(Foto: El Comercio)
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Hoy en día se vive una nueva euforia en torno a la recuperación del crecimiento mundial, como hace mucho tiempo no se observaba. No es para menos, de acuerdo a las últimas proyecciones del FMI, el PBI global estaría pasando de un crecimiento de alrededor de 3% durante el 2016 a uno cercano al 4% el presente año. 

En ese entorno, que no deja de disponer interrogantes acerca de su sostenibilidad, muchas de las principales economías emergentes ampliarán su crecimiento este año.

En el Perú, todos esperamos que el crecimiento sea mayor al 2,6% experimentado durante el 2017. Sin embargo, cada vez se complica más crecer al 4%, y es que el entorno político no hace otra cosa que agregar ruido, volatilidad y desconfianza al interior del frente empresarial. Estamos recorriendo un año en el que la variable política será la determinante para definir nuestra tasa final de crecimiento, dado que son pocas las posibilidades de que las pugnas y escándalos se diluyan en el corto plazo.

Desde el punto de vista sectorial, la construcción ya no crecerá como se esperaba pocas semanas atrás; desde el punto de vista de la demanda, esperar que el consumo alcance tasas de crecimiento por encima del 3% con una inversión tan alicaída como la que aún tenemos es casi una afrenta técnica. Además, presumir que la confianza se recuperará fácilmente es, hoy en día, poco realista. De pronto, los peruanos hemos pasado del entusiasmo al desconcierto económico.

El panorama internacional mejorará en el corto plazo y ello contrastará con el posible deterioro del entorno interno. En ese contexto, por ejemplo, la posibilidad de que las clasificadoras de riesgo internacional empiecen a anunciar que la pasa de una perspectiva “estable” a una “negativa” es más alta. Si las cosas no mejoran hacia el próximo año, las clasificadoras podrían hasta revisar nuestra nota o grado de clasificación de riesgo, lo que sería aún más delicado. Pongamos atención a los próximos pronunciamientos de Standard & Poors, y .

Chile el año pasado fue degradado en su clasificación de riesgo de AA- a A+, eso sucedió por primera vez luego de 25 años. La causa: un crecimiento del PBI insuficiente por algunos años, que llegó a afectar la generación de ingresos tributarios, la brecha fiscal y los niveles de endeudamiento público. Al final, se experimentó abiertamente un deterioro creciente de la confianza empresarial. ¿Esa situación no nos hace pensar en el Perú de hoy?

Nos aproximamos a una situación en la que las principales clasificadoras internacionales de riesgo podrían cambiar la perspectiva de nuestra economía. La clasificación aún no, pero, sin dudas, esta sería una antesala no deseada que podría llegar a afectar la tasa de interés que nos aplica el mercado internacional en nuestras emisiones de deuda soberana, lo que nos dañaría en todos los frentes de nuestra actividad económica.

Claro está, siempre está presente la posibilidad de que la bondad de nuestra economía, el impulso de los precios de los minerales y los fundamentos básicos sobre los que nos desenvolvemos nos deparen una sorpresa que eviten un escenario delicado como el reseñado. El riesgo, sin embargo, es que al final el ruido político de alcances insospechados nos aleje de cualquier posibilidad de mantener una opinión apropiada de las clasificadoras internacionales.

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