“La final soñada”, por Ricardo Montoya. (Foto: AFP)
“La final soñada”, por Ricardo Montoya. (Foto: AFP)
/ MAURO PIMENTEL
Ricardo Montoya

Hay varias formas de observar una montaña”, asegura Zé Mario sin entregarse todavía a la euforia insultantemente feliz que gobierna Río de Janeiro desde la fiesta del miércoles. Esa noche, este ‘Mengao’ irreductible humilló al arrogante Renato Portaluppi endilgándole cinco goles a su espinoso Gremio. El súper-River de Gallardo, campeón reinante, es el último escollo hacia la cima de la Libertadores. Zé Mario, que ya tiene 60 años, disfruta del momento, pero no se abandona, como la mayoría de los cariocas, al éxtasis que se contagia desde el campo. “Falta un paso, un solo paso”, se dice.

Lejos del rótulo de ‘amargo’ con el que lo latiguea su familia, Zé Mario guarda prudencia. Una final con tanto en juego y a partido único, es siempre marea incierta, reflexiona. Aquella vez, en el 81, en encuentros de ida y vuelta, Flamengo tuvo que sufrir una barbaridad para superar al Cobreloa. Si no es por Zico, portento de granito ligero, no la libran. Fue él quien convirtió los dos goles en el Maracaná para el 2-1 de los de Carpegiani, También fue él el encargado, tras la derrota en Santiago, de luciernar en la noche del desempate en el Centenario. Una vez más, dos anotaciones suyas coronaron una campaña inolvidable.

“La final soñada”, por Ricardo Montoya. (Foto: AFP)
“La final soñada”, por Ricardo Montoya. (Foto: AFP)
/ SERGIO MORAES

En ese equipo, los laterales Leandro y sobre todo Junior, eran dos Stuka que sobrevolaban con frecuencia el territorio enemigo. Mozer era el patrón en la defensa. Adilio (que en su ocaso jugaría en Alianza) era el ‘8’ que acompañaba las asombrosas excursiones de Zico al área rival; y Nunes fungía de ‘9’ oportunista, aquel convertía en gol todo el ‘jogo bonito’ que generaban sus hábiles compañeros.

Meses más tarde, barrimos al Liverpool en Japón”, recuerda Zé Mario. Luego, Zico se marchó a Udine. La oferta del calcio era irresistible, y ya nada nunca más fue lo mismo. Hasta ahora. Hasta ahora que ciertamente hay con qué. El arquero Alves es seguro y experimentado, los laterales Rafinha y Filipe Luiz han sobresalido en algunos de los grandes de Europa. Los centrales Caio y Marí son de amianto, Gerson y Arao muerden y distribuyen juego en la volante, De Arrascaeta es dúctil, Ribeiro puro talento y Bruno Henrique, en modo gacela, sortea defensas cada vez que se lo propone. Arriba el punta es ‘Gabigol’, un delantero brillante en eso de alejarse de las coordenadas de la retaguardia rival para convertir. El técnico es importado, el portugués Jorge Jesús trabaja para perennizarse en el alma de la torcida rubronegra regalándole después de 38 años la anhelada Libertadores de América.

Por eso mismo surge el miedo. A mayor expectativa también es más grande la decepción. Es mejor ser escéptico. Además del otro lado aparece esta versión arrolladora de River; esta maquinaria de victorias que, desde que asumió Gallardo en el 2014, ha conseguido ya dos Libertadores, una Sudamericana y dos Recopas continentales. Los ‘centennials’ millonarios afirman que estas tropas de ‘Napoleón’ son las mejores que han defendido a River en su historia. Así lo creen amparados en las ocho conquistas que en este período han conseguido. A Zé Mario le preocupan las milagrosas manos de Armani y el atrevimiento impredecible de Nacho Fernández; pero sobre todas las cosas, le teme a la sapiente muñeca del ‘Muñeco’ que supo llevar la banda roja hasta la cúspide.

Hay muchas formas de observar una montaña, se repite cauteloso Zé Mario. Y siempre, está convencido, es mucho mejor mirarla desde abajo.

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