Antes de ellos, decir Leguía en la ‘U’ era hablar de un pasado notable y un apellido ilustre. Antes de ellos, decir Leguía era bucear en la infancia de miles de cuarentones y rescatar al niño que aún tenían adentro. Antes de ellos, decir Leguía en la 'U' era emocionarse y querer ser como él. Hoy ya no.
Los hermanos Humberto y Raúl Leguía, encargados de administrar Universitario desde mediados del 2015 han acabado con un apellido que hacía referencia a los mejores años de la 'U' en los ochenta. Lo han golpeado y en consecuencia, mellado parte de una historia que no volverá a ser la misma. Hasta ellos, que terminan su mandato sin cumplir lo más importante de su misión -la aprobación del Plan de Reestructuración para el que fueron nombrados-, Leguía, Germán Leguía Drago, era el prototipo del jugador elegante que podía hacer un caño y también tirarse al suelo. Que podía correr y podía desfilar. Porque Leguía fue titular en una selección de tops mundialistas como Cubillas o Uribe. Y fue a las mismas Copas que Oblitas o Cachito. Y fue a Alemania, España y Portugal a prestigiar a la selección y a insertar el nombre de la ‘U’ en un tiempo sin Netflix ni YouTube.
Ese Germán Leguía no está más. Inhabilitado de entrar a estadios hasta el 15 de diciembre por sus excesos como gerente deportivo –justo él, que debería tener alfombra roja para hacerlo, como otros cracks-, Germán Leguía representa una gestión tóxica que no se termina y por la que tiene que pagar groseros errores que ni siquiera son suyos. Justo él, que en el 2007 lideró la oposición contra Alfredo Gonzales y sus polémicos manejos, hoy es el rostro político de un gobierno tan desastroso que ficha como gran refuerzo del año al colombiano Pino, hace dos años un ex jugador. Los otros hacían y él ponía el rostro. De verdad, ni el Gordo.
¿Cómo hacer para recuperar ese cariño, ese reconocimiento, ese prestigio? Es difícil pero es posible: desligarse de los otros Leguías para siempre.
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