Miguel Villegas

Aquella noche del 2010, el cadete se graduó de Universitario. Lo hizo ante 40 mil, 50 mil personas que nunca hablaron con él pero le dicen Mario, con auténtico cariño y familiaridad. Como si fuera, más que el escritor del premio Nobel, el ‘9′ que acaba de anotar el gol de la ‘U’ campeón. Ese día en el Monumental, cuenta el doctor Jorge Alva Flores, presente en el palco oficial donde Vargas Llosa salió a saludar tres veces, una de ellas flameando una bandera, alguien le acercó una pelota y el Nobel quiso hacer algunas pataditas.

No era un atleta, pero siempre tuvo una relación, digamos, contemplativa con el deporte. Platónica. “Sin temor a exagerar se puede decir que es regla casi general que las páginas deportivas sean las más vitales e imaginativas de diarios y revistas (...). Estos periodistas deportivos, cuando son talentosos, jamás describen un partido o radiografían el desempeño de un jugador: los mitifican. Es decir, los sacan de su efímera, pasajera realidad concreta y los instalan en la realidad permanente, intemporal e incorpórea de la ficción”.

Pienso en eso, mientras reviso el archivo histórico del diario, cuando me salta una fotografía: Mario Vargas Llosa, el hombre de 88 años que hoy camina por los sencillos lugares que él convirtió en legendarios desde sus novelas -el Bar la Catedral, el Jirón Huatica, el patio Central de Leoncio Prado-, trotando en jogging, zapatillas y patillas look 1970. Cuando era un novel, con v chica.

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Desde que escribió el artículo “Aquí habla el Estadio” para la sección Campanario en el diario La Industria en Piura, en 1952, la relación entre Vargas Llosa y el deporte siempre ha marcado su carrera. Hasta hace unos años salía a caminar, una hora, antes de volver a trabajar. “Es algo que necesito. Yo he sido muy deportista y aunque ya no puedo exigirme tanto para correr, camino”, le dijo en 2011 al noticiero “Primera edición” de América TV, en una comunicación exclusiva. Patrick Espejo, periodista histórico en DT, recuerda que aluna vez le confesó uno de sus deseos no cumplidos: correr una maratón.

En las elecciones del 90, cuando él fue el candidato por el Fredemo, se pasaba mucho tiempo en la piscina practicando otro de sus deportes favoritos: la natación. Pero siempre le dio a la pelota. De hecho, en los días de su luna de miel aprovechó para ver un partido de Brasil y Alemania en Río de Janeiro en 1965. “Pelé es el más extraordinario jugador que he visto”, le dijo a ABC de España en el 2008, confirmando la travesura. En su libro autobiográfico “El pez en el agua”, MVLL recuerda que desde muy niño sintió algo especial por la camiseta de la ‘U’, cuadro al que vio desde la cancha por primera vez en 1946, cuando tenía diez años y leía a Julio Verne. ¿Cómo habría sido el Vargas Llosa futbolista? Posiblemente un mediocampista creativo agresivo, de buena patada, transgresor. Un diez talentoso. O ninguno de los anteriores. O como Valdano lo define: “Un genio”.

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La foto es una imagen rescatada por Arkiv Perú, el cofre de tesoros digital más alucinante que existe. Vargas Llosa tenía 41 años, usaba buzo modelo Beckenbauer y zapatillas adidas. Fue capturado por “El Chino” Carlos Domínguez, agazapado tras un olmo aquí en Barranco, donde el mayor escritor de nuestro tiempo vive con su familia. También corría, según la temporada, alrededor de Hyde Park o, por la Vía Augusta de Barcelona. El hombre que nos hizo hacer mejor gimnasia mental con sus novelas, publicó en 1979 un ensayo dedicado al running, originalmente publicado en la revista Careta y titulado en el que otra vez hipnotiza: “Pero más todavía que el placer de ver, el jogging propicia y enriquece el de pensar. Estoy convencido de que mi rendimiento intelectual es mayor los días que corro a aquellos que descanso. En esos veinte o treinta minutos de ejercicio, mientras el cuerpo se va caldeando y va expulsando con el sudor toda clase de toxinas, el espíritu se va simultáneamente deshaciendo de preocupaciones e inhibiciones y va alcanzando esa tensa serenidad que es la actitud más propicia para la reflexión y la fabulación (...). Tarde o temprano la gente tendrá que convencerse de que, como leer un gran libro, correr –o nadar, patear una pelota, jugar tenis o saltar en paracaídas– es, también, una fuente de conocimiento, un combustible para las ideas y un cómplice de la imaginación”.

Esta mañana buscaré mis zapatillas.