Canción de hielo y fuego, por Ricardo Montoya. (Foto: Agencias)
Canción de hielo y fuego, por Ricardo Montoya. (Foto: Agencias)
Ricardo Montoya

“Este podría ser el retrato de dos adictos en el que la droga es el tenis”. Así se expresaba, casi cuarenta años después de aquella inolvidable final de Wimbledon de 1980, el director danés Janus Metz, recreando en la pantalla grande el clímax de una de las rivalidades deportivas más encarnizadas de la historia. La hipótesis del cineasta para el abordaje psicológico de ambos tenistas es que, en realidad, John McEnroe y Bjorn Borg, aparentemente en las antípodas en casi todo eran, en el fondo, dos personalidades con mucho más en común de lo que se ha sostenido hasta ahora.

El filme es eso: un ensayo que intenta probar, en el contexto de la final del año 80 que, más allá de las situaciones y geografías en que se criaron el uno y el otro, y de que sus conductas en el court fueran visceralmente opuestas, ambos respondían, en el fondo, a pulsiones y anhelos muy similares.

En su biografía “You Can’t Be Serious”, John McEnroe, el niño terrible del tenis, confiesa que, para él, destronar al rubio escandinavo era como vencer a un superhéroe. Así de inalcanzable se mostraba el sueco Borg para los demás tenistas. Un tipo parecido a Jesucristo que se arrodillaba, a modo de elevar una plegaria, después de cada partido. Un Dios que, sin embargo, era ateo. Un velocista capaz de gobernar superficies tan disimiles como el pasto, el asfalto y la arcilla sin inquietarse.

Borg se coronó en la tierra batida de Roland Garros 6 veces y en el césped de Wimbledon en 5 ocasiones. El hombre de hielo, habitualmente imperturbable en la cancha era, fuera de ella, magma volcánico en erupción. Al punto que, según McEnroe, fue el ver amenazada su hegemonía al frente del tenis mundial la razón por la que decidió retirarse en la plenitud de sus facultades: a los 26 años. El explosivo ‘Big Mac’ había por fin conseguido derrotarlo en las finales de Wimbledon y del Abierto de Estados Unidos del 81. Borg, hasta este día, lo niega todo.

El mano a mano entre ambos maestros terminaría en un empate de siete victorias por lado. McEnroe cuenta que, tras la marcha de su archirrival del circuito, la motivación para él no fue la misma. Le tardó casi dos años reponerse y poder desarrollar su mejor juego.

“Cada partido es una vida en miniatura”, afirmaba André Agassi sobre la combustión que produce el deporte blanco cada vez que dos tenistas se enfrentan. En este caso, tomando como base la final de Wimbledon del 80, que ganaría Borg en cinco dramáticos sets, el director de la película disecciona los temores de ambos e intenta explicarlos aludiendo, mediante flashbacks, a sus historias personales.

Borg, aparentemente imperturbable en la cancha, resultó ser, fuera de ella, un hombre atribulado que dilapidó su dinero, consumió drogas y estableció varias relaciones emocionales patológicas. McEnroe, por su parte, irascible y díscolo cada vez que tomaba una raqueta, era mucho más sosegado y familiar de lo que puede suponerse. Es como que si cada vez que jugaban al tenis vistieran un traje que disfrazara su verdadera piel. Rafa Nadal, cuenta su hermana a quien quiera oírla, es lejos de los courts de tenis un hombre lleno de fobias y temores: a los perros, a la velocidad y al mar, por ejemplo.

Juego, set y match, para una historia que vale la pena revivir y apreciar en el cine. Antes de Sampras vs. Agassi, antes de Federer vs. Nadal, eran Borg y McEnroe, el hielo y el fuego, los verdaderos reyes del tenis mundial.

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