Juan Pablo Noziglia

El calendario lunar chino marca el 2025 como el año de la serpiente de madera. En la tradición oriental, la serpiente es astuta, estratégica y paciente. No ataca de inmediato, sino que espera el momento perfecto para moverse. Y si algo define esta nueva era es precisamente eso: una batalla calculada por el dominio tecnológico entre Estados Unidos y China, una guerra fría digital donde la inteligencia artificial (IA) es el campo de batalla definitivo.

Hoy, la IA ya no es una promesa futurista, sino una herramienta de poder. Para Pekín, representa la clave para consolidar su modelo de vigilancia, optimizar su economía y desafiar la hegemonía occidental. Para Washington, es la última línea de defensa en una competencia que ya no se mide en tropas ni misiles, sino en algoritmos y datos. Y en el 2025, con un Trump 2.0 en la Casa Blanca, la confrontación podría dejar de ser meramente económica para convertirse en un choque existencial de sistemas.

Para entender este punto de inflexión, hay que regresar en el tiempo a otro año de transición: 1999. Un verano en Nueva York, en la cúspide de la burbuja tecnológica, con el Nasdaq disparado y Silicon Valley rebosante de optimismo. Internet aún era el salvaje oeste, una frontera abierta donde todo parecía posible. Los fundadores de startups vendían sueños a inversionistas con presentaciones de diez diapositivas, mientras Wall Street apostaba sin miedo. Estados Unidos era el epicentro indiscutible de la revolución digital y China, aparentemente, apenas observaba desde la distancia.

Sin embargo, en las sombras, Pekín ya estaba trazando su estrategia. En 1999, mientras Amazon y eBay dominaban la narrativa en EE.UU., un exprofesor de inglés llamado Jack Ma fundaba Alibaba en un departamento en Hangzhou. Ese mismo año, el Partido Comunista Chino identificaba la tecnología como la clave de su “gran rejuvenecimiento”, sentando las bases de lo que hoy es una China obsesionada con la soberanía digital. Lo que parecía una competencia lejana hace 25 años es ahora la disputa central del siglo XXI.

En el 2025, la IA es el equivalente a lo que fue Internet en 1999. Pero esta vez, no hay un dominio claro. Mientras OpenAI y Google avanzan con sus modelos generativos, China responde con Baidu y SenseTime, desarrollando su propio ecosistema independiente. Precisamente, hace solo unos días, China respondió a ChatGPT con DeepSeek, su nueva herramienta de IA que ha movido los mercados mundiales. En el fondo, la pregunta no es solo quién ganará la carrera tecnológica, sino qué modelo de sociedad surgirá de ella.

A inicios del siglo, la narrativa dominante era la innovación sin restricciones, la idea de que la tecnología empoderaría al individuo. En el 2025, la IA nos enfrenta a una realidad más compleja: ¿será un arma de control, un multiplicador de poder para gobiernos y corporaciones? ¿O lograremos evitar que se convierta en un reflejo digital de la lucha geopolítica?

Si la historia sirve de referencia, las burbujas explotan, las hegemonías cambian, y las serpientes siempre encuentran la forma de mudar de piel. La diferencia es que ahora, el algoritmo no olvida.

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