Tras un año de pandemia, prácticamente todos los indicadores socioeconómicos en América Latina han sufrido algún tipo de retroceso. Pobreza, salud, empleo, actividad económica en general… y educación.
Ponerse al día con las nuevas dinámicas de aprendizaje a distancia ha sido un auténtico dolor de cabeza para padres, madres, profesores, escuelas y sistemas educativos que, en líneas generales, no estaban preparados para una ruptura tan acelerada y radical de la cultura tradicional de aprendizaje, basada prominentemente en la presencialidad.
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De hecho, según varios expertos, al analizar lo sucedido en 2020 a nivel educativo difícilmente podemos hablar de avances en los aprendizajes, especialmente entre los niños y niñas de menor edad. Se calcula que en el momento más crítico de los confinamientos más de 160 millones de estudiantes dejaron de estar en sus escuelas.
La causa principal de que la pandemia haya dejado en fuera de juego a los sistemas educativos de la región tiene nombre propio: brecha digital. A diferencia de los países del norte de Europa -líderes globales en calidad educativa- la región no había integrado herramientas digitales en el día a día, ni contaba con docentes capacitados para integrar plataformas virtuales en los procesos de enseñanza, en muchos casos las familias no contaban con los dispositivos necesarios para garantizar la continuidad lectiva de sus hijos.
Esto, sumado a que en América Latina el cierre de las escuelas se prolongó más que en otras regiones, ha evidenciado que se necesitan mejoras sustanciales para adecuar los sistemas educativos a las necesidades presentes y futuras.
“En el corto plazo los efectos en el aprendizaje serán devastadores, y se esperan fuertes incrementos en la deserción escolar y profundización en las brechas socioeconómicas que ya existían; en especial para aquellos estudiantes que provienen de las familias con menores recursos”, asegura Bibiam Díaz, experta en Educación en CAF. “No solo se presentarán caídas importantes en el desarrollo de habilidades básicas en lectura, escritura y matemáticas, sino en general el desarrollo de niños y niñas, que a través de la escuela también tienen acceso a servicios de salud y alimentación”, dice Díaz.
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Según la experta, el riesgo mayor para los jóvenes es el abandono escolar, ya que algunos estudiantes no van a regresar a la escuela cuando se vuelva a la presencialidad. Estos jóvenes en riesgo de desvinculación temprana de sus estudios formales, sea para asumir tareas de apoyo en el hogar o para incorporarse al trabajo, verán interrumpida su trayectoria educativa, tendrán menos oportunidades para acceder a empleos de calidad y previsiblemente tendrán remuneraciones más bajas y una vida laboral menos productiva.
La falta de contacto con la escuela, la ansiedad y el estrés generados por la crisis favorecen esta problemática que, en situación de pre-pandemia explicaba la deserción promedio de cuatro de cada diez jóvenes de la educación media formal. Para reaprender las dinámicas educativas y evitar agudizar los problemas estructurales, Ruth Custode, especialista en Educación de Unicef, explica que “se deben desarrollar herramientas para apoyar a los estudiantes e identificar síntomas de estrés y angustia para asegurar el aprendizaje. Si un niño no se siente bien, no va a aprender bien”. La experta también sugiere que deberemos continuar con modalidades mixtas, y que es necesario identificar a los niños y niñas vulnerables para que, de la mano de sus familias y de los maestros, puedan participar plenamente del sistema educativo.
Oportunidades
Una de las muchas lecciones que deja la pandemia es la necesidad de incorporar la tecnología en los sistemas educativos, cerrando las brechas de acceso a conectividad y dispositivos de los estudiantes en condiciones más vulnerables y capacitando a los docentes para sacar el máximo provecho de estas herramientas. De hecho, el uso de la tecnología debería estar presente en la educación con y sin presencialidad.
Las oportunidades pasan, por lo tanto, por resignificar los procesos de enseñanza y aprender que la relación entre estudiantes y profesores no está determinada únicamente por la espacialidad del aula, sino por la generación de entornos educativos flexibles y enriquecidos. Esto supone, entre otros, el uso de recursos virtuales e interactivos, y requiere de esfuerzos adicionales de los países para desarrollar las capacidades de los docentes y de las escuelas.
Otra oportunidad consiste en reformular la relación escuela-comunidad, dando mayor autonomía a las escuelas a partir de la dotación de las herramientas necesarias para que los directores puedan ejercer su liderazgo pedagógico. En paralelo, los gobiernos latinoamericanos deberán invertir de manera más eficiente en mejorar la calidad de los sistemas educativos. En este contexto, debemos tener en cuenta que el último informe PISA sitúa a los nueve países latinoamericanos evaluados por debajo de la media de los países de la OCDE.