Al frente del edificio amarillo de concreto, un hombre amarra un carnero a la reja. Es común: probablemente lo acaba de comprar y tiene que pasar por la oficina de impuestos antes de ir a casa.Follow @PortafolioECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Adentro, una fila de cajeros están sentados tras unas ventanillas de vidrio grueso. Cada uno tiene una cartera grande sobre el mostrador. Cada una es de un color distinto. A pesar de todos sus problemas y pobreza, Mali a menudo te sorprende con momentos de belleza accidental.
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Pero la mirada de los cajeros se pierde en la distancia debido a la falta de actividad.El Fondo Monetario Internacional opina que este país del occidente africano tiene el potencial de mejorar su recaudación de impuestos de ingresos en un 20%, pero eso no está sucediendo aquí.
Mi misión, como contribuyente registrado, me lleva por detrás de los cajeros, a la pequeña oficina de la señora Yattara. La comparte con tres colegas, cada uno con su cartera.
También hay una computadora que se usa para imprimir el formulario de declaración de impuestos. Sin embargo, toda la información se copia en cuadernos que se almacenan apilados.
CACERÍA ANUAL DE CONTRIBUYENTESLa primera vez que conocí a Yattara, una mujer inteligente que usa anteojos, fue durante el censo anual de impuestos. En esa ocasión, todos los empleados dejan la oficina armados con portapapeles en busca de más contribuyentes en la vecindad.
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Siempre hay una víctima: algún comerciante sin suerte al que le cierran la tienda para ponerlo de ejemplo frente a los otros. Este año fue un vendedor de gaseosas a quien le presentaron una cuenta por deudas tributarias de US$160, y cuando no la pudo pagar, le pusieron candados a su local.
Una semana más tarde, ofreció pagar la mitad y les dio unas cajas de bebidas de naranja a los empleados de la oficina de impuestos. Eso resolvió el problema.Yattara me llevó a donde su jefe, el señor Kante, quien goza de una oficina entera para él. Me ofrecen un asiento, desde el cual a duras penas puedo verlo.
Libros de leyes tributarias y copias de los decretos del Ministro de Finanzas están apilados en su escritorio. Me hace unas preguntas sobre mis gastos como periodista y me incomoda el hecho de que no puedo ver qué está escribiendo.“Puede escoger entre dos regímenes de impuesto a la renta: 30% o 3%... ¿cuál prefiere?”.
“Eeehhh, pues 3%”, me aventuro. “3% será”, dice y añade: “Ahora vamos a ver a mi jefe”. Eso no me extraña: la jerarquía lo es todo en Mali. Y supongo que es tan raro que alguien entre a este edificio y ofrezca pagar el impuesto a la renta que su jefe querrá conocerme.
NÚMEROS REDONDOSLa oficina del señor Kantako es enorme. La reunión involucra muchas sutilezas y curiosamente se espera que yo presente la posición del gobierno británico respecto a las demandas de autodeterminación de los rebeldes taureg en el norte del país.
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“Eeehhh... Reino Unido desea que reine la paz”, respondo mustiamente. Toda mi energía se está yendo en tratar de reprimir mi alegría ante la idea de pagar 3% de impuesto a la renta.
El jefe le pide a Kante que le resuma mi caso. Ambos se inclinan sobre una computadora y sacan la cifra de US$380.
“Mmm... me gustaría que fuera un número más redondo”, dice Kantako eventualmente. “Y la libra esterlina está fuerte. Creo que queremos US$485 (300.000 en moneda local)”. Su mirada es la misma que te dan cuando uno está comprando casi cualquier cosa en Mali, como diciendo: “esa es mi oferta, ¿cuál es la suya?”. “Y lo querríamos en efectivo”, agrega, “pero le daríamos un recibo”.
¿POR QUÉ ES ASÍ?Kante me ofrece una explicación cuando volvemos a su oficina. “El 80% de la economía de Mali es informal. El gobierno cree que una tasa de 3% atraerá más contribuyentes. Lo que la gente no entiende es que nos cuesta trabajo conseguir siquiera el 1% o 2%, así que esta nueva tasa es un aumento”.
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Según eso, a las autoridades tributarias les fue muy bien conmigo. Pero quizás el hecho de que yo ofrecí pagar voluntariamente impidió que me cobraran lo que probablemente debería pagar: el 30%.
Al salir, veo al hombre del carnero, pero se está yendo sin él. “¡Monsieur!”, lo llamo. Se da vuelta. “¿Su carnero?”. “No, no. Se los di a ellos”, dice con naturalidad, y se va.