Alfredo Di Stéfano. 18 goles. (Foto: agencias)
Alfredo Di Stéfano. 18 goles. (Foto: agencias)
Ricardo Montoya

Puesto El Veco a elegir quién era el mejor futbolista de la historia, nunca tuvo dudas. “Tanto Maradona como Pelé han sido grandes virtuosos del balón, fueron magníficos ‘solistas’, pero yo me quedo con Di Stéfano. Alfredo era la orquesta completa”. Para don Emilio, referente periodístico imperecedero, su decisión residía no solo en el talento del hispano-argentino, equiparable con los otros dos prodigios (todavía Messi no brillaba en el firmamento) sino en la polifuncionalidad que obsequiaba la ‘Saeta Rubia’ a cada equipo en que le tocó jugar. Es que, antes de que él apareciera para cambiar el pentagrama del juego, el wing tenía que jugar de alero. Y esa era la música que estaba obligado a tocar. Si después daba una mano en otros menesteres, bienvenido sea. Pero lo suyo debía ser, ante todo, el desborde y luego el centro, o el disparo al arco.

Cada quien tenía un propósito específico en la cancha, hasta que llegó Di Stéfano. Él fue un adelantado a su tiempo; un jugador multifuncional, capaz de jugar en cualquier posición y hacerlo de maravillas. En ‘La Máquina’ de River, en el Millonarios y sobre todo en el Real Madrid, impulsó a sus entrenadores a renovar los viejos esquemas tácticos que habían aprendido.

Luego de Di Stéfano, y en ese mismo rubro del todocampista, aparecieron Johan Cruyff y una constelación de estrellas color naranja de antología. Johan era un libro del fútbol a corazón abierto. Y él, con las enseñanzas de su maestro, el revolucionario Rinus Michels, introdujo lo que se conoció, allá por los años 70, como el Fútbol Total. Los Países Bajos alumbraron, primero con el Ajax y luego con la ‘Naranja Mecánica’, una filosofía de juego innovadora. Una en que las coberturas, las diagonales y la movilidad permanente de sus integrantes generaban un estilo vanguardista con sello distintivo. Por ejemplo, no era extraño que Cruyff empezara una jugada cerca de su propia área y luego, tras varias asistencias entre sus compañeros, la pelota regresara a sus pies, próximo a la meta contraria, para definir magistralmente. “He sido perfeccionista y mis compañeros también. Nuestra idea colectiva era la de un ensamblaje integral: llegar como un equipo, jugar como un equipo y volver a casa como un equipo”. Así quedó escrito en su biografía.

La exhibición de los tulipanes en Alemania 74 fue un revulsivo en el universo estratégico de los entrenadores y en la verdadera función de los jugadores. Poco a poco, los futbolistas modernos han comenzado a entender que ya no pueden limitarse a una o dos funciones. Y, quizás, ha sido Arturo Vidal quien ha entendido mejor la modernidad. Sin el talento de Di Stéfano o Cruyff, el ‘Rey Arturo’ es uno de los que mejor representa al jugador de hoy: buen panorama de juego, generoso despliegue, desdoblamiento ofensivo, cabezazo eficaz y con gol. Su déficit está en haber ejercido un liderazgo poco afortunado dentro de su selección.

Son escasos los jugadores que han entendido los requerimientos del balompié de hoy. Como Paulinho, el hombre del Barza, quien tiene dos valores agregados: la técnica ancestral de sus predecesores brasileños y el saber ser un buen lugarteniente en un equipo donde está prohibido competir con el ego de los demás.

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