Sport Boys debutó en la Liga 1 con una caída ante Alianza Lima, mientras que Unión Comercio empató 1-1 como local frente a Universitario. (Foto: Facebook Sport Boys)
Sport Boys debutó en la Liga 1 con una caída ante Alianza Lima, mientras que Unión Comercio empató 1-1 como local frente a Universitario. (Foto: Facebook Sport Boys)
Jerónimo Pimentel

Nuestro subdesarrollo futbolístico se entiende cuando se aprecia cuáles son las batallas que estamos librando, es decir, qué es aquello que hemos logrado erradicar del campo de juego y qué no. El proceso asemeja a la cura de una enfermedad -social- y el grado de avance está marcado por el estadio al que hemos obligado a retroceder a los desadaptados, que en nuestro caso es ridículo.

En Inglaterra, en las últimas semanas, hay un intenso debate acerca de cuál es el comportamiento que deben tener los futbolistas afrodescendientes cuando les dedican cánticos racistas. Algunos sostienen que deben parar el juego e irse; otros, que deben continuar y luego identificar a los abusadores para sancionarlos. La polémica la protagonizan dos seleccionados como Danny Rose y Raheem Sterling y la prensa deportiva sigue el intercambio con cuidado, a la vez que denuncia casos similares: un aficionado del Arsenal utilizó lenguaje ofensivo contra Koulibaly; tres fanáticos del Chelsea llamaron “bombardero” o “terrorista” (el término en inglés soporta ambas acepciones) al egipcio Salah y fueron impedidos de entrar al estadio y, probablemente, no vuelvan a entrar a uno en toda su vida; el mismo destino les depara a los hinchas del West Ham que entraron a Old Trafford entonando himnos antisemitas la semana pasada.

En Perú, ese grado de vigilancia parece utópico. Un equipo tradicional de la primera división peruana, como Sport Boys, fue objeto de un ataque de 50 barristas que golpearon a los jugadores y al comando técnico. El asalto dejó a uno de ellos, Jhon Vega, lesionado y con necesidad de atención clínica. El plantel no pudo salir del campo de entrenamiento durante horas. Esta agresión, que debería haber sido objeto de investigación policial inmediata, no generó más que algunas notas sueltas. Peor aún, la respuesta oficial del club consistió, días después, en prácticamente justificar a los delincuentes. Es lo único que se interpreta de un comunicado que inicia con una oración que parece más una disculpa que una condena: “En la institución somos conscientes de que el presente deportivo no es el ideal...”.

“Apretar” a los jugadores no es una rareza, sino una práctica común, una costumbre nacional consentida. La ausencia de condenas ante esta forma de vandalismo autoinflingido es una señal de que nos hemos habituado a las maneras del lumpen y las hemos internalizado como parte de nuestro folclor. Quien busque otras señales solo tiene que constatar cómo los partidos de “alto riesgo” se juegan sin hinchada visitante. El problema, luego, es que casi cualquier encuentro de la Liga 1 merece tal calificación por parte de las autoridades peruanas, como lo fue un Universitario vs Binacional. Todos los devaneos que han habido acerca de si hoy se juega o no el clásico son inequívocos: la única garantía que tenemos es que nadie podrá asegurar cierta normalidad mínima.

En un escenario como este la violencia racial, ya sea verbal o gestual, apenas merece comentarios. Leao Butrón puede hacer las muecas que quiera y estará tranquilo, nada le pasará. Estamos en el Perú, somos la mejor hinchada del mundo.

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