"Recuerdos y secretos en primera persona", por Diego Maradona
"Recuerdos y secretos en primera persona", por Diego Maradona

Les habla , el hombre que le hizo dos goles a Inglaterra (un día como hoy hace 31 años) y uno de los pocos argentinos que saben cuánto pesa la Copa del Mundo.

Yo he cambiado mucho, es cierto, y muchos hablan de mis contradicciones. Pero en algo no cambié ni me contradije: cuando me decidí a jugarme por una causa, lo hice y lo di todo. Por eso digo, hoy, que me hubiera gustado que, tantos años después, Bilardo hiciera por mí lo mismo que en su momento yo hice por él. Nada más. Que se hubiera jugado por mí como yo me jugué por él. Porque él sabe mejor que nadie cómo me jugué en medio de la guerra del menottismo contra el bilardismo y del bilardismo contra el menottismo. Me jugué por una causa que tenía que ser de todos. Puse la camiseta por encima de mis gustos, porque a mí el ‘Flaco’ me llegaba al corazón, aunque no lo dijera públicamente. El resto está en la historia. Y cada uno lo recuerda como lo siente, como le sale. Por eso digo que esta es mi verdad, la mía. Que cada uno tenga la suya. Lo único que puedo gritar, para que todos escuchen, y lo único que puedo escribir, para que todos lean, es que tampoco me olvido de que, cuando decía que íbamos a ser campeones, me trataban de loco. Bueno, tan loco no estaba, ¿no?: al final, salimos campeones.

Si era por los argentinos, teníamos que salir con una ametralladora cada uno y matar a Shilton, a Stevens, a Butcher, a Fenwick, a Sansom, a Steven, a Hodge, a Reid, a Hoddle, a Beardsley, a Lineker. Pero nosotros nos alejamos de ese quilombo. Ellos eran solo nuestros rivales. Lo que yo sí quería era tirarles sombreros, caños, bailarlos, hacerles un gol con la mano y hacerles otro más, el segundo, que fuera el gol más grande de la historia. Uno nunca pierde el patriotismo, pero uno habría querido más que no hubiera habido guerra. Y, en todo caso, que la hubiéramos ganado nosotros. Yo me acordaba bien del 82, cuando llegamos a España: era una masacre de piernas y de brazos, de todos esos pibes argentinos regados por las Malvinas, mientras a nosotros los hijos de p... de los militares nos decían que estábamos ganando la guerra. Entonces, como yo me acordaba perfectamente de aquello, no jugué el partido pensando que íbamos a ganar la guerra, pero sí que le íbamos a hacer honor a la memoria de los muertos, a darles un alivio a los familiares de los chicos y a sacar a Inglaterra del plano mundial futbolístico. Dejarlos afuera del Mundial en esa instancia era como hacerlos rendirse. Era una batalla, sí, pero en mi campo de batalla.

Sé que Peter Reid declaró en un documental que tiene pesadillas con ese partido, que todavía se despierta todo transpirado a la noche. Pero cuando me encontré con él –y no fue una sola vez–, me habló del segundo gol, no del primero. Siempre me habla de ese gol. Él dijo que fue “una obra de arte”, que le daban ganas de pararse y aplaudirme, que no podían frenarme de ninguna manera.

Yo creo que el momento sublime fue ese, que estoy viendo ahora, por primera vez después de tantos años: cuando el árbitro toca el pito y dice que todo termina. Que Argentina termina ganándole a Inglaterra 2 a 1, que termina y queda escrito para siempre que yo hice los dos goles, que termina y quiero llamar a Buenos Aires, otra vez, como aquella vez, para abrazarme con todos.

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