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Eficiencia operacional: el gran reto para volar más limpio
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En la industria aérea todos compartimos una meta: descarbonizar las operaciones. Ese desafío tan necesario ha estado marcado, principalmente, por la búsqueda de combustibles sostenibles de aviación (SAF, por sus siglas en inglés). Sin embargo, la realidad regional presenta límites, ya que la disponibilidad del SAF es limitada y cara. De hecho, según IATA, este combustible cubrirá únicamente alrededor del 0,7% del consumo de aviones en el 2025, incluso duplicando los números del 2024.
Ante este panorama, la señal es clara: la reducción de la huella ambiental del sector aeronáutico no puede depender solamente del SAF, existe la necesidad de avanzar por otros caminos con resultados -aunque de menos impacto- más inmediatos y a un costo menor.
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Como primer paso, muchas aerolíneas hemos invertido de forma consistente en la modernización de flota y en la adopción de nuevas tecnologías. Gracias a estos esfuerzos, en Sky hemos evitado la emisión de más de un millón de toneladas de CO₂ desde 2018. Este logro demuestra que la renovación constante de flota no solo potencia la experiencia de viaje, sino que también constituye una herramienta clave para reducir nuestra huella ambiental.
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El partido, sin embargo, no se limita a los aviones, también se juega en tierra. El uso de remolques eléctricos, la reducción del uso de unidades de potencia auxiliar o el abastecimiento energético son medidas concretas que permiten reducir consumo de combustible y emisiones.
Para alcanzar objetivos ambientales trazados, es indispensable una colaboración estrecha entre la industria y los gobiernos. Además de trabajar en esquemas de incentivos para desarrollar y escalar el SAF, es importante avanzar hacia una mayor coherencia en las tasas de aeronavegación dado que las diferencias de estructuras tarifarias de los países pueden favorecer rutas más largas, que aumentan consumo y emisiones. Una estructura tarifaria armonizada y políticas de cielos abiertos son claves para optimizar el espacio aéreo y reducir el impacto ambiental.
La reducción de la huella también debe pasar por mejorar la infraestructura y equipamiento del sistema aeroportuario. En destinos como Cusco y Ayacucho -que suelen presentar complejidades meteorológicas-, la implementación de radares locales, sistemas automatizados de gestión de tránsito e itinerarios en tiempo real, y sistemas de aproximación potenciados por estaciones en tierra, pueden mejorar aún más la capacidad actual de navegación de los aviones en climas adversos. Con esto, se podrían evitar esperas en tierra o sobrevuelos innecesarios, sin comprometer la seguridad.
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La aviación latinoamericana tiene la capacidad y la vocación para volar más limpio. El desafío es convertir la eficiencia en una práctica permanente con mejores condiciones regulatorias, de infraestructura, tecnología y políticas públicas. No hay tiempo que perder; volar más limpio exige colaboración y una gestión más inteligente del cielo que compartimos.

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