Este año la Asociación Sin Límites obtuvo por sexta vez la Copa Nacional dd Voleibol Sentado. Fue la primera vez que Jonathan Surco levantó este trofeo. (Rolly Reyna / El Comercio)
Este año la Asociación Sin Límites obtuvo por sexta vez la Copa Nacional dd Voleibol Sentado. Fue la primera vez que Jonathan Surco levantó este trofeo. (Rolly Reyna / El Comercio)
Renzo Giner Vásquez

Jonathan Surco ha olvidado que no tiene una pierna. Lo olvidó en el 2016, cuando decidió estudiar en la Federación Peruana de Fútbol (FPF) y convertirse en director técnico. Lo volvió a olvidar cuando comenzó a entrenar vóley, llegando a ser preseleccionado nacional. Y volvió a hacerlo el año pasado, cuando fundó una escuela de fútbol para menores en San Martín de Porres. “Perder la pierna me hizo entender que era capaz de hacer más cosas de las que imaginaba”.

Conocimos a Jonathan a fines del 2017. Un mar blanquirrojo se congregó en la puerta de la Videna para despedir a la selección antes del viaje a Nueva Zelanda. “Salió el bus y solo se veía un montón de brazos agitándose en el aire, camisetas de Perú por todos lados. Y entre ellos había un hincha que saltaba y saltaba y cuando me acerqué me di cuenta que no tenía una pierna”, cuenta Rolly Reyna, fotógrafo de El Comercio.

Jonathan le contó que tenía 32 años. De pequeño soñaba con ser futbolista, entrenó en las inferiores de Alianza, pero una hernia en la columna lo obligó a colgar los chimpunes a los 15 años. Una década después, un accidente marcó su vida.

Una mañana regresaba a casa tras una noche de fiesta. Poco antes de llegar, en su barrio de Palao, San Martín de Porres, una combi lo atropelló. Sus vecinos salieron a auxiliarlo, lo subieron a un taxi y lo llevaron al hospital Loayza. Su madre logró trasladarlo a la clínica de la Fuerza Aérea, en Miraflores, donde pudieron salvarle la vida.

Inicialmente, los doctores le dijeron que harían todo lo posible por salvarle la pierna y, en el mejor de los casos, en un año podría estar caminando nuevamente. Treinta días después, aún internado, su pierna se había gangrenado y debía ser amputada.

Sus padres, aferrados a la esperanza de que su hijo no sea mutilado, no quisieron firmar el documento que autorizaba la cirugía. El cuerpo médico fue bastante claro con Jonathan, que con una severa infección y exámenes que indicaban que tenía 5 gramos de hemoglobina estaba al borde de la muerte. “El doctor me dijo que si no firmaba hoy, mañana podía estar muerto. Ya era mayor de edad y podía tomar la decisión”.

Jonathan pidió el documento y autorizó la intervención. Pocas decisiones en la vida deben ser tan difíciles como elegir entre vivir o perder alguna extremidad. “Se me vino todo el mundo abajo. Lo único que recuerdo es que quería vivir y si firmando ese documento tenía la esperanza debía intentarlo”.

Tras la amputación, en paralelo a sus terapias físicas, Jonathan fue atendido por una psicóloga que le mostró otros casos de personas amputadas que habían salido adelante. Uno de ellos, el que más le impactó, fue la del australiano Nick Vujicic.

“Al inicio fue muy difícil. Me deprimí, estaba muy molesto. Pero desde que perdí la pierna conocí a Jesús y él ahora es mi amigo, mi mejor amigo. Ahora soy cristiano. Antes del accidente me la pasaba en fiestas, no hacía nada en serio. Pero cuando me pasó esto pude conocer el gran talento que llevaba dentro y lo valiente que era. Perder la pierna fue una oportunidad”.

--Jonathan, el técnico--

Jonathan es técnico en fisioterapia y por algún tiempo se dedicó al oficio. Hay ironías a veces tan oscuras en la vida como que pocos meses antes de perder la pierna, Jonathan atendía a personas que atravesaban la misma situación. “Yo siempre he buscado servir a la gente, es lo que a mí me gusta”. Sin embargo, había algo que lo hacía sentir incompleto. Una noche llegó a casa, se sentó en el sillón y por primera vez en mucho tiempo pensó en rendirse.

“Estaba muy triste, recuerdo que le dije: ‘Mamá, ¿es todo? ¿Así voy a pasar el resto de mi vida?’. Comencé a llorar. ‘Mamá, yo solamente sé hacer fútbol, es lo que sé hacer, no podría ser feliz no haciéndolo’, le dije. Mi mamá respondió: ‘Hijo, hazlo entonces’”.

Sus padres y sus tres hermanos, fundamentales en su proceso de sanación, lo motivaron a investigar si existía otro caso en el que una persona sin una pierna se había convertido en entrenador de fútbol.

Así encontró la historia de Eduardo Valcárcel, un español que perdió la pierna izquierda antes de los 2 años cuando un camión lo atropelló y llegó a ser director de la Escuela de Fútbol de la Real Federación Española. Conocer ese caso era todo lo que necesitaba. Le cambió la vida. “Él me inspiró. Solo lo conozco por redes sociales, pero estoy seguro de que en algún momento podré verlo en persona y conversar con él”.

Jonathan fue a la FPF, se inscribió para el curso de director técnico, pasó el examen de admisión y ahí se dio de cara con la realidad. “Sé que por mi discapacidad hay paredes con las que uno se choca o simplemente coges una escalera y la saltas. En la escuela para entrenadores me ponían trabas para estudiar, me decía que cómo le iba a enseñar a los niños a jugar si yo no tenía las dos piernas. Me pidieron llevarles un examen médico donde dijera que estaba apto, algo que a nadie más le pidieron. Hice todos los trámites, presenté un examen donde decía que estaba apto y estudié. Dos años después terminé el curso y luego de tres meses obtuve mi título”.

Con el apoyo de su hermano mayor abrió una escuela para menores en su barrio de San Martín de Porres. “Se llama Escuela de Fútbol Juventud Leal de Jonathan Surco”. Pero nadie se inscribió.

Al principio, Jonathan tuvo que dictar clases gratuitas intentando convencer a los padres de la zona de que era capaz de enseñar fútbol a sus hijos. Hoy, casi un año después de que comenzara ese proyecto, entrena a 55 menores de entre 5 y 15 años.

“Creo que el fútbol es una herramienta que nos ha dado Dios para enseñarle valores a los niños. Como la responsabilidad, el trabajo en equipo y el amor propio. Es importante que aprendan a jugar fútbol también, claro, pero lo dejo en un segundo plano. El factor principal es que aprendan valores”, explica.

-Jonathan, el atleta-

Harto del tráfico limeño, de la indiferencia de las personas que no ceden el asiento para discapacitados y de los choferes que no se detenían a recogerlo pensando que subiría a vender caramelos, Jonathan aprendió a manejar bicicleta. Con un pasador amarró un pedal a su pie y se inventó una fórmula de movilizarse. Se cayó mil veces, pero hoy ya domina el arte.

También aprendió paranatación, deporte que conoció gracias al consejo del parafondista Efraín Sotacuro, elegido el año pasado como el mejor paradeportista del Perú. “Efraín me dijo que se había dado cuenta que era bueno para correr cuando perdió los dos brazos. Me animó a practicar un deporte, contacté a unos amigos y comencé a nadar”, recuerda.

Sin embargo, los horarios y el presupuesto necesario no permitieron que Jonathan se dedicara por completo a este deporte. “Tenía que luchar entre estudiar, trabajar, ir a entrenar y llevar dinero al hogar. El entrenador me dijo que si no tenía mucho tiempo para la natación podía intentarlo con el vóley. Me puso en contacto con el equipo de paravoley y decidí ir a probarme”.

El paravoley es una modalidad diseñada para atletas con alguna discapacidad motriz. En ella se enfrentan dos equipos de seis jugadores por lado con reglas muy similares al vóley regular, con la excepción de que todos los jugadores deben estar apoyados sobre sus glúteos, razón por la que también se le conoce como vóley sentado.

Jonathan logró pasar las pruebas en la pre selección peruana de paravoley. Ahí, también, conoció a Roger Olivera. “Todo el mundo le dice ‘El loco’ (risas), es un gran atleta y otro amigo al que admiro mucho. Él fue quien me llevó a Sin Límites”.

Formalmente, Sin Límites es una asociación deportiva para personas con discapacidad que este año se coronó por sexta vez consecutiva como campeón nacional de vóley sentado masculino, organizado por la Federación Deportiva Nacional de Personas con Discapacidad Física (Fedenadif).

Para Jonathan, Sin Límites es una nueva familia.

“Somos una gran familia, nos cuidamos, si uno está pasando un problema el resto lo apoyamos. Es muy emocionante, somos 12 o 13 jugadores en el camerino pero al final en realidad somos uno solo”, explica.

Una jornada junto al equipo de Sin Límites fue suficiente como para cuestionarnos lo que realmente es la discapacidad. Ya quisiéramos muchos, mal llamados normales, tener la energía de estos deportistas al momento de disputar cada balón o al asestar cada mate por encima de la red.

Donde falta una pierna o un brazo sobra corazón y sed de victoria. Y te llevan a pensar si dentro de la definición de discapacidad física no deberíamos incluir también que esta condición es capaz de aumentar la capacidad de voluntad a niveles inimaginables.

--El gran sueño y una barrera igual de grande--

Cuando todo parecía que iba viento en popa para Jonathan, la vida le dio un nuevo revés. Tras haber conseguido su primer campeonato nacional, un fuerte dolor abdominal lo obligó a ir al médico. Luego de una ecografía, el doctor le dijo que tenía cálculos en la vesícula. “Le informé a mis líderes y me dijeron que debía dejar de entrenar en la selección hasta que me opere porque era muy peligroso. No estuve contento con esa decisión, pero entendí que lo hacían por mi salud”, narra Jonathan.

Esta vez, la voluntad no es suficiente. El costo de la operación, demasiado alto para él, ha ido retrasando la intervención, poniendo en riesgo su regreso a tiempo a la selección, comprometiendo así su participación en los Juegos Parapanamericanos Lima 2019.

“Mi proyecto más importante es poder participar en estos Juegos y representar a mi país. Ese es mi proyecto número uno. Yo deseo operarme, en estos días lo haré gracias a Dios y deseo volver con más fuerza”, nos dice durante su visita a la redacción de El Comercio.

La operación de Jonathan, en realidad, depende de una actividad profondos que organiza hoy ante la insistencia de sus amigos. En caso de recolectar el dinero suficiente para la cirugía y recuperarse a tiempo podrá conseguir su sueño de vestir la Blanquirroja en Lima 2019. De no lograrlo, estaremos perdiendo a un gran representante en un país donde si un atleta sufre por conseguir financiamiento, un atleta discapacitado sufre el doble.

--Una historia en imágenes--

A continuación, explore un especial gráfico sobre la historia de Jonathan elaborado por el fotógrafo de este Diario, Rolly Reyna, y narrado por el mismo deportista.  

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