El texto unificado del proyecto de ley de reforma tributaria de Estados Unidos fue aprobado en las dos cámaras legislativas en tiempo récord y la administración Trump se anotó su primer triunfo importante desde que asumió funciones en enero del año pasado. Las disposiciones centrales de la ley incluyen la reducción de la tasa de impuestos corporativos –del 35% al 21%– y la disminución de las tasas para individuos. Asimismo, se aprobó incrementar casi al doble el nivel de la deducción estándar que los hogares pueden tomar para reducir su base imponible.
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La reacción del sector corporativo, visto como el gran beneficiado por esta reforma, fue claramente positiva y varias empresas como AT&T, Wells Fargo o Comcast no perdieron tiempo en anunciar bonificaciones especiales para sus empleados o aumentos en sus planes de inversiones en activo fijo (Capex).
El ciudadano norteamericano de a pie, sin embargo, no ha recibido la reforma de manera entusiasta y más de la mitad del país la desaprueba porque cree que sus impuestos van a subir en lugar de bajar (falso, al menos inicialmente) o porque piensa que aquellos con mayores recursos son los principales favorecidos (cierto).
¿Qué tan buena es realmente la reforma fiscal? A priori parece ser positiva para la economía. La izquierda demócrata despotrica contra el plan porque, entre otras críticas, favorece a los ricos (incluido el presidente) más que a los pobres, pero creo que ello no es suficiente para sepultar la reforma. En los primeros años después de su implementación, la gran mayoría de norteamericanos tendrá, producto de los recortes tributarios, un excedente en su bolsillo que podrá gastar a su antojo.
Del mismo modo, al bajarse la tasa corporativa de 35% a 21%, muchas empresas experimentarán un engrosamiento de su última línea, lo que es bueno para los mercados. Punto para la administración Trump.
Ustedes saben que no soy muy devoto del presidente de los EE.UU. y que siempre pensé que su reforma fiscal nunca vería la luz o que, en todo caso, se aprobaría, pero en una versión mucho más diluida (léase menos potente para la economía).
Esta opinión siempre estuvo influenciada por mi convicción sobre el clásico conservadurismo fiscal del partido republicano. Habiendo observado la ferocidad con la que siempre defendieron la ‘caja’ del país, vigilando celosamente que los programas sociales de la era Obama no generasen huecos fiscales, simplemente di por hecho que en esta oportunidad los republicanos serían igual de responsables. Aprendí algo nuevo: los republicanos son fiscalmente responsables solo cuando se trata de frenar las iniciativas de los demócratas. En cualquier otro caso, el déficit fiscal les importa tan poco como les importa a los demócratas (quienes, curiosamente, y de la noche a la mañana, ahora muestran preocupación por el aumento del déficit).
El problema con el aumento del déficit fiscal es que se daría en un contexto de aumento en las tasas de interés. Esta vez el costo por servicio de deuda puede aumentar significativamente, incrementando aun más el creciente déficit. En los próximos meses será interesante observar si, como dice la Oficina de Presupuesto del Congreso, el sobregiro de las cuentas fiscales se disparará o si, como pregonan los republicanos, la reforma fiscal generará un mayor crecimiento económico y, por lo tanto, terminará pagándose por sí sola.
Estimo que, como casi siempre sucede, la realidad transitará en un punto medio entre las dos alternativas.
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