Delincuencia (Foto: Archivo)
Delincuencia (Foto: Archivo)
Magali Silva

En medio del frío invierno que nos ha tocado este año y que pareciera haber contagiado nuestro crecimiento, se viene registrando, al mismo tiempo, una persistente escalada en los actos de violencia contra la vida y la integridad de las personas. Desde robos de celulares o asaltos a mano armada hasta secuestros, feminicidios y homicidios se han convertido en noticias de todos los días que denotan un grave problema de y que ya estaría teniendo como efecto postergaciones en las decisiones de consumo e inversión de los individuos.

Tanto la frecuencia como la violencia de estos actos han aumentado. Y hay un desincentivo a denunciar estos hechos. El costo para la víctima es altísimo. No solo por el tiempo que nos toma hacer la denuncia sino porque en la mayoría de los casos, los hechos no se resuelven y cuando se resuelven no tenemos en el Perú una justicia que actúa con celeridad y con sanciones ejemplares que desincentiven las conductas delictivas.



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Adicionalmente, la falta de coordinación y colaboración entre las distintas unidades de la policía, alargan innecesariamente los trámites. Las denuncias se traban porque no se enfoca el problema desde la atención al ciudadano. De más está mencionar lo doloroso que es para la víctima ir por las distintas unidades repitiendo la misma historia y reviviendo justamente lo que se quiere olvidar.

Las dos situaciones anteriores se pueden resolver con el uso de la tecnología (formularios en línea, cruces de datos con Reniec, firmas digitales, etc.), entrenamiento al personal y reutilización del espacio de las comisarías, deshaciéndose de enseres, máquinas y carros abandonados en las mismas, y reparando el mobiliario en mal estado. Con voluntad de trabajo, esta mejora se puede lograr en 10 meses.

No obstante, se trata de resolver los problemas de inseguridad ciudadana del país de manera inteligente, protegiendo a la víctima, eliminando la impunidad y combatiendo las causas de origen del crimen y la violencia en nuestro país que son: el considerable desempleo juvenil, la deserción escolar, las altas tasas migratorias, la presencia del crimen organizado asociado al narcotráfico, la desintegración de los núcleos familiares y, en general, la falta de igualdad de oportunidades. Ante ello no vemos con claridad una lucha frontal con la cual todos estaríamos de acuerdo. 

Debemos ser conscientes de que si el PBI no crece, no habrá suficientes recursos para destinarlos a programas sociales que nos ayuden a combatir esos males. Pero si la inseguridad aumenta, el PBI crecerá aun menos. Recordemos las épocas del terrorismo. Nadie invertía si el retorno esperado por la inversión no era muy alto o de muy corto plazo. Pocos consumían bienes o servicios, pues el riesgo de perder lo adquirido o verse afectado uno mismo era altísimo. Perdimos vidas humanas y activos como las torres eléctricas. La seguridad es un bien público. Y la inseguridad debilita tremendamente el clima de negocios de un país, afectando a las instituciones públicas al permitir espacios que generan corrupción. Justamente lo que como país queremos erradicar. No debemos descuidar ese frente. Una mirada holística ayudará a entender que para crecer hay que sentirse seguros. Todos somos vulnerables pero hay grupos de nuestra sociedad que son más vulnerables que otros: los más pobres, las mujeres y los niños. Pensemos en ellos.