Con el ingreso al grupo de la OCDE, la Sunat fortalecerá sus capacidades de detección y control de incumplimiento tributario. (Foto: USI)<br>
Con el ingreso al grupo de la OCDE, la Sunat fortalecerá sus capacidades de detección y control de incumplimiento tributario. (Foto: USI)

A todos, incluyendo a las autoridades económicas, nos ha sorprendido la dinámica del en lo que va del año. En el período de doce meses hasta setiembre, ha llegado a 2% del (un nivel tan bajo no se observaba desde noviembre del 2015) y difícilmente se incrementará, en el último trimestre, tanto como para llegar a la meta inicialmente planteada de 3% del PBI. El propio estima en su Reporte de Inflación de setiembre un déficit de 2,8% del PBI.

Pero es probable que ni siquiera eso ocurra. Según cálculos propios, para llegar a ese déficit anual, el del cuarto trimestre debería ser equivalente al 9% del PBI de ese período; un saldo negativo muy superior al del 2017 (6,7% del PBI) y al del 2016 (6,2% del PBI). Eso sí, el del cuarto trimestre de hace apenas tres años fue 9,5% del PBI.

Dada la dinámica de los ingresos, el gasto no financiero debería crecer en los últimos tres meses del año a una tasa anual de 25%, ritmo que no se ha observado en los últimos ocho años.

Veamos las fuentes de esta misteriosa más rápida de lo que se preveía. En primer lugar, esta responde a un incremento en la regularización del impuesto a la renta, por la mejora en precios de nuestras exportaciones iniciada el 2017, la que en el año explicaría mayores ingresos por unos S/1.500 millones. En segundo lugar, la subida de tasas de en mayo explicaría unos S/600 millones adicionales. Finalmente, las devoluciones del año serán alrededor de S/1.400 millones menores que en 2017, lo que dejará en neto más recursos para el sector público.

Los tres factores juntos representan alrededor de 0,5% del PBI anual. Y ello sin considerar la subejecución de la inversión pública, que hace un año se esperaba llegara a 4,7% del PBI, pero que finalmente no sería mucho mayor a 4,1% del PBI. Sin embargo, estas fuentes de reducción del déficit no corresponden a factores que generen mejoras continuas a lo largo del tiempo. Son coyunturales, no estructurales. Y no necesariamente deseables.

Una de las primeras disposiciones del , tras el cambio de gobierno en 2016, fue que las metas fiscales dejaran de establecerse en función al déficit fiscal estructural -como se había establecido en el 2013- y vuelvan, como tradicionalmente se hacía, al observado. 

Se puede argumentar dificultades para estimar el balance estructural y que los resultados dependen de varios supuestos. Sin embargo, como en el contexto actual, el dato observado puede sugerir erróneamente una mejora en la capacidad de recaudación, que estructuralmente no es tal, con el riesgo de que se necesite posteriormente un ajuste fiscal que puede tener efectos recesivos. En tiempos de discusión de reformas, volver a tener como referencia al resultado fiscal estructural es una que puede, y debe, implementarse rápidamente.