Financial Times: Los colegas y jefes no son familiares
Financial Times: Los colegas y jefes no son familiares
Redacción EC

El mes pasado, cuando Google gastó US$3,2 mil millones en una compañía que fabrica detectores de humo, Larry Page declaró que el equipo de Nest eran personas estupendas que a él le “emocionaba recibir dentro de la familia Google”.

Tal impertinencia suena misteriosamente familiar. Hace poco más de dos años, cuando Google acordó pagar US$12,5 mil millones por Motorola Mobility, le dio el mismo tipo de entusiasta bienvenida a su personal de alrededor de 20.000. “Espero dar a los ‘motorolanos’ la bienvenida a nuestra familia de ‘googlerianos’”, dijo.

Solo la semana pasada la empresa demostró lo mucho que cuida a sus nuevos hijos. Sin ceremonias, vendió el negocio de móviles a Lenovo, empujando a los malqueridos ‘motorolanos’ en la dirección de otros padres adoptivos (aunque quedándose con patentes valiosos).

La idea, tan querida por el Sr. Page y la mitad más cursi de la América corporativa, de que los empleados son de algún modo parte de la familia es una de las metáforas más ilusorias de la vida corporativa moderna.

Es cierto que hay algunas semejanzas entre una falsa “familia” del lugar de trabajo y una de verdad. En cada una, los miembros pasan mucho tiempo juntos. En ambas puede haber algunos valores en común y alguna antipatía hacia ciertas otras familias. Hasta puede haber semejanzas físicas. Los miembros de una familia de verdad pudieran tener barbillas pequeñas congénitas, mientras que en una falsa familia los empleados pudieran usar sudaderas obligatorias simplemente porque eso es lo que usa el jefe.

En lo demás, la metáfora es empalagosa, poco sincera y en general falsa. Para empezar, el tamaño está equivocado.

Yo sé algo sobre familias grandes, ya que mi esposo es uno de siete hijos. Pero Google tiene 46.000 empleados. Nadie puede tener tantos hermanos, o primos terceros.

También se equivoca en cuanto a las emociones. Las familias son la mejor placa de Petri que se ha conocido para el amor y para el odio. Los lugares de trabajo funcionan mejor sin ambas emociones.

Y una diferencia aun más crucial es que uno no escoge a su familia, uno se queda pegado a ellos y no los puede despedir si hacen un pésimo trabajo. Uno puede tener una riña ardiente y decirles que nunca más crucen su camino, pero siguen siendo familia, quiérase o no.

Por contraste, cuando uno se va de una empresa deja de existir para ellos. Todo el mundo escribe en las tarjetas de despedida: “Este lugar no será lo mismo sin ti”, pero dentro de un tiempo indecentemente breve todo es exactamente igual que antes. No hay nada malo en esto. Si las relaciones en el trabajo son contingentes y oportunistas, es porque las cosas van mejor así.

El flujo financiero en los dos grupos también es diferente. En una familia de verdad, uno generalmente no les paga a las personas por hacer cosas (pagarle a un niño por lavar el carro es un arreglo inferior a intimidarlo para que lo haga gratis). Cuando el dinero cambia de manos dentro de las familias, no está relacionado al funcionamiento.

Si las falsas familias se vuelven más como las de verdad, no es una mejora. El hogar es tradicionalmente donde se cuidan los niños y las personas mayores, se arreglan visitas al dentista, se preparan las comidas y se lava la ropa, pero con mayor frecuencia esas tareas se hacen en el trabajo. Las compañías, incluido Google, preparan las comidas, se encargan de los dientes, el lavado en seco, los niños y los padres, ofreciendo beneficios que son superficialmente atractivos pero en última instancia siniestros.

Primero, convierten al empleador en alguien demasiado importante para las vidas de los empleados, ofreciendo no solo el sustento sino lo que se pudiera llamar una “solución total para la vida”. Segundo, estos beneficios infantilizan. Hacer las tareas y cuidar a nuestras familias es lo que nos hace adultos.

Lo peor de todo, el quid pro quo resulta en que, liberados de la rutina doméstica, podemos trabajar más. El invertir menos en nuestras verdaderas familias y más en las falsas no puede ser una movida inteligente, dadas las diferencias entre los dos grupos.

Si el borrar la línea entre el trabajo y la familia me causa ansiedad, no es tan temible como lo que sucede en PepsiCo.

No satisfecha con convertir a los empleados en parte de su falsa familia, la CEO Indra Nooyi está involucrando a sus verdaderas familias también. El mes pasado le dijo al público en la reunión de Davos que ella les escribe cartas personales a los padres de los empleados, agradeciéndoles el regalo de sus hijos. Aun más aterradoramente, dijo que había llamado a la madre de alguien que quería contratar para que convenciera a su hijo que eligiera trabajar para PepsiCo.

Esto me da escalofríos. Si uno tiene edad para trabajar para Nooyi, uno puede tomar sus propias decisiones. Y además, puede salir el tiro por la culata.


Yo recuerdo cuando era joven haber roto con un novio quien después visitó a mis padres para ver si se ponían de su parte. No tengo espacio para contar lo que pasó después. Pero PepsiCo debía tomar nota: la cosa no terminó bien.

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