Universitario: "Crema agria", por Jerónimo Pimentel
Universitario: "Crema agria", por Jerónimo Pimentel

Las crisis deportivas son comunes en el fútbol. Parte del encanto de todo deporte consiste en su imprevisibilidad. Hay algunos clubes que se precian de nunca haber descendido, lo que en realidad es un triunfo más de gestión que deportivo. La consistencia institucional es la que permite soportar y paliar los bajones inherentes al juego, y cuando esto ocurre en alto nivel, lo lógico es que se sobrepase la turbulencia más temprano que tarde. Nunca visitaron la Bundesliga 2 ni el Hamburgo ni el Bayern; tampoco el Real Madrid, el Barcelona ni el Athletic de Bilbao jugaron en Segunda en España; y en esta parte del mundo equipos como Colo Colo en Chile, Boca en Argentina y, claro, en el Perú, se precian de no haber perdido la categoría. Esta última afirmación, el lector lo sabe, está en riesgo. Nunca después de 1947 la ‘U’ estuvo en tanto peligro de perder este privilegio.

La razón del temor no es futbolística, sino institucional. Difícilmente se puede creer que la plantilla de Universitario sea la peor de la Primera División peruana: Fernández, Vargas, Romero, Flores y Ruidíaz, por ejemplo, son jugadores bastante dignos para nuestro torneo. El problema, curiosamente, no está en la cancha, sino fuera de ella: la ‘U’ es un equipo quebrado, con una deuda impagable, una administración temporal en rojo y una gestión deportiva que pareciera inspirada en un programa cómico. Se puede dar más detalle: Leguía no posee experiencia en gestión deportiva; es, cuando está inspirado, cantinflesco (Grados ha dicho en estas páginas que está desactualizado tácticamente, pero eso es una muestra de elegancia y generosidad del periodista); y la asesoría externa que provee Chemo del Solar es tan ambigua que resulta, por lo menos, intrigante.

La ‘U’ ha llegado al penoso momento en el que, quebrado económica y moralmente, echa mano del último residuo de amor propio que le queda: el apego a las figuritas antiguas. Los tres involucrados en el último esperpento de renuncia y retractación coinciden en haber sido grandes jugadores y, de manera más discutida, dos de ellos, entrenadores también. Nada de ello los señala como los profesionales indicados para resucitar a una institución en estado crítico. La inclinación al dislate de Chale está suficientemente probada (baste ver sus intervenciones en televisión los domingos) como para pensar que es capaz de cohesionar a un grupo que necesita no solo ánimo y nostalgia, sino también ideas y brújula. El manejo de Leguía ha sido, literalmente, patético, entre sonrisas forzadas y ese criollismo ocurrente con el que cree resolver los problemas (“Roberto podría aportar muchísimo ya que es más palomilla”). Los enfermos graves no necesitan circo, sino clínica. Cuesta creer que ellos proveerán el bálsamo que resucitará a este muerto.

Debe saber el hincha que el estado de las cosas, al momento, es el siguiente: su club está agotando sus últimas reservas, las inmateriales, en sacar adelante un proyecto inexistente. Buscar alivio en la arena opuesta (léase, el regreso de Manco a Alianza) es una muestra de mediocridad. La ‘U’ como idea ha desaparecido y, cuando finalmente se extinga, habrá que buscar al responsable entre la Sunat, el ‘Loco’ David, el ‘Cholo’ Payet, el fantasma de Alfredo González y todos aquellos que se aferraron a la ingenuidad bajo el principio de que una humorada es filosofía (“la ‘U’ es la ‘U’”). No, Universitario solo pervive en el amor de algunos de sus hinchas, los menos indolentes, los que van al estadio y siguen los partidos creyendo que, por arte de magia o por peso histórico o por el color de la camiseta, todo esto va a cambiar. Malas noticias para ellos: el amor no basta.

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