"La crítica y los televidentes aceptaron el fallo salomónico de la manera correcta: habrá revancha, lo que significa más deporte, más expectativa y más negocio". (Foto: AFP)
"La crítica y los televidentes aceptaron el fallo salomónico de la manera correcta: habrá revancha, lo que significa más deporte, más expectativa y más negocio". (Foto: AFP)
Jerónimo Pimentel

Luego del bluff Mayweather-McGregor y un tanto hastiados de entender el boxeo como un arte defensivo por culpa del largo reinado de ‘Money’, el aficionado a la dulce ciencia recibió por fin un premio mayor: el espectáculo de dos fajadores midiéndose durante 12 rounds. El mexicano Saúl Álvarez y el kazajo Gennady Golovkin. Canelo y Triple G, respectivamente, protagonizaron en Las Vegas la pelea del año. Aún se escuchan aplausos.


La iniciativa la tomó Canelo en los primeros rounds, aunque desde una posición estratégica: ceder el centro del ring para tratar de impedir que el euroasiático lo alcance con comodidad, a la vez que le generaba desgaste. El plan funcionó perfecto los tres primeros asaltos. El jalisciense demostró tener juego de piernas y cintura, obligó a fallar más de la cuenta y conectó algunos golpes de poder. Triple G tuvo un arranque lento, pero empezó a utilizar el jab, que poco a poco socavó la defensa de su rival.


Hacia el cuarto asalto, la táctica del mexicano zozobraba, pero no su coraje. Golovkin buscaba encontrar su mejor distancia mientras Canelo, quien empezaba a mostrar signos de fatiga, utilizó con demasiada frecuencia las cuerdas, exponiéndose a castigo. Sin embargo, ninguno de los dos temió el poder del otro y ambos estuvieron dispuestos a demostrar su capacidad de asimilación. No faltaron ocasiones. Ganchos y upper-cuts se intercambiaron a discreción, y ante cada estallido el afectado negaba el dolor moviendo la cabeza. Fue, también, una batalla psicológica festejada y pifiada por una platea entregada.


En el último tercio del combate, el mexicano, quizá por ser su única opción, volvió a su plan original: recorrer el cuadrilátero y buscar, a través de combinaciones y contraataques, sacar lo mejor en los intercambios con Golovkin. No siempre lo logró, pero para cualquier persona que haya querido llevar tarjetas puntuar el décimo asalto es un reto solo descifrable por el gusto o el sesgo.


Los jueces entendieron su rol en esta noche y dividieron pareceres de tal forma que se decretó un empate que nadie tomó por injusto, si bien la forma en la que se alcanzaron las tablas sí puede ser discutida (Adalaide Byrd vio a Canelo arriba por 118 contra 110, en una decisión que solo se puede considerar como ciencia ficción). La crítica y los televidentes aceptaron el fallo salomónico de la manera correcta: habrá revancha, lo que significa más deporte, más expectativa y más negocio.


Hace mucho el boxeo no estaba a la altura de su propio nombre. Una paliza es un espectáculo vulgar e impúdico, a la vez que un versus entre atletas ajenos, como el que se vio hace unas semanas, conforma apenas un circo o un grotesco. Lo esencialmente boxístico no es otra cosa que el enfrentamiento entre pares, con recursos comparables, en buena lid. Todo lo que involucra una pugna que reúne estas calidades es lícito, celebrado y eleva la violencia a la categoría de arte dramático. Solo el boxeo puede hacer eso y tocar esas alturas, la noche del sábado fue un mérito que se le debe agradecer a estos dos campeones.

Contenido sugerido

Contenido GEC