(Foto: Agencias)
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Jorge Barraza

Una de las primeras lecciones que uno aprendía (y que nadie le enseñaba) como periodista deportivo en Buenos Aires es que, al referirse al Superclásico, independientemente de la localía, debía ser cuidadoso y escribir “se viene el -, River-Boca”. Nunca mencionar a uno solo por delante para no herir susceptibilidades. El grado de rivalidad de los Primos obliga a tal prudencia. El genio de Fontanarrosa lo captó con su sensacional poder de observación y lo llevó al papel con su humor único. Se ve en la redacción de un diario a un cronista de Espectáculos trabajando en su máquina, se acerca el jefe de la sección con un papel en la mano (una nota de Gutiérrez que acaba de revisar), y le dice: “Gutiérrez, yo sé que usted viene de Deportes, pero acá cuando se comenta un clásico no hace falta poner Romeo y Julieta, Julieta y Romeo”.

Ni en Irlanda ha sido necesario nunca citar “católicos y protestantes, protestantes y católicos”. Los protestantes no se enojan por figurar siempre segundos. Acá sí, es como hablar de sunitas y chiitas, tutsis y hutus, va el honor en eso. Sin embargo, esta vez podemos decir, sin sombra de pecado, River-Boca, pues se juega en el Monumental. Una ley no escrita emanada de las Islas Británicas a fines del siglo 19 estableció mencionar primero al dueño de casa y no hacen falta aclaraciones. De allí proviene uno de los tópicos más espantosos: es cuando se titula “River venció a Racing 1 a 6”, para dar a entender que semejante goleada fue en cancha de Racing. Aún así es esperpéntico. Nadie gana 1 a 6. En tal caso, lo saludable es decir “River goleó a Racing 6 a 1”, luego se aclara si fue en Avellaneda. Porque este no es un dato menor. Tampoco es obligatorio decirlo todo en el titular. Ahora, si es sólo la enunciación del resultado, sí, es de orden poner Racing 1 - River 6.

Otra irrealidad es redactar “River recibirá a Boca” o “Boca visitará a River”. No es precisamente una visita de cortesía ni una recepción de té con masas, no se intercambian presentes. Los capitanes apenas se dan la mano sin acercarse, con la desconfianza con que se firma un armisticio, y porque está el árbitro delante.

De tal modo, si no hay piedrazos de por medio, River esperará a Boca este domingo en su estadio Monumental para disputar el duelo 249 entre ambos. Salvo que al cráneo a cargo del operativo de seguridad se le ocurra mandar otra vez el bus de Boca indefenso entre hordas riverplatenses, como en noviembre último. O que Boca llegue a Núñez a las 6 de la mañana y se quede esperando en el vestuario.

Hasta los años ’60 y ’70, cuando jugaban estos dos toros de lidia, en el barrio de La Boca se colgaban banderas y camisetas auriazules de las ventanas de las casas y los conventillos (viviendas de inquilinato donde moraban varias familias), entre ellas aparecían varias de River. No pasaba nada, era normal, revelaban el origen también boquense del actual campeón de América. Hoy parece imposible, extraño.

Ni aún en los tiempos de La Máquina (Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau), River tuvo supremacía mental sobre Boca, tan entusiasmado siempre con su garra boquense. En cambio, sí fue muy evidente la ufanía de Boca en las últimas décadas por su paternidad, por sentirse más viril para estos choques, incluso por no haber descendido nunca en tanto River sí mordió el polvo de la “B”. Desde entonces, los hinchas boquenses se refieren a su eterno adversario como “RiBer”. Sin embargo, el fútbol tiene recónditos e inesperados vericuetos y el 10 de diciembre, en Madrid, River le dio un palo que no olvidará nunca: el 3-1 en la final de la Libertadores. Boca parecía venir a 300 por la recta, al llegar a la curva siguió de largo y se dio contra un murallón pintado de blanco y rojo. Aún le están restaurando las heridas.

Así pues, llega más prudente Boca. Y River se ve muy fortalecido para estas topadas, que siempre parecían atribularlo, aún teniendo jugadores excepcionales. Históricamente, mientras el Millonario ha hecho acopio de clase en sus planteles (Alonsos, Francescolis, ahora Quinteros), Boca ha preferido el sudor (los Giuntas, Chichos Sernas). Pero este River ganador de los últimos tiempos con Marcelo Gallardo es menos estético y más combativo, destaca por su personalidad para enfrentar este tipo de partidos a matar o morir (permítase exagerar) o los de eliminación directa que vendrán en las semifinales de Libertadores en octubre. Parece extraño, por la identidad que de cada uno ha ido forjando la historia, pero, en el terreno del roce y la pelea, lo puede a Boca. También, digámoslo, este River ha hecho de la queja una industria. Desde el primer silbatazo protestan todo, un lateral, una falta, un córner, todo vale para organizar un motín y presionar al árbitro. Aunque no estarán Pinola y Ponzio, emperadores del reclamo.

Lo bonito de River-Boca, Boca-River (no quiero problemas) es que no tiene indiferentes, hasta para los neutrales esas dos horas son sagradas. Tampoco hay mucho lugar para el tedio. Aunque el partido resulte malo, siempre hay algo para ver: un golazo, una figura, una bronca, un disparate, un desmán. El imán del superclásico atrae como ningún otro partido. Esta misma tarde jugarán Nacional-Peñarol en Montevideo y Flamengo-Palmeiras (primero y segundo del Brasileirão) en Maracaná, en lo previo dos partidazos, pero a nadie se le ocurriría dejar River-Boca por ninguna otra propuesta.

Desde hoy, luego de unas remodelaciones, el Monumental podrá alojar a 70.074 espectadores sentados (estaba en 66.266), los setenta mil serán de River, con lo cual habrá aliento extra para los de Gallardo, que llegan entonadísimos. Diez copas tiene ganadas el club en el ciclo del Muñeco (desde junio de 2014). Entre ellas, dos Libertadores. Y la autoestima en el infinito. Nunca se habían visto tantas camisetas riverplatenses por las calles, ahora se nota el orgullo por lucirla. Y ya sabemos que el optimismo es el jugador número doce.

Los dos arrastrarán ausencias importantes: Quintero, Ponzio y Pinola en River; Salvio, Zárate y Wanchope Ábila en Boca. Sin embargo, Boca los siente más por transitar un proceso de armado con su relativamente nuevo técnico Gustavo Alfaro y las incorporaciones recientes. River está consolidado en todas sus líneas y el colectivo respalda a la individualidad entrante. Además, este equipo de Gallardo parece estar moldeado para partidos bravos, tiene el carácter para sacarlos adelante cuando le viene mal la baraja y aplasta cuando el juego le presenta mejores cartas. En más de cien años de enfrentamientos, Boca nunca fue tan visitante como esta vez.

Todo está inclinado a favor de la banda roja. Veremos si es cierto aquello de que en los clásicos no importa cómo llegue cada uno.

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