

Catorce partidos, tres entrenadores, -11 goles de diferencia y 12 días de prisión preventiva de su máximo dirigente después, la selección peruana está anímicamente eliminada del siguiente mundial y ninguna calculadora alivia la tristeza. Ninguna ciencia. La derrota con Venezuela en Maturín es el cierre de un ciclo dinamitado desde adentro, con entrenadores que veían más fantasmas que videos, jugadores mundialistas jubilados antes de tiempo y un presidente que, acaso con la delirante idea de que tomaba buenas decisiones, reventó la idea de selección que-juega-al-fútbol y acabó con el prestigio bien ganado en ocho años de un equipo que, como nunca antes, llamábamos “nuestro”. Perú era nuestro equipo. En la calle, en los trabajos, en el colegio.
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