El impacto de las conversaciones triviales en las profesiones
El impacto de las conversaciones triviales en las profesiones
Redacción EC

LUCY KELLAWAY
Columnista de management de Financial Times

La semana pasada se me ocurrió una solución radical a uno de los problemas más intratables de la vida laboral: cómo prevenir que el trabajo sofoque nuestra vida personal.

Comenzamos la orgía diaria de correos electrónicos antes de levantarnos por la mañana y entonces pasamos nuestras horas antes del atardecer en fatigadoras reuniones y conferencias de video, solo para seguir interactuando con nuestros celulares hasta las altas horas de la noche. Cada día parece un maratón, excepto que al final no hemos recorrido casi ninguna distancia.

Se habló mucho la semana pasada de un acuerdo sindical en Francia que prohibía a los trabajadores comunicarse por correo electrónico fuera de las horas de oficina. Mi solución sería aún más ambiciosa. Dice así: todo el mundo debe llegar a la oficina a una hora fija y trabajar ocho horas, después de las cuales uno se puede escapar a casa y hacer lo que quiera sin que nadie lo moleste hasta la mañana siguiente.

Esto se ha ensayado antes. Nueve-a-cinco tiene un largo y espléndido linaje y funcionaba de lo más bien. Solamente en los últimos 15 años ha pasado de moda. Tanto que cuando Marissa Mayer tuvo la temeridad el año pasado de sugerir que los trabajadores de Yahoo se presentaran en la oficina, la mitad del mundo se le rebeló, llamándola un dinosaurio y una adicta al control.

Mi esquema tal vez sea una medida extrema, pero estos son tiempos extremos. Según un artículo en el último Harvard Business Review, los administradores pierden más tiempo que nunca, y sin embargo nadie se preocupa por hacer algo al respecto. Las empresas tienen sistemas elaborados para asegurar que se gaste el capital con sensatez, pero cuando se trata de gastar el tiempo, no hay control.
 
El artículo, titulado “Su recurso más escaso”, propone un programa de ocho puntos sobre cómo hacerlo mejor, incluyendo los presupuestos de base cero del tiempo, sistemas de “feedback”, nuevos protocolos para reuniones, y un sistema simplificado para tomar decisiones. El problema con este admirable esfuerzo – aparte de que simplemente leerlo agotó mi propio recurso más escaso– es que no se necesitan ocho puntos. Solo hace falta uno.

Aquí llamo como testigo a Cyril Northcote Parkinson, quien en 1955 hizo la sencilla, irrefutable observación de que el trabajo se expande hasta llenar todo el tiempo disponible. La catástrofe de nuestras vidas laborales modernas es que el tiempo disponible ha crecido de 8/7 a 24/7 (o 17/7, permitiendo un poco de tiempo para dormir). Restringir el día laboral a ocho horas no significaría trabajar menos. Simplemente se trabajaría con mayor urgencia. Con tiempo limitado para gastar, enviaríamos menos correos electrónicos improductivos e iríamos a menos reuniones monótonas. 

Hay personas que sin duda protestarán que tal rígido sistema sofocaría la creatividad. Al contrario: seguramente la aumentaría. Muchos de los genios y gigantes creativos del mundo trabajan según una estricta rutina diaria. La belleza de esta estrategia es que dejaría libre la mente para ocuparse de cuestiones más interesantes.

Otros se quejarán de que mi esquema da marcha atrás al progreso para los padres que trabajan, ya que lo que ellos necesitan es flexibilidad. No sé de donde viene esta estúpida idea: mi experiencia como madre me dice que lo que yo necesito no es flexibilidad sino extrema previsibilidad. Saber que el trabajo siempre termina a las 5 p.m. hace más sencillo y menos costoso el cuidado de los niños. Y entonces tener las tardes libres para dedicarme a la comida y a la tarea de los niños es tremendamente superior al arreglo actual, en el cual los filetitos de pescado se fríen con una mano y los correos electrónicos se revisan con la otra.

Lejos de ser una reversión reaccionaria, una versión de nueve-a-cinco se practica en una de las compañías más innovadoras del mundo. En Menlo Innovations, una empresa de software en Michigan donde las mascotas y los bebés son bienvenidos al caos creativo, uno de los puntos más atractivos (además de sesiones de “mostrar y contar”) es la semana de 40 horas. Cuando el día termina, ha terminado.

Una dificultad con mi sistema es que no hay nada que prohíba que uno escriba correos electrónicos furtivos en casa, aunque sepamos que no se debe hacer. Google ha estado investigando esto, como parte de un estudio llamado pomposamente “gADN”. Ha descubierto que solo 30% de sus trabajadores logran separar su trabajo y sus vidas, mientras que la mayoría de los demás quisieran poder hacerlo. Simplemente no tienen la disciplina para dejar atrás el trabajo cuando llegan a casa.

Recientemente Google en Dublín puso en marcha un experimento para ayudarles. Invitó a sus empleados a entregar sus dispositivos cuando terminaran el día laboral, con el resultado de que las noches fueron, según los informes, mucho más felices para todos. El programa piloto se llamaba “Dublín se oscurece”, aunque un nombre más apropiado sería “Dublín ve la luz”. La semana pasada le pregunté a la compañía si pensaba ampliarlo; quizás debido a problemas en el manejo de su recurso más escaso, tres días más tarde todavía no había contestado.