“Si en la cancha no hay luces, en el vestuario del Manchester United se vive a oscuras. La conexión entre Mourinho y dos de sus referentes está rota”. (Foto: AFP)
“Si en la cancha no hay luces, en el vestuario del Manchester United se vive a oscuras. La conexión entre Mourinho y dos de sus referentes está rota”. (Foto: AFP)
Guillermo Oshiro Uchima

Old Trafford ha dejado de ser el teatro de los sueños. Para los resignados hinchas mancunianos, la igualdad sin goles del United ante el Valencia significa una vida más para Mourinho; para los optimistas debe ser el colofón de un proceso que no encuentra paliativos para curar un mal endémico que ya carcomió las fibras más íntimas de un plantel que se quedó sin resortes emocionales para salir del coma futbolístico. Visto desde cualquier lugar de la grada, la percepción es que el portugués perdió su toque mágico. Hoy no tiene la capacidad de revertir la triste realidad de un club que salió de su saludable zona de confort, tras la partida de Alex Ferguson, para ingresar a cuidados intensivos.


Los ‘Red Devils’ tienen muchas dudas y escasas certezas. Su patrón de juego es tan primitivo como chocante para un club de su alcurnia en tiempos modernos. Combatir la falta de ideas con pelotazos solo aleja el peligro de su área por unos segundos, mas no permite acercarse al triunfo. Preferir el músculo de Fellaini por sobre la cabeza pensante de Mata, por ejemplo, le pasa factura cuando Pogba busca socios sin éxito. Y si en la cancha no hay luces, en el vestuario se vive a oscuras. La conexión entre el técnico y los jugadores está totalmente rota. Al menos con dos de sus referentes futbolísticos. Pelearse con Pogba y Alexis Sánchez fue un mal cálculo político para ‘Mou’. Culparlos tácitamente del penoso andar del United ha tenido serias consecuencias: no muestran rebeldía en el campo, donde están huérfanos porque la cabeza no les ofrece las herramientas necesarias.


La única forma de maquillar el pésimo momento colectivo de su equipo era precisamente con destellos individuales de sus cracks de mayor jerarquía. Ellos son los que deben generar ese juego asociativo en un once que tiene poco ingenio para trasladar balón. Lo que llama la atención es el cambio de manual de ‘Special One’. Acostumbrado a arropar a sus jugadores, siempre lograba lo mejor de ellos. Ese método le permitió saborear momentos sublimes cuando el triunfo era el plato diario de su menú. La desesperación parece haberlo llevado al otro extremo, con reprimendas públicas para que sus pupilos queden expuestos a la crítica. Al francés lo degradó de segundo capitán a un soldado más, aunque fue él mismo quien justificó los más de 100 millones de euros que se pagaron por el volante. Al chileno lo relegó al banco como castigo por su poca eficacia goleadora.


El discurso hipnótico de ‘Mou’ no encuentra respuestas en su plantel. Ya no es el encantador de serpientes capaz de convertir un once de obreros, normalito nomás, en un equipo campeón. Desde que llegó a Old Trafford en el 2016 el declive de su carrera empezó irremediablemente. Para graficar mejor su presente, el jugador que simboliza a su United es Fellaini, un carrito chocón que reemplaza la ausencia de virtudes futbolísticas con fuerza y juego aéreo en el área rival.


Pese a que su contrato expira en junio del 2020, su tiempo en el United ya caducó. Lo único que lo mantiene aferrado al banco es la indemnización por despido que ronda los 25 millones de euros. Gracias a él Old Trafford dejó de ser un lugar para soñar. Ahora es el teatro de las pesadillas.

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