Hace unos días, la fiscalía allanó la sede de la FPF ubicada en la Videna de San Luis. (Foto: GEC)
Hace unos días, la fiscalía allanó la sede de la FPF ubicada en la Videna de San Luis. (Foto: GEC)
Pedro Ortiz Bisso

Cuando empezó a investigar a la FIFA, Andrew Jennings no tenía mucha idea de cómo se jugaba al fútbol. “Se aburrió en el 2007 en la Bombonera, viendo a Lanús coronarse campeón”, cuenta Ezequiel Fernández Moores en una columna publicada a inicios del año pasado. Irónico, punzante, el periodista cuyos desordenados cabellos blancos lo asemejaban a un científico loco hollywoodense, hizo algo que parecía una locura: investigar al máximo ente del fútbol mundial. Digo que parecía una locura porque a pesar de las múltiples sospechas sobre sus manejos económicos o la quiebra de la ISL -la empresa que comercializaba el fútbol que desapareció por pagar demasiados sobornos-, muy pocos se atrevían a hurgar en sus dorados entresijos.

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El arte mundial de mirar de costado y taparse la nariz se vio conmovido en el 2000, cuando en una conferencia de prensa encabezada por Joseph Blatter, en ese entonces mandamás del balompié mundial, Jennings pidió la palabra. “Estaba rodeado de reporteros increíblemente bien vestidos, con trajes y corbatas de seda, y ahí estaba yo con mi uniforme para escalar. Cogí el micrófono y dije: ‘Herr Blatter, ¿ha recibido usted alguna vez un soborno?”. La historia del fútbol cambió a partir de ese momento. Las investigaciones del periodista escocés derivaron en en el FIFA Gate. Destapado el escándalo, recién en ese momento todos nos enojamos sin rubor.

Los episodios de indignación selectiva no son extraños en el mundo del deporte. La corrupción en el Comité Olímpico Internacional se hizo pública gracias a investigaciones del propio Jennings. Y por aquí es larga la historia de dirigentes de uñas largas -como el inefable ‘Pocho’ Alarcón- o de dudosa catadura moral -como el desaparecido Alfredo González- que pasearon sus humanidades por donde quisieron, sin que a muchos se les ocurriese siquiera hacerles una mueca hostil.

El recurso de “no sabía”,”recién me entero”, sirve de poco para disculpar la falta de interés investigativo del periodismo -del cual no me excluyo- y de aquellos que, pese a su reconocida integridad, hicieron tratos con quienes no lo merecían. Pasó en los 80, por ejemplo, cuando los principales clubes colombianos atrajeron a los mejores futbolistas del continente -incluyendo a muchos cracks peruanos- gracias al dinero de los cárteles de Cali y Medellín. El silencio fue atronador.

La reciente incursión de un equipo de la fiscalía en la Videna trajo al recuerdo las aparatosas intervenciones que se hicieron por el caso Odebrecht años atrás. Por más que el propio Agustín Lozano haya tratado de bajarle la temperatura a lo sucedido, la escena que vimos el jueves parecía salida de uno de esos policiales de Netflix. Aunque más que ficción tenía tono de documental.

Los cargos contra el presidente de la federación son graves (crimen organizado, extorsión y coacción). Es difícil establecer si derivarán en una acusación, pero la pregunta que salta es por qué recién hoy muchos ven en Lozano a lo más parecido al enemigo público número 1 del país. Sin la guerra por los derechos de televisión, probablemente no hubiéramos visto nada de esto.

Me parece indigno que a cargo del fútbol peruano se encuentre una persona involucrada en un caso de reventa de entradas. El tímido coscorrón que le dio la Conmebol como castigo no hace su acto menos despreciable. Sin embargo, esta situación no impidió que, en su momento, sus actuales acusadores miraran para un costado y que hoy tenga a su lado a conocidos personajes que parece han preferido echarle tierrita a tan infame episodio.


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