Donald Trump. (Foto: AFP)
Donald Trump. (Foto: AFP)

Hace cerca de 30 años el Perú –felizmente– tomó los conceptos del liberalismo económico, la economía de mercado y el rol subsidiario del Estado como los principios que definirían la ruta del crecimiento económico para los siguientes años.

Principios que en materia económica también definen en esencia la economía de los Estados Unidos y la de muchos países que han logrado tener un crecimiento sostenido en el tiempo.

La adopción de esa visión llevó al Perú a mirar detenidamente en esa época a los países que forman el fórum de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC por sus siglas en inglés), primero como observador y luego como miembro activo.

Los principios de APEC descansan en que a mayor liberalismo comercial mayor crecimiento económico. Bajo ese concepto es que tienen sentido los tratados de libre comercio y han sido sus miembros fundadores –Estados Unidos el más importante– los que han propiciado la difusión de este modelo, que fortalece la adopción y consolidación del sistema capitalista moderno en el futuro de las naciones. Este objetivo es crucial.

El Perú tiene suscrito cerca de veinte tratados comerciales vigentes, siendo el que tenemos con Estados Unidos el más difícil, por los años de negociación, así como el que marcó la pauta y facilitó el camino para muchos otros.

Esos tratados son refrendados y aprobados por los Congresos de los países con los que se suscriben y están por encima de las leyes, una vez firmados.

El Perú –como todos los países que han adoptado este modelo– ha diseñado sus iniciativas de inversión y producción teniendo estas reglas como principios básicos. Se generan nuevas industrias, servicios e infraestructura, como consecuencia de una visión de crecimiento de largo plazo. Apostando al futuro las empresas invierten y el país invierte.

Lo bueno del modelo es que tiene como principal objetivo beneficiar al consumidor en cada país miembro, ya que este tendrá siempre la posibilidad de elegir lo que más le conviene en calidad y precio. Ese es el resultado de la libre competencia y el libre mercado.

Hoy todo este modelo está siendo cuestionado como consecuencia del concepto “Primero América” del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Su visión de proteger a la industria local en aras del empleo –ya no del consumidor– lo ha llevado al enfrentamiento comercial con China, Canadá, México, países de la Comunidad Europea y otros de Asia, como Corea del Sur.

Estados Unidos se retiró del Acuerdo Trans Pacífico (TPP) no bien elegido el nuevo presidente. Este tratado, promovido por la administración anterior, surgió para contrarrestar el peso de China.

Hubiera unido a los Estados Unidos con 11 economías del Pacífico como un único bloque comercial, permitiendo definir reglas y estándares comerciales que hubieran obligado a China a adoptarlas a pesar de su exclusión.

Los argumentos utilizados detrás de “Primero América” provienen más de un concepto de nacionalismo económico con una fuerte dosis de populismo que de la realidad de las cifras. Se argumenta que los tratados han generado desempleo en Estados Unidos, que se ha destruido la industria de automóviles, que se ha generado un déficit comercial muy grande e inmanejable y, por último, incluso, que se ha puesto en peligro el sistema de seguridad interna del país.

Esto último no vale la pena comentarlo y el tener un déficit comercial en productos de consumo no es malo para un país como Estados Unidos, sobre todo cuando ese déficit es promovido por el consumo interno.

Existen cerca de 80.000 empleos en la industria del acero en Norteamérica, más de 900.000 en la industria de automóviles y más de 1 millón en las otras industrias que usan acero o aluminio. Los nuevos aranceles al acero y al aluminio harán que suba el precio de los automóviles en el mercado americano y, por ende, caiga la demanda por autos y, por lo tanto, el empleo que se esperaba recuperar.

Lo mismo ocurriría al incrementar el arancel a 25% para la importación de autos. Si pensamos en todos los demás productos que usan acero y aluminio es claro que los precios subirán, nuevamente afectarán la demanda y promoverán despidos en el tiempo. Los productores americanos de esos productos, además, perderán competitividad internacional, beneficiando a la competencia de otros países.

Lo cierto es que todo indica que la visión de una sola persona terminará afectando no solo los intereses de los socios que decidieron acompañar a Estados Unidos en el modelo que impulsó por décadas, sino que debilitará las bases de un sistema económico que conviene como bloque y, lo más preocupante, afectará los intereses de sus propios ciudadanos, quienes al final cargarán con el costo de una política comercial equivocada.

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