(Foto: Archivo)
(Foto: Archivo)
Carlos Ganoza

Mucho se discute sobre el futuro del frente a los , pero poco se hace por el presente del trabajo.

El trabajo no tiene comparación en importancia como faceta de la vida moderna. Define nuestra identidad –en los primeros 30 segundos de presentación la mayoría de personas ya mencionó su ocupación–, para la gran mayoría de hogares (salvo los muy ricos o muy pobres) es la principal fuente de sustento, y es determinante para nuestra salud psicológica y emocional. 




Las personas abandonan a sus familias y amigos al mudarse por buscar mejores trabajos. Los objetivos, aspiraciones y sueños de la gran mayoría de personas se relacionan con su trabajo. Sin embargo, la sociedad no se ha organizado para que las personas logremos más a través del trabajo, para que este sea una fuente más importante de bienestar.

Las dos instituciones centrales en la sociedad capitalista, el Estado y la empresa privada, le prestan mucha atención al capital y han descuidado el trabajo.

El resultado es que en América Latina hay más de 150 millones de personas que están desempleadas o empleadas informalmente, en empleos de mala calidad que proveen sustento precario y poca satisfacción. De acuerdo con Gallup, menos del 7% de los trabajadores dependientes en la región se sienten plenamente conectados con su empleo.

En el Perú este problema es aún más agudo: más del 70% de la población económicamente activa es informal y es el último país de América Latina en la lista de Gallup.

Los gobiernos se esfuerzan por promover la inversión, identifican grandes proyectos, crean nuevas organizaciones públicas para promoverla, publican nuevos marcos legales, entre muchas otras iniciativas –lamentablemente ninguna muy exitosa–. Pero hacen muy poco o nada por promover directamente la creación de empleo de calidad. Las regulaciones del mercado laboral alientan la creación de empleos de baja calidad y desalientan la de buenos empleos. Sin embargo, no parece haber mucha premura por hacer nada al respecto. 

 Por el lado de las empresas, las grandes compañías gestionan sus activos con un nivel altísimo de sofisticación, rigor y tecnología. Sin embargo, la gestión del talento en esas mismas organizaciones se hace de manera artesanal, sin estrategia y sin ciencia. Como si una empresa fuese principalmente sus máquinas, inmuebles e inventarios.  

Todo lo contrario, la empresa cobra vida a través del conjunto de decisiones cotidianas que toman todas las personas que trabajan en ella. Si esas personas trabajan sin el entrenamiento adecuado, sin motivación, sin un objetivo claro, el efecto sobre la productividad de la compañía es enorme. Esto, que suena tan obvio, es ignorado por la dirección de muchas corporaciones, que invierten mucho más en gestionar mejor el capital que el talento.  

Quizá la mejor forma de prepararnos para el futuro del trabajo sea invertir más en mejorar los trabajos del presente, algo que le toca tanto al gobierno como al sector privado.