Vamos a decirlo fácil, para que se entienda: jugar la cuarta ronda de Roland Garros es, para el Perú, como clasificar con la selección a semifinales de un Mundial. Histórico, inédito, ultrameritorio. Ya que esta instancia sea enfrentar a Novak Djokovic, 3 del mundo, es lujo. Ahí está Juan Pablo Varillas. Mirando el Himalaya con toda la intención de escalarlo.
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¿Qué significa su notable semana en Roland Garros? Primero, la estadística: Perú no tenía un tenista en esta etapa desde que Jaime Yzaga, ese gigante, clasificó en 1994. Luego, la confirmación de un proyecto de carrera que no empezó ahora, viene desde hace cinco años, e involucra a la familia, a su staff deportivo – “es un superhombre”, lo definió Pablo Arraya tras voltear sus dos primeros partidos 0-2 abajo– y que cuesta, digamos, lo mismo que la planilla mensual del equipo de fútbol más poderoso del país.
Finalmente, una certeza: los deportistas también resumen a sus países y en el caso del tenis, los nuestros tienen una rebeldía innata. Ninguno venció fácil a los monstruos cuando les tocó. Alguna vez Yzaga, alguna vez el ‘Tigre’, alguna vez Lucho. Hoy él.
Juan Pablo Varillas jugó un partido correcto pero no alcanzó para dar batalla ante uno de los mejores jugadores del mundo. El serbio Novak Djokovic lo venció por 6-3, 6-2 y 6-2 en la cuarta ronda de Roland Garros.
Un partido interesante para el peruano, pero que encontró el mejor juego de Nole. "Jugué mi mejor partido de la temporada en arcilla", dijo. Así se demuestra el nivel que presentó ante el peruano, que llegó luego de jugar tres partidos a cinco sets.
Se despide con 180 puntos para el ránking, podría subir al puesto 60, y 260 mil euros brutos en premios.
Mientras eso pasa, y los periodistas discutimos sobre en qué puesto amanecerá Varillas en el próximo ránking ATP –top 60, cuando menos–, asoma una idea de alta sensibilidad sobre este deporte: ya no bastará solo con verlo en ESPN, o tuitearlo; por qué no practicarlo. Los deportistas de élite no construyen sus carreras pensando en modificar la geografía de un país ni cambiar de color los símbolos patrios: lo hacen originalmente por juego, es decir, por el placer de divertirse, y solo si son los mejores y las oportunidades se alinean, se convierten en espejo.
En ese proceso, intuyo que, sin dimensionarlo del todo, sus victorias son nacionales y sus fotos, nuevos pósters. Como alguna vez pasó con Sofía Mulanovich, que de pronto inspiró tanto que la orilla de Miraflores se volvió escuela de surf, Juan Pablo Varillas siembra hoy la semilla de lo que puede ser, en unos años, un nuevo fresco: cientos de niños soñando con que, para Navidad, haya en el árbol una raqueta.
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