(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Cuenta la leyenda checa que en la Sinagoga Vieja-Nueva de Praga el rabino Judah Loew creó el Golem con arcilla del río Moldava. Se dice también que sus restos permanecen hasta hoy en el ático de esta sinagoga y que podría ser devuelto a la vida.

El Golem es un ser sin alma y amorfo creado por artes mágicas. Es una materia inerte y poderosa pero a la vez peligrosa. Sigue órdenes y las ejecuta de modo literal, sin razón y cuestionamiento alguno. Algunos señalan que Mary Shelley dio vida a su propio Golem al crear a Frankenstein.

Un artículo publicado en el 2006 por la revista “Max Weber Studies”, explica cómo ciertas estructuras gubernamentales se convierten en Golem, desarrollando un espíritu propio y generando sistemas que vencen a los bien intencionados creadores.

Se comenta que Weber argumentaba, de manera irónica, que los humanos no contamos con el poder suficiente para controlar nuestras propias creaciones y acabamos dominados por las mismas.

Además de la corrupción, una de las creaciones humanas que ha tomado control de nosotros desde hace muchos años es la gubernamental.

En un sentido peyorativo, la burocracia gubernamental se ha convertido en un Golem: es inflexible, lenta e inmanejable.

Concebida como una forma de descentralizar el poder político y económico mediante la estructuración de los diferentes niveles de gobierno (a través de reglas, procedimientos y asignación de
funciones), hoy la burocracia gubernamental tiene vida propia y se caracteriza por la ineficiencia. 

Entre esos “grandes cambios” que ha prometido realizar nuestro presidente luego del referéndum, necesitamos tomar control de este Golem y reorganizarlo más pronto que tarde. Esto nos permitirá recuperar la confianza de inversionistas para lograr el desarrollo de
los tantos proyectos públicos que parecieran estar durmiendo el sueño eterno.

En los últimos años, la burocracia gubernamental ha impedido una adecuada articulación y comunicación entre el gobierno central y los gobiernos subnacionales.

Además, no podemos dejar de mencionar los diversos procedimientos, papeleos, permisos y autorizaciones que se requieren para un solo proyecto y cuya tramitación no solo genera demoras
sino incluso conflictos entre las propias entidades del Estado.

El Golem de la burocracia gubernamental ya ha ahuyentado a diversas empresas extranjeras que apostaron hace algunos años por el desarrollo de proyectos en infraestructura en nuestro país.

Así, varios proyectos que debieron ser ejecutados mediante el sistema de asociaciones público-privadas nunca llegaron a buen puerto.

No hay solución perfecta ni inmediata, pero el inicio del cambio está en manos de nuestros líderes de gobierno.

Desafiando a Max Weber, le pedimos al gobierno que con el capital político ganado, gestione como parte de su agenda prioritaria, las medidas que permitan dominar a nuestro Golem.