Las últimas semanas han sido particularmente convulsionadas en el frente político peruano. Antes de ello, en la región, todo indicaba que, luego de 20 años del liderazgo macroeconómico peruano y a pesar del “bache recesivo” del 2020, nos perfilábamos nuevamente como una economía capaz de destacar por su capacidad de recuperación.
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Las entidades más prestigiosas del frente internacional proyectaban para el Perú el crecimiento del PBI más sobresaliente de la región en el 2021, señalando que oscilaría en una media de alrededor del 9%, luego de mostrar un incremento de las reservas internacionales netas (RIN) de no menos de US$6 mil millones en plena crisis del 2020 y que, a pesar del inevitable incremento de su endeudamiento público, este, como porcentaje del PBI, no llegaría al 40%, siendo aún uno de los más bajos de la región y del mundo. De pronto llegó la vacancia presidencial, las interpretaciones de la Constitución, la presencia de tres gobiernos en menos de un mes, las disputas y negociaciones parlamentarias matizadas por propuestas legislativas improcedentes. En resumen, la tradicional inmadurez de nuestra clase política nos llevó a un período de incertidumbre y los mercados reflejaron ello inmediatamente.
No todo quedó allí, Dios es peruano. Inesperadamente, como respuesta al caos político, una multitudinaria demanda juvenil hastiada por los excesos de su frente parlamentario, indujo a que este abriera las puertas a un gobierno con un perfil diferente a los anteriores y que promete la posibilidad de disponer, de ahora en adelante, de alternativas gubernamentales más alejadas del ambiente tradicional de corrupción, demagogia e irrespeto al electorado.
La pregunta de fondo que nos planteamos es simple: ¿el tremendo ruido político experimentado ha afectado de manera significativa la posibilidad de reanudar el proceso de recuperación económica que el frente internacional preveía en el Perú los próximos meses?
Por la manera en que se han corregido, casi inmediatamente, los indicadores de coyuntura; por la innegable tendencia a la recuperación de los índices de producción y ventas; por la mantención de nuestros fundamentos económicos; por la decisión internacional de continuar aplicando medidas expansivas en lo monetario y fiscal; por todo ello, debemos concluir que las perspectivas del 2021 siguen siendo auspiciosas. Es más, si hoy midiéramos la evolución de las expectativas empresariales, estas arrojarían una mejor situación a la que se mostraba previa a la convulsión vivida.
Habrá quienes quieran continuar vendiendo problemas o acentuando los riesgos que deberemos sortear dada nuestra carencia de institucionalidad, deficiente infraestructura, falta de calidad de Estado y desigualdad en oportunidades en educación, salud, justicia. Habrá otros que acentuarán el peligro de un resultado electoral extremo que genere un posible retroceso en nuestro desempeño económico. Habrá gente, inclusive, que –de manera soterrada– continuará buscando promover el caos como mecanismo para limpiar sus culpas asociadas a la corrupción. Claro que lo habrá.
Sin embargo, lo acontecido en estos últimos días denota un debilitamiento profundo de todos los que buscaron desestabilizar al país y nuestra economía. Quizás esa sea la mejor señal, asociada a las posibilidades de recuperación económica en el 2021 y del próximo quinquenio.
Juan José Marthans, economista del PAD - Escuela de Dirección de la Universidad de Piura
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