la idea del juego limpio financiero como camino a la sostenibilidad de largo plazo. Pronto lo sabremos.
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